Celso Garza Guajardo

De la inundación de 1851 a la de 1988

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoPor ese año la situación era ya demasiado crítica… se venía padeciendo un prolongado período de sequía, además de que la zona fronteriza era asolada continuamente por bandas de forajidos norteamericanos que después de la guerra con los Estados Unidos arrasaban estas regiones; junto a ello estaba también el hecho de los constantes ataques de partidas de indios comanches que periódicamente caían sobre las rancherías. Debido a la escasez de agua para la agricultura, los pleitos entre los hacendados y los vecinos, se incrementaban. En resumen, la situación era crítica a mediados de 1851.

Los habitantes del pueblo acudieron a su religiosidad para implorar que lloviera y decidieron solicitar a la Parroquia de Bustamante que les prestaran al Cristo Señor de Tlaxcala para que realizara la bondad de hacer llover urgentemente.

El Profr. Francisco J. Montemayor cuenta en su libro de la siguiente manera aquel hecho:

Se buscó la cooperación del vecindario reuniéndose fuerte suma para traer “Al Señor de Tlaxcala”; milagroso santo, que al decir de los creyentes, haría con su poder que las nubes se licuaran sobre el cielo del pueblo y del valle todo, anegando los campos, haciendo que el río se creciera para que las milpas no se perdieran y el terreno todo se cubriera de abundantes pastales. Este santo, moraba en la iglesia de Bustamante y desde allá lo trajeron, en nutrida romería; todas las noches la procesión recorría las calles del pueblo; rezando con fervor; implorando la bendición de la lluvia; y como “la fe mueve las montañas”, según dijo el MAESTRO, hacia la última noche del novenario el cielo encapotó de gruesos nubarrones y hacia la hora “de los primeros gallos”, empezaron a caer gruesas gotas de lluvia, que rebotaban en los techos de los jacales y hacían caer briznas de pìta resecas. ¡Santa y sencilla fe del pueblo que cree en lo sobrenatural y que la ley de compensación premiaría pródiga!. El río amaneció “bramando”; los pastores cuyos chinchorros pastaban hacia el lado de “Los Tajillos”, del “Rincón de la Anacua” o de “La Loma Larga”, hubieron de llevarlos hacia el Norte: a “La Cañada del Brasil” o “Al Alto de la Coma”.

Se acabó el pleito por el agua, en aquella mañana de septiembre hacendados y vecinos amanecieron preparando los útiles de labranza, aperos y semillas, para que, cuando la tierra “diera punto”, al tardo paso de las yuntas, abrir con “el arado de San Isidro”, en la amorosa tierra el hondo surco donde se depositase la semilla que habría de dar “el pan nuestro de cada día”.

O sea que, en agosto de 1851, el vino torrencial aguacero característico y el río se creció formidablemente. Se creció tanto que su segundo brazo lo que comúnmente se conoce como Calle de Piedra, se llenó también de agua y tomo su cauce natural. El pueblo volvió a ser una cañada rodeada de torrenciales aguas. Se inundaron las partes bajas e incluso también la iglesia. Aquella situación alarmó a las autoridades y al vecindario y fue entonces cuando se pensó en construir el bordo para evitar que se saliese el agua del río por su margen izquierda y quedase por todas partes rodeado de agua el pequeño poblado.

El bordo se construyó en la margen izquierda, al poniente del pueblo, atrás de donde hoy están los panteones que en aquel año aún no estaban en ese lugar. Por otra parte, tampoco existía el Barrio del Alto, había ahí sólo unos cuantos jacales y se le conocía incluso con el nombre de Barrio de los Pobres. Fue tanta la alarma de aquella inundación, que se llegó a formular toda la propuesta de trasladar todo el pueblo a dicho lugar, o sea, aproximadamente a donde hoy están las escuelas “Manuel M. García” y “Teresa R. De García”.

El pueblo siguió creciendo hacía la parte norte. En 1881 se dio una nueva creciente del río y ya para entonces la población llegaba hasta la hoy calle de Mier y Terán. Fue entonces cuando se pensó en construir un bordo al bajar de la sierra para canalizar las aguas del Arroyo de la Morita para que éstas no se desparramasen sobre el pueblo. La inundación de 1909 y la de 1938 hicieron pensar seriamente en reforzar tanto el bordo del río como el bordo del arroyo de la Morita. La creciente de 1938, prácticamente destruyó el puente de la carretera cuya construcción era, en mucho, de madera. Luego vinieron las crecientes de 1945 y algunas menores de la década de los 50s, hasta la creciente de 1967, con el ciclón Beulah.

La creciente del Río Sabinas, con motivo del huracán “Gilberto” del 16 de septiembre de 1988, obliga a una reflexión: todo río es un cauce natural que a través de los siglos y de los milenios de la naturaleza, tiene su razón y plena justificación. El río debe ser tratado y respetado como tal, no invadido ni menospreciado por estar seco por largos años. La construcción de viviendas pegadas a las márgenes o en el pleno del mismo, es un hecho irresponsable que con el tiempo trae lamentables consecuencias. El río debe ser cuidado y saneado ecológicamente. En él y sobre él únicamente. Debe de estar lo que el propio río reproduzca.

La ciudad puede y debe seguir creciendo, pero respetando las formas y los cauces de sus ríos y arroyos, por más secos que parezcan… ellos no causan las tragedias… las tragedias son causadas en lo fundamental por la imprudencia o mala planeación del urbanismo.