En los días de nuestra infancia la plaza era el centro de un universo conocido. Todo giraba en torno a la plaza, las calles, las idas y venidas a la escuela, el bajar al río o el ir a visitar a los amigos. Todo pasaba por la plaza y ahí se impregnaron para siempre las imágenes que a través de los años nos han acompañado. En ese universo de la plaza, el Cine Olimpia era una constelación de voces, colores y fantasías que durante el día y por la noche nos impregnó una magia muy especial en la existencia aldeana que llevábamos.
Desde pequeños aprendimos que Don Eleazar Cavazos Garza había hecho el Cine Olimpia. Nos decían los mayores que Don Eleazar era el fundador y el propietario de aquel cine plantado en toda forma frente a la plaza…desde entonces conocimos a Don Chalo, como cariñosamente se le llamaba sin que él nos conociera a nosotros… Don Chalo era un hombre fuerte, preciso en sus movimientos; de ojos grandes y cara brillante como el sol. Saltaba a la vista que era un hombre de buen corazón, a todos saludaba y con todos platicaba. Yo siempre vi a Don Chalo como un predicador que se me aparecía tras de alguna puerta del Cine Olimpia… siempre lo vi entrando y saliendo de algún lugar…nunca pasivo, siempre activo. Sucedía también que lo dejaba de ver, pues por días o por semanas no se aparecía por el cine… luego otra vez llegaba y volvía a hacer lo mismo… se decía que Don Chalo venía de Nuevo Laredo, que allá estaba y que tenía su oficio en los ferrocarriles… venía Don Chalo a Sabinas con su esposa Doña Esthela y los formaban una pareja emprendedora.
Cuando Don Chalo, Doña Esthela, Horacio su hijo y su esposa Galatea estaban juntos en el cine, eran días de gran función por lo común los fines de semana… épocas en que el Cine Olimpia se abarrotaba: aquello era bullicio, música y gran movimiento en la plaza. Eran los días en que Don Chalo se paraba en medio del pórtico del cine con los puños de los brazos en la cintura, conversaba con los amigos y a mi me parecía como un mago sonriente… Don Chalo, por sus ojos grandes y su cara de sol, me pareció siempre como un mago que traía el cine en la cabeza, ahí estaba Don Chalo frente a la banqueta barrida y regada, se metía velozmente al cuarto de la taquilla y empezaba a anunciar:
—“Venga y asista al Cine Olimpia, habrá dos magníficas películas en technicolor: una historia de amor y una gran aventura…"—
Don Chalo daba una síntesis de las películas y los pormenores de la actuación, todo el pueblo escuchaba en los patios de las casas o en las mecedoras de las banquetas la narración que hacía antes de las proyecciones…
Era como un cine dirigido que sin ir a él se sabía lo que iba a pasar en la pantalla. Luego Don Chalo concluía:
—“No se quede sin asistir, faltan pocos minutos…después de la siguiente melodía dará comienzo la función”.—
Y la función daba comienzo noche tras noche. Los cinéfilos se recreaban y cual ecos archivados, las noches guardaban las últimas palabras de Don Chalo:
—“Al concluir la melodía dará comienzo la función”.—
Sin variar, esas fueron sus últimas palabras.
Dejé de ver a Don Chalo… en realidad nunca hablé con él, pues yo era un niño que sólo quería ver sin hablar con nadie… Don Chalo se fue a Laredo y ya no volvió al pueblo, sólo quedó su recuerdo y en las noches aún perdura el eco de sus narraciones cinéfilas y la última de sus frases: “Al concluir la melodía dará comienzo la función”.
Horacio Cavazos Flores, hijo de Don Chalo y Doña Esthela, y su gentil esposa Doña Galatea Botello, continuaron la tradición empresarial de las últimas tres décadas del Cine Olimpia. Horacio es un fiel reflejo de su padre y es como él, todo un personaje en el pueblo, un hombre a la altura de la magia y de la bondad de la familia en que se formó: hombre de buen corazón preocupado por sus semejantes y ciudadano patriota.
Si Don Chalo era el narrador de los temas fílmicos, Horacio fue el espectáculo de las funciones de cine antes de que éstas se efectuaran: gritando con Tarzán, aullando como lobo y disfrazándose como los personajes de las películas: indios, robots, marcianos, monstruos, etc…, todo eso como una motivación y una diversión gratuita, todo eso como anticipo de lo que sería la magia de la función.
Así, por décadas, Horacio Cavazos y su esposa fueron los grandes y renovados impulsores del cine en nuestro pueblo. A veces la empresa decaía y alguna vez cerró momentáneamente, pero luego otra vez abría y siguieron adelante…pasaron las décadas de los 70s y los 80s, el Cine Olimpia se renovó muchas veces, se modernizó según las técnicas de proyección, pero los días del cine como función social colectiva, estaban contados. Las antenas de televisión de los años 60s se cambiaron por las parabólicas y los videos aparecieron como mariposas en verano por todos los rumbos…el cine, el viejo cine en su forma cotidiana, integrado a la recreación colectiva del pueblo cual si fuera un paseo a la plaza, perdió funcionalidad. Fue entonces cuando la magia dejó de funcionar, pues otra magia, la de las parabólicas y de los videos, se escondió en los rincones de la casa aislando a las familias unas de otras haciendo de las fantasías un misterio egoísta tan alejado de aquella fantasía colectiva que se observaba en común y se seguía comentando por las calles al salir de la función de cada noche.
Hace muchas noches que las alegres funciones del Cine Olimpia habían terminado. Hace ya muchos años que el Cine Olimpia había terminado. Hace ya muchos años que el Cine Olimpia languidecía y sólo era mantenido por el fervor y el honor legendario de las viejas familias Cavazos Flores y Cavazos Botello. Después de 61 años, las funciones del Cine Olimpia han pasado plenamente a la historia de nuestro pueblo…
28 de mayo de 1991.