Celso Garza Guajardo

Los lugares y los rumbos: La casita de Bella Vista

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoPor todo lo que va del siglo así ha estado… sombras y árboles, nubes y pájaros… un pedazo de tierra cada vez más apartado por los cambios a su alrededor. Más que la casa, es el lugar; más que el lugar, es el tiempo; más que todo ello, es la vida y los recuerdos de su dueño que ahí habita.

Cada que fue centro de faenas de campo, hogar de labradores, de voces, cantos y rezos… ruido de expreses y carretones, ordeña de animales, arados en uso, ecos de cencerros, pequeño establo y corral de gallinas. Alegres cubre vientos recreaban la entrada. Al fondo un rebaño de vacas partían, unas cabras se perdían entre el monte, un cruzar la acequia en hondonada, unos peregrinos que cantaban y, como testigo, un sabino gordo que todo lo ha visto.

Casita de largo y ancho solar entre la calle que fue viejo camino y la acequia que es herencia de todos. Casita que parecía más bien un rancho, parte de una labor y un establo… alejada, casi al fin de Bella Vista, antes de los compartidores… todo era campo.

Gratos días de verano en la memoria se quedaron: cruzando pájaros con “nigasura” tras un rebaño guiado por el primo Daniel, clavados en la acequia por la tarde en trajes de Adán y el montar de un borriquillo que siempre nos tumbaba a la vista de todos.

En el correr del tiempo, Bella Vista se ha aferrado a ser igual, a seguir casi igual pese a las nuevas casas, nuevos campos deportivos, nuevas actividades y comercios… aún siguen ahí las viejas casonas y los vecinos de antes, los tendajos, las casas de paredes carcomidas y los canasteros, todos, todo eso aún sigue en Bella Vista… y dentro de todo eso que aún sigue ahí, ha quedado también como testimonio de un pasado  laborioso y rústico, la casita envuelta en recuerdos de la tía María… ahí fue, después de muchos años, después de muchas veces de pasar y no llegar…en el silencio encontré el tiempo pasado y en el silencio también escuché las voces de antes.

En el aire estaban los quehaceres pretéritos. La tía María nos platicaba y los recuerdos empezaban a volar como hojas en otoño…nos habló del solar, de los trabajos de campo, de los hijos, de la vida y de la gratitud. Entre los diálogos en ese ambiente de paz, surgió la lección bíblica de más profundo contenido filosófico “Hay que amar la pobreza… es la pobreza lo que hay que querer…Nuestro Señor vino por eso, por eso fue siempre humilde”. Todo eso, dicho en ese momento, debajo de un portal en lo que fue una casa de campo junto a un establo, todo eso dicho en el silencio de la sombra de los árboles, tenía una plena justificación y explicación, fue un completo aprendizaje.

Salí del aposento y me despedí… estaba emocionado, tenía ganas de llorar en silencio, pues los recuerdos y las lecciones me embargaban… volví la vista hacia la casita y la tía nos saludaba con ternura; la lección sobre la riqueza de la pobreza cristiana… riqueza de todo hombre de bien… allá en la casita de Bella Vista, a la derecha del camino casi al salir antes de los compartidores rumbo a la hacienda.

P.D. Después de escribir esta crónica medité… en una casita así, habitada por gente buena… en un portal así… así pudo haber sido el nacimiento la noche de aquel 25 de diciembre de hace 1987 años.

7 de diciembre de 1987.