Celso Garza Guajardo

El banco del carpintero

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoEl banco del carpintero era como una alcancía de recuerdos al revés: las señales de los serruchos, los martillazos, los golpes y los brochazos que recibía constantemente, expresaban los esfuerzos del carpintero por obtener el sustento diario.

El banco del carpintero parecía como clavado al piso, formado de maderas gruesas aguantando el pesado trabajo y la jornada diaria del carpintero, siendo con los años su más fiel escudero de labores artesanales.

En el banco, el carpintero conjugaba voluntad y fuerza, pasiones e ingenio para darle forma a las maderas con los precisos movimientos de los instrumentos de trabajo que desfilaban por el banco sin cesar.

El banco era el centro de trabajo de la carpintería, en el lugar de todas las operaciones; era también la mesa de plática de los amigos que pasaban a saludar y el confesionario silencioso de las mortificaciones de su dueño al compás del golpeteo de un martillo por la tarde.

El banco era como un estrado de una incansable de ruidos graves y agudos, donde el carpintero tenía la batuta y el control de todos los instrumentos: lo mismo echaba a funcionar el ruido y acompasado serrucho que el cepillo firme y cadencioso; le daba vueltas al hiriente torniquete que clavada y desclavada con el martillo, rasgaba con los escoplos y los formones, a rasgaba con la espeluznante escofina. Y así, todos los demás, instrumentos de una carpintería.

De aquel escenario de ruidos quedaban por la tarde montones de aserrines y virutas, pedazos de tablas y de astillas como saldos de las puertas y ventanas acabadas, quedaba también un cuerpo cansado meditando.

Cuando la faena del día terminaba, las herramientas regresaban ordenadamente al cajón. Se acomodaban de un por uno, cada cual en su lugar, cada cual dándole paso a la otra.

Todo cabía en el cajón de herramientas del carpintero.

Si en el cajón diariamente se guardaban las herramientas, el banco retenía de la misma manera la añeja sabiduría del carpintero: el tamaño, la forma, lo macizo de su estructura y las escoriaciones de todos los tiempos en el banco indicaban algo del espíritu, de la disposición y el carácter del carpintero.

Así, el banco quedaba solo, sin herramientas, sin tablas y sin carpintero. Quedaba solo, con las nuevas señales del trabajo diario, con las nuevas heridas sobre las viejas heridas y con los nuevos golpes sobre los viejos golpes.

No he vuelto a ver esos bancos de los carpinteros. De los carpinteros de antes. Creo que quedan pocos. Quedan pocos como aquel banco del carpintero, alcancía de recuerdos al revés, donde no siempre, en derecho, fue asiento de la quisquillosa diosa de la fortuna… por el contrario, era mucho el trabajo y poca, muy poca, la paga… al menos para los carpinteros viejos de los pueblos…

4 de octubre de 1985.