Celso Garza Guajardo

La Familia: Los últimos días de mi madre

Aquellos años que soñé
Celso Garza Guajardo

 

Esos días y todos los días de la vida de mi madre fueron iguales… fueron días de amor. En esos últimos días nada cambió en ella. Todo fue amor. Ahora esos días siguen sólo diferenciados por el hecho de que sus días son de paz y los nuestros de más luminosidad. En vida nos cobijó a todos y al morir se encendió en nuestros corazones la nueva luz que ella nos generó con su partida.

Celso Garza GuajardoEsos días y todos los días de la vida de mi madre fueron iguales… fueron días de amor. En esos últimos días nada cambió en ella. Todo fue amor. Ahora esos días siguen sólo diferenciados por el hecho de que sus días son de paz y los nuestros de más luminosidad. En vida nos cobijó a todos y al morir se encendió en nuestros corazones la nueva luz que ella nos generó con su partida.

El sábado 10 de febrero (1990), a las 13:15 Hrs., en el Hospital Civil de la ciudad de Monterrey, en el cuarto 412, falleció nuestra madre. Después de un día entero de agonía en el cual la fortaleza de su corazón y el camino de vivir alargó su existencia para que todos pudiésemos estar con ella. Fueron 24 horas de lágrimas, rezos, frases amorosas y ruegos con las miradas… silencio del dolor hasta las exhalaciones finales… aquel dulce ser se marchaba rodeada del profundo cariño de todos. Por más de una hora, quienes ahí estábamos congregados; el padre, los hijos y las hijas, los amigos, el cura, el pastor, el médico y quienes por suerte llegaron de visita; todos juntos, unos con lágrimas y otros con palabras de consuelo y de resignación por más de una hora la serena y hermosa figura de nuestra madre en su lecho de muerte. Aquellos momentos se han grabado en mí para siempre, ni un detalle de todo el sublime paso de su vida al más allá se apartará de mi memoria.

Habíamos internado a mamá el jueves 8 de febrero, a mediodía. Gustavo fue por mí al trabajo para avisarme de la urgente decisión del Doctor Horta de tomar tal medida por ser el hospital el lugar indicado, dado el moderno equipo para los estudios médicos, el diagnóstico y la medicación adecuada. Florinda, Tati y Mayla estaban en la casa, mi madre salió casi sin poder caminar de ese su hogar en Cerro del Obispado Núm. 122, Col. Puentes, para ya no volver. El traslado al hospital fue de ternura esperanzadora. Sólo en un breve susurro mamá me dijo muy despacito que ya todo era inútil, mas sin embargo ella cooperaba en todo.

Las atenciones en la sala de Urgencias del Hospital, fueron de excelencia. Todo el equipo médico estuvo presto para los distintos análisis que se hicieron; en eso llegaron Teresita y Dora Alicia, más luego Gloria Elena y Angélica. Después de los estudios se le subió a su cuarto. En la tarde de ese día jueves todo parecía tranquilo, tan es así que yo mismo le informé a mi hermano Óscar el hecho de que mamá estaba muy bien. Nos quedamos hasta la media noche de ese día y Dora Alicia hizo la guardia. Muy temprano llegó Nena en la mañana del viernes, junto con su esposo Rubén, pues se harían de urgencia nuevos estudios. En el transcurso del viernes toda la familia se congregó en el Hospital y el cuadro médico cambió por completo. En la media tarde, el doctor nos dijo a todos que mamá esta muy mal; a mí en lo personal me había explicado unos momentos antes el cuadro clínico. A partir de ese momento empezaron las 24 horas de agonía. Llegó el sacerdote y después un pastor, todos llorábamos, sin embargo mamá resistía. La noche del viernes y la mañana del sábado fueron de vela continua; unos llegaban a una hora y otros a otra, pero todos le veían, le decían cosas, ella ya no hablaba, sólo su corazón latía con fuerza. Los nietos también estaban presentes, uno de ellos, Manuel, joven estudiante de medicina, colaboró con todo profesionalismo. La noche del viernes fue de dura pena de la agonía y todos los que estuvimos ahí nos damos gracias por haber vivido esos momentos.

