Celso Garza Guajardo

Los lugares y los rumbos: El jacal del abuelo

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoDesde donde vivíamos, el jacal quedaba muy lejos; teníamos que atravesar la carretera hasta llegar al barrio que llamaban “El Tajo”, antes estaba el barrio de “La Cagarruta”… después solamente seguía el camino a Garza Ayala, a Los Colorados, a Parás.

El jacal era uno más entre muchos jacales… ahora es el único. El jacal va con el siglo, está donde mismo… lleno de tiempo pretérito, lleno de vida que se fue, esperando el tiempo futuro.

Nadie lo habita, nadie cabe ahora en él… se llenó tanto de añejo tiempo que los nuevos tiempos se alejan indiferentes.

Cuando vivía el abuelo, el jacal era importante, porque antes los jacales era importantes y porque aquellos hombres veían en el abuelo a una persona respetable, poseedora de una rústica sabiduría.

Cuando el abuelo cerró sus ojos para siempre, el jacal y quienes le habitaron pasaron a ser historia… empecé a conocer esa historia durante los domingos, durante unos domingos de algunos años adolescentes. Llegar al jacal era una caminata por territorio más afuera del barrio propio… platicar con el abuelo no era fácil, primero saludarle, luego observar el momento, empezar a preguntarle y terminar a tiempo… mis platicas con el abuelo no pasaron de veinte minutos durante algunos domingos de escasos años… más ello fue suficiente para retroceder un siglo en el tiempo y continuar sus lecciones hasta el presente, hasta el mañana.

La primera lección aprendida fue el respeto que me impuso sin decirme nada… únicamente con su presencia, por el montón de años que llevaba encima y la dignidad de trabajo con que los vivía.

¿Cuándo nació? ¿Cómo era la vida de antes? ¿Y los hacendados? ¿y la Revolución? ¿Y Carranza? ¿Y Villa? ¿Cómo eran las escuelas? ¿Cuánto ganaban? ¿Dormían en el monte? Las majadas… ¿qué eran las majadas?.

El abuelo contestaba de manera concreta y explicita. Si preguntaba mucho más, me corría y me mandaba a comer el caldo de res que siempre hacia la tía Lupita…

—¡Ya me voy!
—Que te vaya bien
—Vuelvo el otro domingo
—¡Vete con cuidado!

Un domingo regresé y le leí mis primeras poesías… el calificativo fue que no me dijo nada. Yo me quedé muy serio pero después él afirmo… “Sigue escribiendo… eso es bueno”.

Otro domingo le pregunte: “Oiga, y ese Catarino Garza ¿Qué era de usted?”, “Nada, él era de Texas, le fuimos a combatir en el Rancho Las Tortillas, allá por Guerrero, Tam.… Era un buen hombre, luchó antes que todos por la Revolución”… veinticinco años después me gané un premio de investigación científica universitario.

Al correr el tiempo que se le terminaba, el abuelo enfermó… ya caía, ya no caía… a veces yo le ayudaba con su pequeño tanque de oxigeno. Esos domingos ya no platicábamos, todos sabíamos lo que iba a pasar. Él, mejor que nadie. Por eso, una mañana de febrero de 1959 se marchó en silencio… fue el único día que llegué al jacal sin ser domingo pues creo que era jueves; cuando llegué, su cuerpo yacía en el camastro aquel del cuartito que le servía como tendajito, ultimo trabajo fecundo de su vida.

Se sacaron los muebles del jacal. Mi padre trajo un ataúd de ésos de madera, sólo de madera, sin lujos ni adornos. La muerte es sensible dolor cuya dignidad sólo requiere reflexión y total respecto…

La gente del pueblo, de todos los barrios, acudieron al sepelio. Por la tarde se emprendió la marcha al camposanto. La carroza era aún de aquellas de a caballo. De extremo a extremo la caminata todos a pie platicando y meditando, siguiendo al abuelo a su última morada.

Se dijeron palabras… el primo Pablo habló fuerte y sencillo. Yo me despedí arrojando tres puños de tierra:

  • El primero de gracias por las lecciones que me dio.
  • El segundo de perdón por el “gorro” que le ponía.
  • El tercero, de recuerdos por siempre.

Así es… por eso siempre que paso por el jacal que está en lo que era la orilla del pueblo, saliendo a Garza Ayala, recuerdo al abuelo nacido en 1870 y que respondía al nombre de Brígido Garza Jiménez. Sus méritos fueron los mismos de todos los abuelos que cruzaron la permanente escuela de la vida y nos enseñaron el mejor de los alfabetos: del trabajo.

El jacal está solo… pero las lecciones no se olvidan.

25 de febrero de 1986.