Profr. José Mario Elizondo Montalvo

El oso que se convirtió en burro – Segunda parte

El oso que se convirtió en burro

Profr. José Mario Elizondo MontalvoUna breve estancia, un saludo a la familia del compañero Ildefonso, para saber si había gente en el rancho y si los candados de las puertas, estaban abiertos, el tío de Poncho, el Profr. Facundo Villarreal, nos comunica que hay un encargado en el rancho que el también nos acompañará, iniciamos nuestro camino hacia el Rancho “El Ultimo Suspiro”, era un camino no muy transitado con una serie de dificultades por que el paso que hacen sobre él, las carretas y los carretones, dejan que a las orillas se hagan profundas por el paso constante de la ruedas de estos carromatos, por tal razón el peso de la camioneta producto de estos sonrojos, el paso era lento y en varias ocasiones tuvimos que bajarnos para que disminuyera el peso de la camioneta como todos sabemos en esta época del año oscurece muy temprano, por fin llegamos a lo alto de una pequeña loma de donde divisamos la luz de la lámpara que se había colocado fuera del jacal, en prevención de podernos extraviar; ya había llegado la noche y por fin nos encontrábamos en este ansiado lugar.

El vaquero o caporal, llamado don Matías, nos recibió con mucha alegría ofreciéndonos una taza de café, además de unos frijoles en bola, de un jarro que estaba en la chimenea; no los despreciamos, además agregamos un poco de queso despolvoreado y chile piquín seco, sin faltar las tortillas que calentadas en las brasas adquieren un sabor envidiable.

El tío de Poncho Profr. Facundo Villarreal, comentó ya que vinieron de cacería aprovechen cualquier momento; don Matías, con un estilo propio ranchero, nos cuenta que hoy en la tarde al regresar de uno de los últimos cañones que hay en este cerro y que pertenecen a este rancho, pudo ver dos osos grandes y dos mas pequeños: oseznos, y que en el llano se topó con dos venados y tres venadas y una manada de jabalíes, lo sabroso de la plática entusiasmó en que lo expresaba don Matías, y prendió la emoción de los jóvenes cazadores (nuestras edades eran 17, 18 y 19 años) ni tardos ni perezosos tomamos la carabina que nos facilito el Profr. Ernesto Villarreal una 30-30 cañón ochavado largo de las que se usaban en la Revolución Mexicana por los de infantería por lo que estaba un poco pesada; solo Poncho prefirió quedarse en el jacal para preparar el alimento a nuestro regreso, así es que emprendimos la salida, tocándome a mi (Mario) llevar el candil de cabeza y a Rubén Soto la carabina, nos recomendaron seguir una misma línea, que por lo oscuro de la noche pudiéramos perdernos, caminamos aproximadamente, entre 45 y 50 minutos y el frió intenso que había nos obligó a colocarnos en un pequeño recodo de la sierra que parecía una pequeña visera que salía al frente.

Iniciamos una hoguera, había leña seca y algunas palmas que por el invierno del año 49 o 50 habían sufrido una gran nevada que cubrió toda esta semana; el ruido de la leña al quemarse poco a poco fue dejándose de escuchar y en el silencio de la noche se escuchaban los aullidos de los coyotes y un peculiar ruido, a semejanza de una serie de pisadas que inquietó a este valeroso grupo; Leonel que para esos tiempos ya había ingresado al Pentatlón hacía gala de sus conocimientos, afirmando que esas pisadas tenia que ser de un animal y grande que seguramente eran varios osos, se despierta el interés y la emoción opinando todos que vayan a buscar el oso, Mario y Soto.

A pesar de la protección que llevábamos, chaquetas, maquinof, gabán, aceptamos ir a buscar la preciada presa no sin antes, Chevo agrego una buena cantidad de leña a la lumbre y Leonel acercó piedras de regular tamaño para sentarse cerca de esa fogata, en esta noche sin luna y el frió que calaba hasta los huesos.

Presidimos tomar hacia el poniente, para que el aire nos diera de frente y así evitar que los animales percibieran olores y ruido, esto es la experiencia como cazador de Rubén, no habían transcurrido ni diez minutos, cuando empezamos a oír un fuerte ruido como que algo se deslizaba en los riscos de esta montaña, Rubén me entregó la carabina y tras un rato de espera enfocando el fanal en todas direcciones y a una distancia considerable logramos ver dos ojos que aparentemente se quitaban la luz del candil, nos mantuvimos por varios minutos sin movernos, tomando la decisión de bajar por la cresta de esta parte de la montaña para colocarnos en un espacio mas firme, de pronto Rubén me detiene para que vea a mi izquierda la luz del candil y ahí a una distancia indefinida aparecieron dos brillantes ojos que se movían y daban claro a veces uno y a veces los dos, ¡Ahí esta¡ me dice mi compañero y levantado la carabina apuntó dirigiéndome hacia esos ojos no sin antes preguntarle, ¿Veo los ojos muy lejos? no te preocupes apuntale un poquito abajo y yo te ayudo con el peso del arma , no sin antes taparse los oídos no se con que, pero creo que eran con las hojas del árbol mas cercano, el disparo no se hizo esperar, le diste, pero en lugar de escuchar un quejido o maullido, escuchamos fuertemente el rebuznido de un burro que rodó según el ruido como a 50 metros de donde estábamos nosotros, ¡Que buen tiro… en lugar de matar a un oso, mataste a un burro manadero…! nos acercamos a revisar a nuestra presa, exactamente en la parte baja del cuello estaba la herida que le causó la muerte instantánea, bueno comentamos, mañana vendremos por él, para llevarnos la carne y que la procesen para hacerla seca.

Regresamos en donde se encontraba el resto de nuestro grupo conforme fuimos acercándonos se escuchaban las risas, no se si por que escucharon el rebuznido del burro o por que el frió los hacia reír a carcajada abierta; de inmediato apagamos la fogata, ya se imaginaran en que forma lo hicimos dado que no habíamos llevado cantimplora o guaje con agua, el regreso fue penoso por que cuando hay varias opiniones se desvirtúa cual sea la verdadera y en lugar de llegar casi en línea recta al rancho, hicimos un gran rodeo que nos llevó cerca de dos horas llegamos precisamente a las 3:15am. , por supuesto los de la casa se encontraban dormidos, solo don Matías nos señalo los lugares que habían escogido para nosotros y no quedó más que a dormir unos por cansancio y otros por hambre (Chevo y Araujo).