Al Lic. Juan Jaime Gutiérrez y González “Conde de Agualeguas”, por su entrañable amor al terruño que lo vio nacer
El propósito fundamental de este trabajo es realizar una relación sintética de algunos trozos de la historia del municipio de Agualeguas, Nuevo León, de ninguna manera se trató de abarcar su rica, compleja y variada historia, pues en los repositorios documentales existe tal abundancia de documentos requiriéndose la hechura de varios libros para delinear su peregrinar político, social y económico desde su génesis hasta la actualidad.
“De buena estatura, muy ligeros, andan y corren como un caballo… “
En el territorio que hoy ocupa Agualeguas, deambularon diversas tribus en pequeñas partidas nómadas, dedicadas a la caza, pesca y recolección de frutos y raíces; los colonizadores les dieron el nombre genérico de chichimecas, pero a medida que los ibéricos se adentraron en estas tierras los diferenciaron según sus características particulares, por la designación del topónimo del lugar preferido en sus correrías o en última instancia los llamaron de una manera arbitraria o despectiva.
Las etnias que merodearon por el territorio de Agualeguas fueron los alazapas, gualeguas, cataaras, coyotes, mal nombre, guinaimas, mioles y axipayas, que destacan entre casi el centenar de naciones indígenas localizables en un circuito de cuarenta a cincuenta kilómetros a la redonda.
El capitán Alonso de León primer cronista del Nuevo Reino de León en su magnífica relación fechada el 26 de julio de 1649, asienta que se congregaban en rancherías, consistentes en quince chozas a modo de campanas, formadas en hileras o en media luna fortaleciendo las puntas con otras dos chozas sobre todo cuando tiene guerras “y cuando no, cada familia o rancho o dos juntos, andan por los montes; viviendo dos días aquí y cuatro acullá”.
En cuanto al vestido nos dice: “andan los varones desnudos en carnes; y tal vez se ponen unas suelas en los pies, atadas con unas correas, que llaman cacles, para defensa de las espinas… No difieren las indias de ellos… Ellas cubren sus partes deshonestas con heno o zacate do hilos torcidos que hacen de cierta yerba como lino. Y sobre eso suelen, las que lo tiene, ponerse como faldellín un cuero de venado atrás y otro adelante; éste, más corto, que da a las espinillas; aquél les arrastra un palmo, del cual cuelgan cuentas o frisoles o frutillas duras u otros géneros de caracoles o dientes de animales, que hacen un ruido al andar, que tienen por mucha gala. Suelen traer otro cuero colgado al hombro, como cobija.” (1)
Su fisonomía el cronista la describe como “de buena estatura, muy ligeros, que andan y corren como un caballo, cabellos largos que traen atados con una correa de cuero de venado o sueltos, bien agestados algunos abujeranse las orejas y ternillas de las narices, donde se meten palos, plumas o huesos, por gala; otros se abujeran el befo… Viven libres…” (2)
Los aborígenes de la región eran grandes cazadores y preferían sobre todo el venado, cuya carne consideraban como un exquisito manjar; los varones se dedicaban a cazar al animal, las mujeres se encargaban de ir por él y destazarlo, repartiéndolo entre los de la ranchería. “No hay ave ni animal que no coman; hasta las inmundos ponzoñosos como son las culebras, víboras, ratones y de los demás excepto el sapo y la lagartija.” (3)
Eran muy buenos pescadores para lo cual usaban redes o pescaban con flechas o en última instancia lo atrapaban a mano en las cuevas; después de una buena pesca hacían una especie de barbacoa. Cuando llegaba la estación invernal comían mezcale que era el corazón de la lechugilla cocido en barbacoa, “esta comida es caliente, no de mucha substancia, pues en ese tiempo andan flacos y agalgados…” (4)
En el verano comían tunas y la misma flor del nopal, así como mezquites, sobre todo secos, los que molían en morteros y “puestos en unos petatillos a modo de costales, hechos a propósito o en nopales abiertos, llámanle mezquitamal, es comida de muy gran sustancia, caliente y seca; hácelos engordar en ese tiempo” (5), además recogían otras frutas silvestres, usaron la sal y en sus bailes y mitotes bebían el peyote molido y deshecho en agua, esto los embriagaba y hacía perder el sentido. En caso de no encontrar el peyote en la región lo buscaban en otra comarca “ocultamente o por vía de mercancía, con cueros o flechas que es su moneda.” (6)
Este fue el panorama respecto a los moradores de estas regiones, que encontraron los españoles al asentarse en lo que se llamó el Nuevo Reino de León.
1 Hoyo, Eugenio del. Historia del Nuevo Reyno de León. Monterrey. Ed. Al Voleo. Segunda edición. 1929. p. 1.
2 León, Alonso de. op. cit. p. 37
3 Idem. p. 20