Era un mueble de madera, sencillo y de uso constante… integraba junto con la mesa y la chimenea o estufa, según el caso, el conjunto básico de aquella cocina familiar.
Era un mueble de madera, sencillo y de uso constante… integraba junto con la mesa y la chimenea o estufa, según el caso, el conjunto básico de aquella cocina familiar.
El trastero tenía un lugar asignado en la cocina de cada casa… cocina que a veces era la mitad de un cuarto o un cuarto especial, o un pequeño jacal anexo… donde fuese la cocina, allí estaba el trastero; pues era, si no indispensable, sí lo que daba más el toque de que la cocina era cocina… no sólo la chimenea, no sólo la mesa, también el trastero.
El trastero deviene de los antiguos tablones que existían empotrados en las paredes de las viejas casonas, cubiertos con grandes puertas llamados en aquel tiempo “alacenas”… mas el trastero, el que nosotros conocimos, era un mueble rústico y práctico, al cual se le asociaba con los “trastes”, porque se suponía que allí se guardaban algunos trastes o vasijas. El solo pronunciamiento de su nombre indica un lugar común en la cocina.
En el trastero se guardaban platos, vasos, cucharas y, por lo común, la jarra de agua que los niños regalaban a las mamás cada 10 de mayo. Era el lugar donde se dejaban “guardaditos” de monedas, alguna feria que quedaba del diario, también donde estaban recados, recetas y papeles viejos de la cocina… por ser un mueble al cual todos los de la casa tenían acceso, siempre se dejaba algo para alguien en él, y entonces era usual escuchar “¡Ahí está en el trastero!… ¡ahí en el trastero te dejo esto… o lo otro!”.
En el trastero, además, estaba la despensa, toda la despensa de la casa consistía en escasas bolsas de harina, frijol, arroz, azúcar y manteca… despensa que se guardaba en los conocidos botes de lata o si no en las usuales bolsas de mandado. Se guardaban también, entre sus espacios, las cosas más diversas: algún tónico 666, la emulsión de Scott de aceite de hígado de bacalao, una pequeña botella con “infundia de gallina”… en los vidrios se pegaba una novena de San Judas Tadeo, o una estampa de San Ramón. Era el tiempo en que el refrigerador aún no estaba generalizado y no se había incorporado el bote de basura como integrante usual de los enseres domésticos.
El trastero era, junto al mosquitero y un pequeño plato de frutas o verduras, el vigía regulador de todo lo que se consumía en aquella casa.
Hubo un derivado del trastero, ese sí ya desusado por completo: el trastero de pared, el cual consistía en 3 ó 4 tablas labradas, con bastidores a los lados en donde se recargaban platos y se colgaban cucharas. El trastero de pared se adornaba con hojas de papel periódico recortado.
Al viejo trastero se le pintaba y repintaba, y a la vuelta del tiempo tenía tres o cuatro capa de pinturas diferentes.
En la ya histórica “Mueblería Morales” del pueblo, se vendieron después vitrinas… vitrinas que eran trasteros y que fueron los últimos que hubo en circulación, luego apareció la línea blanca, los muebles de lámina y fue entonces cuando el trastero de pie y de pared empezaron a desaparecer por completo.
Los que aún quedan en uso son reliquias del anterior diseño de los muebles de cocina… se fue perdiendo el trastero no porque se acabaran los trastes, sino porque el trastero se le fue, rumbando –como le dicen en el pueblo– por aquí y por allá, hasta que acabó destartalado en el patio… cuando esto sucedió, ya se había dejado de oír por completo aquello de “¡Sí, ahí en el trastero!”
16 de enero de 1989.