Mi madre había sido operada el lunes 15 de enero en el Hospital San Vicente. Estuvo en ese lugar hasta el sábado 21. El día 17 de enero fallecía en Río Bravo su hermano Juan, el sepelio fue en Sabinas Hidalgo al día siguiente, a mamá le ocultamos el deceso… nuestra madre no se reponía de la convalecencia, se desmejoraba más y más y comía poco, casi no se paraba, los médicos y las enfermeras se hicieron algo común en la casa en esos días; todos los hermanos se turnaban para cuidarla de día y noche. Teresita y Juanita fueron como dos hijas más; Tati y Mayla venían desde Sabinas. Dora Alicia y Gloria Elena hicieron ejemplares esfuerzos. Nena, fiel todas las mañanas, le llevaba sus alimentos. Angélica se dolía profundamente. Óscar pasaba con serenidad la prueba y Gustavo, Juan Ramón y yo nos hacíamos presentes… los nietos se echaban sus vueltas. Los estudios y los medicamentos aumentaban, se hacían listas y se revisaban constantemente las guardias para no dejar a mamá sola ni un instante.

Nuestra madre había caído enferma el 16 de diciembre, se pensaba que era un resfriado dado la epidemia de gripe que había y lo frío de esos días; todos los hijos fuimos de inmediato. Fue el médico familiar, se tomaron placas de Rayos X, se dieron medicamentos. Esa Navidad no hubo fiesta en la casa de Sabinas, además de que el tío Juanito seguía desde octubre enfermo en Río Bravo, mamá nos urgía el ir a verlo. Para esos días empezamos a suponer que el mal era aún mucho mayor… como presintiendo que era el último diciembre junto con la abuela, los nietos hicieron con todo entusiasmo un festival de cantos y poesías el día 26. Mamá contempló todo desde su cama y papá desde la sala.

El fin de año transcurrió en incertidumbre, no había mejoría. Teresita va a California y regresa en los primeros días de enero; el día 8 va a la casa y dos días después las auscultaciones y los análisis revelan un cuadro totalmente complicado. Florinda, Angélica, Mayla y Tati, junto con Teresita, son las primeras en enterarse del diagnóstico médico. Mamá debe ser operada de urgencia. Esos días y esas horas fueron de extrema meditación y de solidaria hermandad, todos dispuestos a cooperar con la casa y con mamá. Nuestra madre nunca había estado enferma de nada de gravedad ni había pisado ningún hospital por internamiento, pues sus diez hijos habían nacido todos en casa.

Mamá era el centro de todos nosotros y cada quien la quería a su forma, entrañablemente, Se nos agolparon las vivencias y el cariño por ella. Yo empecé a recordar las sensaciones de los cuatro y cinco años junto a ella, en su regazo, en la casa de los abuelos por las calles de Escobedo y Mina. Para todos nosotros, mamá había sido ejemplar consuelo, constante conducta y mejor consuelo diario en el hogar. El engrandecimiento de nuestros valores morales de trabajo y de hogareño y abnegación de madre. Su cátedra de quehaceres y de empeños se resumió en nosotros. Cientos de recuerdos y de lecciones se repasaron, todos entendimos que por el amor que ella nos tenía aprendimos también a valor el amor de todas las madres, supimos por ella la grandeza del amor de cada madre por sus hijos, pues mamá siempre nos habló de nuestra abuela Josefina, así nos formó una cadena que esperamos continuar; el amor de mamá por su madre, el amor de ella a nosotros, el amor de nosotros a ella y el amor de todos nosotros a todas las madres.

Desde la casa, primero en Sabinas y luego en San Nicolás de los Garza, donde vivió a partir de 1967, nuestra madre se ganó el cariño de quienes la conocieron, de los vecinos y de todos los que iban a su hogar por cuestiones familiares o de trabajo de los hermanos.

Los últimos días de nuestra madre fueron igual de completos que todos los días de su vida, fueron días de hogar con sus hijos.

En suma de virtudes maternales, el hacer el saldo de su vida, con humildad reconocemos que fue mucha mamá para nosotros. A ella damos gracias, pues nos dejó tanto a favor, que seguirá siendo la fuente de fecundas lecciones en todos los órdenes de nuestra vida.

Los últimos días de mi madre siguieron siendo días de amor al prójimo y de buena voluntad en todo; así nos formó y así nos encaminó; por eso, el último día, entre la agonía del viernes y del sábado, fue el momento en que empezó para nosotros una nueva vida. El último día, la agonía y la muerte, nos encendió la fortaleza durante la nueva luz para vivir.

Gracias, mamá. Estarás con nosotros siempre.

20 de febrero de 1990.