Profr. Santos Noé Rodríguez Garza

El Alazapa Indomable – Séptima parte

El Alazapa Indomable

Profr. Santos Noé Rodríguez GarzaComió, sestearon y volvieron a la majada tranquilamente. Por la tarde y noche hizo lo de costumbre, cenó y luego se sentó un rato, afuera de la choza leyó mientras hubo luz de día, entró encendió la lámpara y la colgó al centro de la habitación, se recostó recargado en la pared de palos y continuó leyendo, no supo que tanto tiempo, estaba tan interesante lo que leía, pero era necesario descansar, guardó el libro y se preparó para dormir; dulces momentos pasados al lado de la mujer que ama le permiten tener recuerdos que al hacerse patentes llenan de luz el alma, que a ratos se acongoja por la soledad; se acuesta sin pensar más que en el hijo que vendrá, poco a poco la nebulosa síquica que envuelve el espíritu lo cobija y se queda dormido.

En lo profundo del sueño, siente que le hablan y le dicen:

–Ya estamos aquí para conversar contigo.

En el sueño poco a poco se incorpora y se sienta en el camastro.

–¡Volvieron! ¿Ahora que desean?

–Que nos justifiques todo lo que dijiste de nuestros antepasados.

–Al buscar lo primero que encontré de información fue que los españoles les llamaron a todos los indios del norte chichimeca que según Wigberto Jiménez significa “perro”, “hilera o cuerda de perros”, o “chupadores”, según distintas etimologías que se aplicaron en el siglo XVI a los indios salvajes, rebelados contra los españoles desde los tiempos del primer virrey los cuales no se sometieron hasta cuando Luis de Velasco II, se comprometió a suministrarles alimentos. Antiguamente “chichimeca” valía tanto como “errante”, “peregrino” o “inmigrante” y era su significación contraria a la de la voz tolteca que daba una idea de una vida sedentaria y civilizada. Powell nos dice simplemente que la definición de chichimeca era la de dirty dog (perro sucio o incivil). Otra de ellas era la de “chichimecatl” o perro que trae la soga arrastrando.

“Esas eran las estupideces que sin conocer nuestro lenguaje, daban como significado correcto”. –Dijo el indio.

Powell también decía –comentó Mencho–, de la gente que formaban las tribus: “andaba desnuda, sin tener asiento en parte ninguna. Duermen en la húmeda tierra sin tener con que cubrirse, andan siempre vagando al modo de los nómadas… su ejercicio, la caza; sus armas, arco, flechas, macanas y ajorquillas tejidas de hilo, y cañas forradas de algodón, pintadas y adornadas alrededor con plumas de diversos colores; su comida es cuanto hallan: raíces, venados, pájaros, cuervos hombres… no perdonan cosa viviente; las carnes las comen crudas y la uña del dedo pulgar les sirve de cuchillo para desollar animales que matan, para lo cual la dejan crecer mucho… los arcos que usan en sus guerras son grandes las flechas son de caña o carrizo y en las puntas pedernales o varas tostadas, o algún hueso de pescado en lugar de hierro, por que no lo tienen, y en las pinturas que se ponen se diferencian unas naciones de otras, y algunos las envenenan con hierbas, de tal manera, que por poco que hieran con ellas, si no se saca la contra hierba, sin remedio los heridos perecen y a algunos se les cae la carne en pedazos”.

