Doña Josefina Valadez de Mascareñas

Josefina Valadez de Mascareñas

Personajes ilustres

Radicarse definitivamente en Sabinas Hidalgo

La cuarta decisión importante vino cuando a su esposo se le planteó la disyuntiva de permanecer en Sabinas sin sueldo o ir a servir San Luis Potosí por paga; ambos decidieron que el pueblo que los había recibido les ofrecía todas las posibilidades a que podían aspirar y se entregaron juntos a continuar la tarea de servir a sus semejantes. Sin la búsqueda de los bienes materiales. Sin el afán de acumular riquezas. El uno salvando almas y difundiendo, con la palabra y la acción, las buenas nuevas de salvación. La otra, trayendo al mundo a nuevas criaturas, velando y orando por los enfermos y salvando sus cuerpos de la enfermedad y la muerte física. ¡Hermoso paralelismo entre sus vidas que fueron y son ejemplos dignos de ser imitados!

Recién llegados a Sabinas y en los ratos libres que le dejaba el ejercicio de su profesión que incluía aplicar inyecciones de penicilina cada tres horas, día y noche aprendió a coser y bordar a máquina para ayudar al sustento del hogar y la educación de sus hijos. Los envió a estudiar fuera del pueblo, con el deseo de impedirles el camino de sacrificios y privaciones que ella había enfrentado e inculcó en ellos el deseo de superarse siempre y alcanzar, mediante la constancia y el esfuerzo la culminación de sus afanes e ideales.

No obstante que de sus hermanos había recibido el rechazo a la idea de dejar el hogar para ir a buscar un mejor destino, pudo contar con el apoyo de su madre, quien siempre confió en ella. En reciprocidad, fue la única hija que acogió a su anciana madre y la asistió hasta sus últimos momentos. La recogió, pagándole con creces la confianza en ella depositada y mostrando fehacientemente que había triunfado siguiendo el camino que desde niña se trazó: prepararse para enfrentar un mundo difícil, fundar una familia, construir una casa, educar a sus hijos y ganarse el respeto de sus semejantes mediante una vida plena de entrega a alivio del dolor.

Por otra parte, a sus hermanos siempre les sirvió de apoyo, ya fuera educando a sus hijos o recibiéndolos en el hogar las numerosas ocasiones en que fueron a visitarla. Curiosamente, aquellos hermanos que rara vez o nunca llegaron a su casa, siguieron caminos sociales muy distintos, aun alejados de los valores que ella cultivó en su familia.

Como buena cristiana, asistió puntualmente a los servicios religiosos apoyando la obra evangelística de su marido. Educó a sus hijos en el temor de Dios y el estudio cotidiano de la Biblia, de acuerdo con la mejor tradición protestante.

Promovió de manera entusiasta la evangelización de adultos, jóvenes y niños, participando activamente, año con año en la organización de los servicios especiales de Navidad y Año Nuevo y en las campañas de evangelización promovidas por la Asociación Bautista del Noreste. Igualmente, encabezó las obras de mantenimiento, reconstrucción y de modernización de las instalaciones del templo bautista de Sabinas Hidalgo.

Aún después de fallecer su esposo, fue fiel a sus convicciones religiosas y continuó apoyando la obra de difusión del Evangelio: organizó nuevas iglesias, fortaleció las uniones de jóvenes y llevó a nuevas familias a conocer el mensaje divino. Realizó en su propia casa cultos de alabanza y oración, así como cursos de lectura de la Biblia y de meditación acerca de la palabra de Dios.

Puede decirse, sin temor a exagerar, que abrazó desde su juventud la religión cristiana y vivió de manera intensa los valores que ella le inculcó: amor a sus semejantes y amor a Dios sobre todas las cosas.

El 30 de julio de 1955 ingresó al Instituto Mexicano del Seguro Social como enfermera y continuó prestando sus servicios hasta el 1 de octubre de 1968 en que recibió su pensión por jubilación.

Durante esos trece años extendió su conocimiento del pueblo y sirvió al lado de quienes fueron los directores y empleados de la clínica del IMSS en Sabinas.

Por un tiempo ocupó la casa del velador de la clínica, llegando a convertirse hasta en vigilante de los bienes del Seguro.

El 9 de mayo de 1962 murió su esposo. Dando muestras de entereza, continuó al frente de la iglesia y de su hogar, terminado de educar a sus hijos, sobrinos y nietos que se refugiaron en su casa por diversos motivos. Su formación religiosa le permitió salir adelante en todas las pruebas que el destino le deparó.

En Sabinas Hidalgo ejerció a plenitud el oficio de partera que había aprendido en su carrera como estudiante.

Atendió partos como una necesidad, para completar el raquítico ingreso familiar que significa el salario de su esposo, como ministro protestante. Aplicó a esta tarea su empeño, sus conocimientos y su experiencia para traer al mundo, venturosamente, a miles de sabinenses que, por ese solo hecho, que consideraban un orgullo, le vivían agradecidos.

Atendió partos en una época en que las mujeres preferían la atención delicada y compresiva de una dama al trabajo profesional de un hombre que, en la mayoría de los casos, llegó a estimar como muy valiosos los servicios de doña Josefina.

Atendió partos fáciles, de mujeres prolíficas que rápida y felizmente alumbraban al nuevo ciudadano; partos medianamente difíciles, de primerizas que, sin la debida experiencia, eran fácil presa del dolor y la desesperación. Y partos sumamente problemáticos: con placenta previa, sentados, atravesados, con el cordón umbilical enredado, etc., en los cuales demostró su destreza y serenidad para traer a los nuevos seres con felicidad.

Atendió partos, en fin, en su casa y fuera de ella, en el pueblo y fuera de él, con la ayuda de los médicos y sin ella. Y siempre el éxito coronó sus esfuerzos.