Le diste vida a los árboles
Que le dieron nombre a mi pueblo.
Los viejos abuelos de nuestra historia
los que fundaron la aldea,
aquellos que vivieron en jacales,
en casa de adobe, de sillar y de piedra,
trabajando la tierra y cuidando animales.
Los que se convirtieron en polvo en el
doblar de los siglos.
¡Ellos te sabían querer entrañablemente!
Fuiste inspiración escondida
que mantuvo latente el existir
del caserío, de las labores y haciendas.
Tus acequias fueron brazos maternales
tus bordes y compuertas,
austera equidad
para mitigar sequías.
Tu dabas y los hombres compartían.
La historia pasó y la aldea fue enterrada
la Villa palideció maquillándose de ciudad…
y parece ser que ya no quieren saber lo que fuiste.
Te venden al dinero y te despojan del silencio y de las sombras.
Hoy te invaden multitudes que perdieron la paz
y que tu sufres penitentemente.
¡Oh, si tan sólo se detuvieran a ver el agua
cuando nace de la tierra!
Las lluvias, los árboles y los pájaros
son tus fieles y viejas querencias.
Te dan a ti lo que tu les das a ellos:
pureza, protección y cantos de perdón.
¿Qué te dan los hombres de ahora?…
No lo se… no lo se…
Déjame, mientras tanto,
recordar que hace tiempo
un poeta te dijo:
lo que hoy de ti se está perdiendo
es este lugar de encanto,
bajo la fronda tan quieta
si no se siente un santo,
se siente uno poeta.
Y en su amoroso descanso
de la vida en dulce calma,
diálogo con el remanso,
el remanso de mi alma.
Para volver a verte con esos ojos
meditaré en los veneros del manantial
junto a los sabinos y con sus pájaros carpinteros.
Seguiré el vuelo al atardecer
del San Martín Pescador
y preguntaré a los vientos
que silban en la cuchilla.
¿En qué consiste la magia de vivir con la naturaleza?
Para no ser expulsados nuevamente del paraíso
de este que tenemos a la mano
en forma de oasis
a la altura del barranco
en las faldas de la sierra
al doblar el río que penetra al valle,
al que sólo es justo entrar
con el alma de un San Francisco de Asís.
19 de marzo de 1984.