Gil González Dávila, –agrega Mencho– dice: “En su manera de pelear con arco y flechas, desnudos… y si acaso andan vestidos se desnudan para tal efecto, traen su aljiba siempre llena de flechas, y cuatro o cinco de ellas en la mano del arco, para aprovecharse mas pronto de ellas… pelean apartados unos de otros y ninguno se pone detrás del otro… los mas acometimientos que hacen es de sobresalto estando escondidos y salen de repente… de otra arma más, que arco y flecha, no usan, y ésta por cierto es harto dañosa por la presteza que en sí tiene, que se ha visto un soldado tener el arcabuz en el rostro, y darle, antes que pudiese desarmar, un flechazo con que le clavaron entre ambas manos… con ellos no se ha podido pelear en guerra descubierta, porque luego huyen a la sierra y se esconden en ella”. Sus costumbres belicosas y brutalidad eran difíciles de olvidar para quienes presenciaron un enfrentamiento los más crueles eran: Los Apaches, Los Comanches, Los Lipanes; “Son por extremo crueles –sigue diciendo Gil González– a la persona que prenden sea hombre o mujer, lo primero que hacen es hacerle de corona quitando todo el cuero y dejando el casco mondo, como una corona de fraile, quitándole así mismo los nervios, para con ellos atar los pedernales en sus flechas. Sácanle las canillas ansi de las piernas como de los brazos, vivos, y aún a veces, las costillas y otras cien crueldades… traen colgadas por detrás las cabelleras de las coronas que quitan y algunas han sido de mujeres hermosas con cabellos rubios y bien largos, y ansimismo traen los huesos de las canillas para mostrarlos como insignias de trofeos, y aún no perdonan a los cuerpos muertos, colgándolos y metiéndoles flechas por los ojos, orejas, lengua sin perdonar las partes vergonzosas”.

–¡Mírame! ¿Ando desnudo? –Dice el indio– mis pieles son mejor que tu vestuario, son mejores porque si llueve no me mojo, y en invierno me dan calor. ¿Qué dormíamos en el suelo? ¡Sí! Pero sobre nuestras pieles que no íbamos a andar cargando; en cuanto a la comida ignoraban los muy insensatos que era abundante; en nuestro peregrinar comíamos y cazábamos: cíbolos, venados, castores, nutrias, martas, tigres, coyotes, zorras, tlacuaches, tejones, pumas, liebres y conejos, gatos del monte, armadillos, palomas, codornices, paisanos, guajolotes, águilas, tecolotes, lechuzas y cuervos, tortugas, víboras, pescados: mojarras, bagres, robalos, sardinas, anguilas y de fruta había de toda: tunas, comas, anacuas, pitahayas, capulines, mezquites, bellotas, maguacatas y la miel de los panales, también teníamos calabacillas que al secarse nos servían para hacer música.

“Dicen: las uñas les servían como cuchillos para descuerar los animales; no eran las uñas, eran los dedos gordos los que usábamos, como también ustedes lo hacen, nos sirven para despegar el cuero, teníamos pedernales que le poníamos a las flechas, por lo tanto sabíamos hacer cuchillos. ¿Qué comíamos la carne cruda? ¡Mienten! Porque conocíamos el fuego y lo utilizábamos para cocer nuestros alimentos, cocíamos el corazón del maguey y de la lechuguilla para hacer bebidas si algunos no lo hacían era por que eran flojos; alegan que peleábamos desparramados y no hacíamos la guerra uno detrás del otro, no éramos tan tontos, si fuésemos así, si la bala no le pegaba al primero le daba al que venía detrás; querían que peleáramos al descubierto, que ingenuos: ellos traían caballos, cascos y armaduras, por lo tanto nosotros nos refugiábamos detrás de los árboles y las rocas y no éramos blancos fáciles”.

¡Si! Éramos muy crueles, ¿Sabes tú por qué? –Siguió diciendo el indio.

“Cuando a Luis de Carvajal se le envió a gobernar el Nuevo Reino de León se le otorgó el permiso de llevarse cuarenta indios consigo para su atención y las de su casa. Con el tiempo de uso se degeneró, Carvajal entraba a los pueblos y sacaba a la gente que podía servirle, porque la forma de repartir la riqueza fue La Encomienda, que era el pueblo que se señalaba a un encomendero para que percibiera los tributos y aprovechara los servicios personales que aquel debía dar a la corona real; la legislación que las regía varió mucho: nunca pudieron extirparse los abusos a que daban ocasión; Diego de Montemayor otorgó mercedes para las rancherías de indios, y Martín de Zavala utilizó el mismo procedimiento que Carvajal”.

“Un ejemplo fue el otorgamiento de mercedes, extensiones de tierra que incluían a la gente que las trabajaría. También la venta o el traspaso de tierras incluía las rancherías de indios. Por lo tanto los indios se convirtieron en un gran negocio, se podían vender, traspasar, alquilar y hasta heredar. Cuando llegaban a capturar a los indios, no importaba la edad, sexo ni las condiciones físicas, nada era más importante que capturarlos”.

