Homenaje al maestro J. Arturo Solís Montemayor

Historias familiares

La vocación y el oficio

Llegar a dominar y ejercer un oficio le da congruencia doble a una vocación: por un lado el llegar a ser útil para una actividad que permite vivir y por otro lado, ese ejercicio se convierte en un ejemplo para la sociedad.

Los buenos oficios y los buenos oficiales son reconocidos por la comunidad. El tener un oficio se fomenta en la casa, el que hacer del mismo se logra en el taller o en la escuela. Es en la casa donde se inculca el deber de ser alguien, es en el taller o en la escuela donde se forma el hábito y el empeño.

Los deberes y los hábitos son siempre forja del temple, golpes al temperamento, al carácter y a los conocimientos. A la vuelta y vuelta de cada quien, con los sentimientos y valores naturales, hasta que un día de la vida dice: “Ésto ya está listo”.

Hace cuarenta y ocho años, un aprendiz de mentor, ocupaba su labor, entre bancos, mesas y pizarrones prestados, para asistir al inicio de clases de una escuela normal recién instalada en un pueblo. La figura del saber abría sus puertas.

Desde entonces ese joven inició el camino de su oficio. No habría descanso, ni treguas, ni dudas. El impacto del comienzo fue compromiso perdurable que aún no termina.

Los conocimientos y los deberes compartidos elevan la vida y nos hacen ver las etapas transcurridas joven maestro de 18 años, joven maestro de 21 años de secundaria y de la normal. Maestro siempre con personalidad sólida y con temple para templar: ideales sobre nuevos ideales.

Hubo un tiempo en que el oficio estaba hecho y fue quehacer diario. La definición del oficio se acentuaba. Había que ejercerlo todo como el primer día, como el primer mes, como el primer año.

Educar es transformar y trascender. Educación es el hombre con la sociedad y la patria. escuela es el progreso y la ciencia. Maestro es el verbo de un humanismo que se siente y se proyecta. Cuando todo ello está conjugado, en un tiempo en un solo lugar entonces surge la experiencia invaluable que se testimonia como una obra clásica de la educación.

Es entonces cuando la utopía de una quehacer se consuma, por haber sido larga, resuelta y llena de agobios. Lo irrenunciable se convierte en logro.

Un empeño educativo así le da fuego al fuego de la vida… saber al saber… golpe al golpe para formar… formar existiendo y no existiendo… todos los días en un solo día, todos los años en un solo año… todo el tiempo es hoy. Así es la vida del maestro que sabe cumplir con su deber. uno de esos maestros ejemplares es Javier Arturo Solís Montemayor, cuyos méritos forman parte del gran acervo de la ética pedagógica del magisterio de Sabinas Hidalgo, de Nuevo León y de México.

Los valores son valores vivos cuando se comparten, se ejercen y sabemos decir de quienes lo aprendemos. Hoy lo decimos aquí: del maestro Javier Arturo Solís Montemayor hemos aprendido el valor de la convicción del ser maestro, el apego a la escuela, a la disciplina y el deber. Su lealtad ciudadana y su gran amor a México. Todo ello con autenticidad y franqueza, con la sencillez del trato directo.

Las lecciones aún vibran: sus alumnos normalistas las siguen trasmitiendo… y más adelante, los alumnos de sus alumnos harán vibrar esas lecciones.

Esa es la fragua de la escuela… es el oficio consumado.

El tiempo ha pasado… amamos la vida y amamos nuestro oficio. Hoy el deber impone un acto fraterno: testimoniarle al maestro Javier Arturo Solís Montemayor el respeto por toda su obra educativa.

Estas palabras escritas llevan el palpitar de reconocer a tiempo y en la vida al maestro de casa, al de muchas generaciones de normalistas. Al maestro con todos sus defectos y virtudes pero que al fin de cuenta, con gratitud y con humanidad, nos reconocemos y comprendemos en él a nosotros mismos.

La vida de la escuela y del maestro no terminan, están atadas al verbo de aquel que mueve el cielo y las estrellas… con esa confianza le decimos al maestro  Javier Arturo Solís Montemayor.

¡GRACIAS POR LAS LECCIONES DE SU OFICIO!

Siga adelante… el lucero del atardecer es el mismo atardecer.

Siga guiando… siga con la luz del saber cual si fuera aquel día de noviembre de 1948 en que ingresó a su Escuela Normal Pablo Livas.

30 de marzo de 1996