Las colchas hecha en casa… de generación en generación se vio y se aprendió el oficio doméstico de hacer las colchas… a veces se les hacía por el simple gusto de tenerlas, a veces por encargo para venderlas, o a veces para regalo en un día especial de boda o de aniversario.
Las colchas… las colchas… una palabra tan rústica nunca ha sonado tan suave… las colchas… no la frazada, no los cobertores, ni las cobijas… cada uno de ellos servía también para lo mismo, pero las colchas era algo así como la síntesis de una modesta elegancia, práctica y estable… en la casa donde hubiera colchas de ese tipo, era indicativo de que había buen orden e igual gusto.
La colchas duraban toda la vida, esa fue la era de su mejor calificación y aprecio que siempre se escuchaba… las colchas estas, de toda la vida, no se vendían, al menos no en las tiendas comerciales… en las tiendas comerciales se vendían otro tipo de colchas, pero la gente decía: “estás son de borra, ésas no son lo mismo”… las colchas de lana, de pura lana limpia, eran hechas a mano, artesanalmente y luego, de la casa donde se hacían, pasaban por obsequio o compra directa del productor a la otra casa donde iba a quedarse.
Las colchas se hacían en casa de los abuelos… “mi abuela hacía colchas·”, oíamos decir en el pueblo; pero sobre todo las colchas se hacían familiarmente en casa de una tía… en aquellos cuartos de jacales largos, en aquellos donde un cuarto siempre se dispuso especialmente para colocar los cuatro bastidores sobre los cuales se estiraba la primera tela de la colcha… cuarto que permanecía silencioso de jornada en jornada hasta que la colcha quedase completamente confeccionada, cuarto casi aislado y al que no se podía entrar por entrar, ni mucho menos a jugar, solamente a realizar aquel trabajo específico… labor de jornadas de media mañana o media tarde para que, al paso de los días, diez o quince, según la pericia y el diseño, aquello estuviese listo.
El quehacer más preocupante en la manufactura de una colcha, era el que se daba previamente con respecto a la lana… se le adquiría sucia o limpia… si había que irla a lavar y luego ponerla a secar… luego lo más especial: cardarla… cardarla pacientemente y colocarla en los “chiquigüites” una primera vez… después de ahí, cuando ya estaban dispuestos los bastidores y la tela, tomarla en partes pequeñas nuevamente para cardarla cual si se estuviese peinado una cabellera y colocarla luego en pequeñas porciones ordenadamente… la tela que iba arriba, la de los trazos y diseños, se cosía y se le bordaba a mano… era el momento de cuando a las agujas se le veía por aquí y por allá, los molotes de hilos, los dedales y las tijeras… eran los instantes de las plenas faenas donde tenía que haber luz, paciencia y silencio… poca plática y, sobre todo, que no entrase ningún niño al cuarto a distraer la faena… así pronto aquella colcha quedaría completamente terminada.
Aquel oficio de hacer colchas en los pueblos compitió todavía hasta hace algunos años con la comercialización de las frazadas y los cobertores… la modesta elegancia de hacer colchas y tenerlas en las casas se fue acabando… el antiguo oficio fue terminado… por ahí quedan aún las últimas mujeres, viejas tías y abuelas que, por no olvidar aquel quehacer, siguen haciendo colchas… escena que antes eran común, pues a través de las rejas de una ventana se podía ver la realización de aquel oficio… hoy, observar hacer una colcha en una casa resulta ser, por demás, una escena extraña.
1 de marzo de 1989.