“Siempre que se realizaba una entrada, se conservaban unos cuantos indios para obsequiarlos al gobernador, como una especie de ofrenda por permitirles la captura”.

–Dime ¿Quiénes eran más crueles? ¿Los conquistadores que venían a usurpar una propiedad que no era de ellos, matando y robando a sus habitantes. O los nativos que lo que hacían era defenderse, y con coraje vengarse de la crueldad con que trataban a sus familias?

–Los mismos cronistas españoles comentan, –dice el indio–: “la intención de las entradas a los pueblos era la de saquear gente que les sirviera o bien, para recuperar los que hubiesen escapado de los encomenderos. Las entradas se hacían sólo cuando escaseaban los indios en los alrededores, es decir, cuando ya no había en las cercanías ningún indio, los españoles y los encomenderos optaban por viajar largas distancias hasta donde se encontraran los indígenas”.

“Para poder capturar indígenas exitosamente, primero se les espiaban, luego se les acorralaba y finalmente eran atrapados. Los hombres los amarraban con lazos al cuello, las mujeres y los niños iban sueltos. Una vez que eran capturados los indios se les trasladaba a pie hasta el lugar donde servirían y trabajar. Los que podían escapar de la tortura que les esperaba era sólo aniquilando a los españoles que se interpusieran en su camino. Algunas de las madres indígenas preferían matar a sus propios hijos, con tal que no se los llevaran a las misiones para explotarlos. Por que una de las mejores ventas era la de los niños, ya que crecerían dentro de la misión de quien pudiera pagar el precio, y desde muy jóvenes la explotación comenzaría. Pero no sólo los dueños o arrendatarios tenían bajo sumisión a grupos indígenas, también comunidades o personas religiosas eran dueñas de mercedes e indios”.

–Te das cuenta? hasta los religiosos que venían predicando el amor que según ellos nos daba un hombre que fue sacrificado en la cruz; tenían esclavos indígenas que explotaban: hombres, mujeres y niños que decían ellos que educaban y luego los vendían, y muy bien vendidos.

“Te pregunto: Si eso no es crueldad ¿Qué es? ¿Acaso, amor al próximo? ¿Sabes cómo era la vida dentro de las haciendas?”

“Cuando nos tenían concentrados en las haciendas, los encomenderos nos quitaban a nuestros hijos, para que tanto los hombres como las mujeres realizaran sus actividades diarias obligatorias. Los hombres en el campo, en la producción, con el ganado, todo lo que eran trabajos pesados. Las mujeres buscaban alimentos para sus hijos y esposos, tales como hierbas y raíces. Aunque también se les empleaba en los servicios domésticos, y permanecían más tiempo dentro de la casa del patrón y en algunas ocasiones vivían dentro”.

“Por las noches, al terminar el día y la jornada de trabajo, nos repartían mazorcas (2 ó 3 por familia) para alimentarnos. Después nos encerraban en los galerones para evitar que nos escapáramos. Pero quienes hubieran cometido alguna falta eran castigados en prisión o bien, poniéndoles pedazos de madera pegados a la pierna, al brazo o al cuello”.

“Tanta injusticia y tanto sufrimiento templó aún más nuestro carácter, luchábamos hasta morir por no ser prisioneros porque siéndolo nos esperaba una vida de miseria, sacrificio y dolor; a todos los grupos del norte del país les llamaron Chichimecas, nosotros a los que nos llamaron Alazapas porque vivíamos en el norte llegando hasta las márgenes del Río Bravo, no pudieron dominarnos, sabíamos pelear y defendernos, nos refugiábamos en la sierra, asaltábamos los lugares donde se habían establecido y nos llevábamos los caballos que aprendimos a manejar mejor que ustedes; nos sirvieron bastante no sólo para escapar sino para luchar casi en igualdad de circunstancias”.

“Si tanta miseria y tanto dolor no justificaban nuestro proceder; ¿Qué crees que lo justificara? ¿Acaso la bestialidad que tus ancestros utilizaban para tratar de someternos porque ellos querían brazos fuertes para que les hicieran el trabajo y les ayudaran a enriquecerse?