En el pueblo se les recordaba con afecto todos tenían anécdotas o hechos característicos para hablar de sus personas.
En el pueblo se les recordaba con afecto todos tenían anécdotas o hechos característicos para hablar de sus personas. Los médicos de principios de siglo, conocidos por el pueblo entonces de 7,000 habitantes, el doctor Román Garza Gutiérrez, personaje de leyenda, en su casa y botica, ahí frente a la plaza de todo lo cual queda la casa de las paredes largas y un solo aliento de vida. En viejas fotografías aparecen los consultorios de los doctores Margarito y Manuel González, también frente a la plaza; personajes de gran intelecto y reconocida vocación médica. También actuaban en esto de las curación allá por la calle Guerrero, Don Jesús Treviño y otro señor de apellido Morales.
Con mucha nostalgia la gente recuerda los tiempos del doctor Luis de Hoyos, pero el año de 1928, época en la también llegó al pueblo el doctor Martín González. En años posteriores, los doctores Amadeo Garza, Treviño y Muraira. En esa época se inicia también la creatividad médica del doctor Luis Loyola, en aquel consultorio siempre remachado en las calles de Antonio Solís y Zaragoza.
En Bella Vista, la gente recuerda, por 1938, al doctor Montalvo y en la carretera al homeópata Monfort, por esos mismos años
En realidad, no se trata de hacer una relación histórica, sino expresar las ingenuas impresiones que nos causaban aquellos médicos de viejos maletines al entrar a nuestras casas o las visitas que teníamos que hacer a las boticas, aquellas de muchos anuncios en la vitrina y anaqueles en las paredes con puertas de vidrio aquellos médicos que tenían todo nuestro respeto a quienes considerábamos casi sabios; y aquellas boticas a las que veíamos casi como tendajos pero sin cucarachas ni bultos al entrar.
Todo un acontecimiento constituía a visita del médico a la casa familiar, cuando alguien enfermaba. La secuencia era así; ir por el doctor, avisarle del paciente, esperar en la casa la llegada y lo primero que se hacía era sacar a los niños al patio. Se le ofrecía una silla o si no de plano se le sentaba en la cama del enfermo y la plática combinada los síntomas y los diagnósticos con relaciones familiares y nombres de parientes. Después el clásico hervir del agua para la jeringa de la inyección a veces el médico se tomaba un café con leche, luego las recomendaciones donde invariablemente estaba la dieta cuando no una lavativa.
Los consultorios de aquellos doctores eran silenciosos, de poca luz, mientras uno esperaba leyendo la revista Visión o Selecciones, sentando en sillas de madera o en los novedosos muebles tubulares forrados de cuero.
De las paredes colgaba muchas veces el cuadro con el Juramento de Hipócrates, o la escena de Jesús curando a los enfermos, al fondo una puerta con vidrio corrugado no sé por qué pero siempre recuerdo a gente pobre entrando y saliendo de aquellos consultorios.
Los pacientes más enfermos venían a Monterrey, para los análisis era la época en que se hablaba del doctor Ulises a los choferes de los transportes que venían a Monterrey se les encargaban recetas médicas.
Época de actividad médica de personajes como el Dr. Román Garza Garza, en su consultorio de siempre por la calle Guerrero; más de 40 años en el mismo lugar. Del Dr. Rómulo de la Garza, pensativo por la calle Antonio Solís, del Dr. Pedro Mireles y sus ideales del Seguro Social; el Dr. Ambrosio Solís, siempre en su consultorio por la calle de Porfirio Díaz, hasta los tiempos de hoy, el Dr. Adalberto Peña por la calle Mina; del odontólogo Juan Serna, ahí frente a la plaza; el inicio del joven pasante Julio Sánchez Garza en el mismo lugar. Época de otros médicos nacidos del pueblo como Rogelio de la Garza, Manuel González, Ángel Mireles, etc. final de la época de quien no era médico pero curaba con la suavidad de la fantasía, el buen hombre que fue Don José González Sandoval y de Genovevo Villarreal final de la época de Doña Jovita Martínez, que nos trajo al mundo; e inicio de la época de Doña Josefina Valadez de Mascareñas inicio del Seguro Social en el pueblo por 1954, en la calle de Antonio Solís y Zaragoza. Y posteriormente, de la gran obra que fe el Hospital Regional de Salubridad, bajo el benemérito empuje de la gran dama sabinense Doña Virginia Ayala de Garza.
Época en que todos lo curaba la quinina y los tónicos 666, las pomadas y los ungüentos, las píldoras del Doctor Ross, las purgas de Sal de Higuera, los carbonatos y los mejorales molidos con azúcar; inicio de la penicilina y del posterior gran mercado consumista de la farmacología mercantilizada.
Las boticas de la aldea estaban siempre entre abiertas o cerradas; o cuando no, era hora de la siesta y tocabas y tocabas y nunca despachaban
Botica de las calles Mina y Allende, botica de la calle Escobedo, botica de las calles Victoria y Cuauhtémoc. La famosa botica Dolores, botica de Don Pedro Garza y Botica de Don Pablo Flores. Recetas del doctor Martín envueltas en sobrecitos; consultorio clínico del Dr. Román donde había de todo boticas que vendían y no vendían, en verdad nunca lo supe bien, siempre vi entrar poca gente en ellas, boticas de ayer ya no existen ninguna de ellas.
16 de octubre de 1988.