Celso Garza Guajardo

Quehaceres y costumbres: Las tardes de remendar

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoSe remendaba la ropa… toda la ropa, la de hombres y la de mujeres… de chicos y grandes… se remendaba sin cesar para que sirviese más y más… se remendaba sobre el remiendo y después todo se convertía en trapos… en trapos para el remiendo y para la limpieza…

El remiendo era una faena casera. Después de lavar la ropa, se separaba lo que debería de ser remendado… en una caja: agujas, hilos, dedal y tijeras, hilos de varios colores, botones chicos y grandes, viejas tijeras caseras que aun quisiéramos tener… una silla y una mesa, unas manos hábiles y paciencia, mucha paciencia para remendar, para encontrarle forma al remiendo, para hacerlo resistente y que no se despegase. Hoy se remendaba una parte y mañana otra… luego se guardaba la cajita aquella que contenía todo lo de remendar… ahí estaba a la vista, pues siempre hacía falta.

Se remendaban las rodilleras, las bolsas y las braguetas… se volteaban los puños y cuellos de las camisas, se quitaban las bastillas y las presillas de los pantalones; se remendaban los calcetines y los calzoncillos, se ponían los botones, se tijereteaba la ropa y lo que no servía para una cosa servía para otra… las prendas daban vuelta, una y muchas veces, hasta que por ahí quedaban guardadas; “para algo servirán”, decía la gente.

Se remendaba mascullando los pensamientos cuando la tarea era mucha, pues lo que había que hacer requería constancia y el distraerse no era posible… se remendaba en silencio, pensando quizás en el día en que se estrenó aquella prenda, o preocupada por cómo crecían los niños o cómo eran “lumbre” para acabarse los pantalones… también se remendaba a ratitos, viendo para la calle para ver quién pasaba… o ensartaba la aguja a la vez que se escuchaba la novela de la radio; se tarareaba una canción y luego con habilidad, se cortaba el hilo con los dientes, eso era cuando el remiendo era algo rápido y el usuario de aquel pantalón no podía salir a la calle porque le faltaba bajarle la bastilla a la encogida prenda.

Remendaban la mamá y las hermanas… se decía que eso era cosa de mujeres… mas los hombres, se decía, también deberían de aprender a ensartar agujas y, por lo menos, poner los botones a sus camisas. Se remendaba porque las cosas eran buenas y se les quería, porque la ropa era de algodón y se le podía acondicionar arreglos. Hoy las prendas son de fibras sintéticas y se desechan. El progreso trajo un aparente bienestar, desahogó el quehacer doméstico pero acabó con una manualidad, lo cual restringió el campo para la virtuosidad en la humildad del vestir.

El remiendo indicaba que las cosas del vestir no eran consumismo, pues la ropa era poca y se le debía utilizar muchas veces… a la del domingo y de días especiales se le guardaban bien en el ropero… con el tiempo, el remiendo por pobreza bíblica y en otras ocasiones por ahorro de comerciante, dejó de usarse; en cambio los closets se llenaron de ropa y las exclamaciones “¡No tengo nada!, “¡Nada me sirve!” y “¡Ya lo usé!”, llenaron las casas, sacando los valores de un modo espiritual de vivir, donde el remedio era oficio y resignación.

Hoy no hay montones de ropa que remendar, pero si hay montones de ropa para deshacer… hoy a la ropa rasgada, desteñida y parchada de ayer, se le ha convertido en un estilo, en una moda que cuesta cara… la pobreza de ayer es el antojo de hoy… hoy quizás ya no necesitamos remendar ropa, pues el mundo está cargado de muchas cosas materiales; sin embargo, requerimos urgentemente cómo poder unir los pedazos buenos que tenemos, cómo encontrar en el viejo costurero los hilos del amor para hilvanarlos a nosotros mismos… necesitamos volver a emprender el oficio de remendar, no tanto para la ropa que cubre el cuerpo pero sí para integrar nuestra alma con humildad… mucho de nuestra alma está raída, encogida y percudida por el peso y el uso de la vida material de ahora; a nuestra alma hay que volverla a integrar en cachitos, con la sabia aguja del sentido común y el fuerte hilo de la sencillez y del bien.

Demos de vez en cuando remiendos a nuestras almas… es el quehacer necesario… la ropa antes era poca, casi única y por eso se le remendaba… así también el alma, es única y por eso hay que cuidarla y remendarla con amor.

26 de marzo de 1990.