Doña Josefina Valadez de Mascareñas

Josefina Valadez de Mascareñas

Personajes ilustres

Casarse con un ministro evangélico

Fue en Brownsville donde la señorita Josefina Valadez Guerra tomó la tercera decisión importante de su vida. Habiéndose enamorado en Puebla del joven seminarista Octavio Mascareñas Medina, originario de Tampico, Tamaulipas, e hijo de don Manuel Mascareñas Quero y doña Guadalupe Medina Sánchez, aceptó casarse con él y así lo autorizó su madre doña Teresa, cuando acudió a Linares el joven ya convertido en ministro a pedir su mano.

El reverendo George Berumen Mixim, pastor de la Primera Iglesia Bautista Mexicana en Brownsville fue quien los casó en la ciudad texana el 27 de agosto de 1925.

De su matrimonio nacieron nueve hijos, en las diferentes ciudades a donde su marido fue enviado como predicador, radicándose definitivamente en Sabinas Hidalgo, Nuevo León a partir de diciembre de 1939.

Un detalle que la pinta de cuerpo entero lo relató ella misma en un artículo titulado “Una llamada de alerta”, en el número 560 del Periódico “Semana” correspondiente a 1965.

“Un tipo que se creyó muy listo me propuso cambiar mi casa (en Camarón, Nuevo León) que dicho sea de paso, se componía de dos piezas amplísimas en donde celebrábamos servicios religiosos los domingos y miércoles, por no contar con un templo.

Estaba hecha de adobes de ínfima calidad, pero bellamente enjarrada, lo que le daba un aspecto más o menos decente. Pues bien, aquel fulano me ofreció a cambio de la mía, un edificio de 20 departamentos, todos ellos con pisos de cemento y un gran patio donde se hubieran podido tener una Escuela Dominical graduada y salón de actos para reuniones literarias. La desconfianza me mordió muy dentro y entreví el doble fondo de la intención. Visitamos el edificio que estaba al lado de la plaza, es decir, en el centro de ciudad.

Entonces le empaté la pregunta: ¿En que ocupa usted este edifico? Y ¿Sabéis cuál fue la respuesta?. Era un centro de vicio en pleno corazón de la ciudad y las autoridades estaban presionando al individuo para desalojarlo.

Me encendí de ira y le dije: Mire señor, toca la casualidad que tenemos puntos de vista diferentes; usted edificó su casa para rendirle culto al diablo y yo para honrar a Dios, y antes que usted ponga una cochina planta en mi casa prefiero demoler hasta el último abobe. Entonces compraron o rentaron una casa pegada a la mía y empezaron a descargar enseres de cantina y en la esquina sentaron sus reales con un burdel, en donde noche tras noche se registraban crímenes con niños y mujeres.

El pánico se apoderó de mi y más que corriendo llamamos al misionero para que nos autorizara a sacudir el polvo de aquella ciudad maldita y nos prestara algún dinero para comprar aunque fuera un jacal antes de vivir en aquel medio corrompido en donde no había lugar para el Evangelio… nos cambiamos para Ciudad Anáhuac y tal como lo prometí lo cumplí, levanté los pisos que eran de cemento y en cuadros, lo regalamos a una amiga para hacer andadores y levantamos láminas, vigas y puertas y demolimos los adobes y como Lot y su familia, salimos de volada”.

Amó y respetó profundamente a su esposo a quien cariñosamente llamaba “Rey”. Lo admiraba por sus dotes oratorias, su gran voz de tenor, sus profundos conocimientos sobre todos los temas de la cultura y su dominio de varias lenguas, su diestro manejo de la Biblia, su talento musical que le permitía ejecutar al piano las más hermosas melodías y cantar los más bellos himnos y canciones, pudiendo entonar cualquiera de las voces de un arreglo coral o sobresalir entre una multitud por la potencia, claridad y hermosura de su voz.

Lo apoyó siempre en su obra misionera y de predicación de la palabra de Dios. Le permitió consagrarse por completo al estudio del mensaje divino y a la difusión del Evangelio.