Los diciembres del ayer
Eran los días… el fin del otoño cuando te dabas cuenta de que de frío en friíto venía el invierno… cuando las tardes se sentían más chiquitas y el obscurecer de la noche llegaba pronto trayendo silencio y paz en al ambiente.
Eran los días… el fin del otoño cuando te dabas cuenta de que de frío en friíto venía el invierno… cuando las tardes se sentían más chiquitas y el obscurecer de la noche llegaba pronto trayendo silencio y paz en al ambiente.
Se remendaba la ropa… toda la ropa, la de hombres y la de mujeres… de chicos y grandes… se remendaba sin cesar para que sirviese más y más… se remendaba sobre el remiendo y después todo se convertía en trapos… en trapos para el remiendo y para la limpieza…
La Carretera fue como un relámpago atrapado en un costado de Sabinas Hidalgo. Hacia acá no venía, pero hasta acá llegó la carretera… como un relámpago que de fugaz se transformó en fuerza permanente. No en todas partes, los relámpagos en forma de carretera se atrapan… a veces pasan como ráfagas… éste no fue el caso… aquel pueblo atrapó el relámpago, le dio justificación e incluso le formó un barrio.
El río del pueblo es muy singular… nace en Mina, pasa por Villaldama y Parás, pero se llama Sabinas. Es un río seco, sencillamente seco, de piedras que le brillan al sol entre laderas de la sierra y barrancas silenciosas, recodos perdidos y charcos que fueron o están dejando de ser… en fin, que el río ahí ha estado, lleno de piedras y de jarillas, de árboles en sus riberas y de sabinos ahí donde el agua permanece… por eso se llama Sabinas… Río Sabinas… el río del pueblo.
Nosotros le llamábamos El Barrio de los Colegios… los colegios… las escuelas “Manuel M. García” y “Teresa R. de García”… una explanada en cuadrilongo con cuatro pequeñas calzaditas en diagonales la entrada, niños y niñas en las escuelas, los volantines, los columpios, los resbaladeros y las olas como conos al revés… circundado todo ello por hileras de cubrevientos con sus sombras y ráfagas de aire.
A mí, la plaza me supo siempre a limonada…
Se le empezó a llamar Sonora… Barrio de Sonora… por estar al Occidente, al Occidente como Sonora, pero más bien por marcar un rumbo en la política local desde la década de los veinte, cuando unos jóvenes se incorporaron a la vida cívica revolucionaria siguiendo a los presidentes Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, cabezas visibles del Grupo Sonora.
En el ayer las cocinas del pueblo eran llanamente rústicas y sencillas. No poseían ni las clásicas formas de las cocinas mexicanas del centro del país, ni tampoco eran una imitación del modelo viejo de cocina norteamericana. Eran terraplenes para el depósito de lumbres, brasas y cenizas… a un lado los utensilios de cocinar… el tiro de la chimenea… el hollín y el humo; en cada casa las chispas al salir de la chimenea indicaban el silencioso quehacer que se dibujaba en fumarolas al viento.
Se percibe el paso lento de la claridad del día a la imposición de la noche… en el pueblo por sus calles, dando vuelta al caminar de una calle a otra. Es un momento de paz, de sosiego, como algo que saldrá, sin haber hecho nada por haber hecho todo. No en el día que se va y la noche que llega y aún de eso, la estampa de la vida se detiene interiormente, nos quedamos en él… camino pero nos quedamos en él… caminamos pero nos quedamos adentro… llegamos a donde había que llegar, pero por dentro sabemos que ahí estamos con nosotros mismos.
Improvisados concilios laicos de vecinos arraigados, de viejos y nuevos conocidos por las tardes, al anochecer o los sábados de manera especial, encaminan sus pasos, por necesidad y distracción a la vez, hasta el lugar donde todos tenían algo que decir, oír, ver, comprar o pedir.