
Aquella calle Escobedo de nuestra niñez, aquella calle que en ese entonces era de doble circulación, cuando por ella y transitaban pocos vehículos de motor, pero eso sí muchos coches y carretones.
Aquella calle Escobedo de nuestra niñez, aquella calle que en ese entonces era de doble circulación, cuando por ella y transitaban pocos vehículos de motor, pero eso sí muchos coches y carretones.
Habría viaje a la ciudad de Monterrey y teníamos que estar temprano en la esquina de Escobedo por la acera sur, se oía a lo lejos un claxon que iniciaba la aproximación de aquel autobús legendario de los mil y un viajes, aquel autobús verde manejado por Don Manuel Ibarra; era conocido como el autobús de las siete, el autobús a Monterrey, el autobús verde o el autobús de Don Manuel. Toda una odisea el viaje a Monterrey, el observar la cantidad de álamos a la orilla de la carretera al pasar el puente sobre el río Sabinas, llegar a la Hacienda Larraldeña y recoger pasaje, continuar por aquella larga cinta de asfalto hasta llegar a la angosta y sinuosa Cuesta de Mamulique. Hacer una parada obligatoria para una revisión fiscal, disfrutar de un jugo o un refresco en el puesto de Morones. Llegar a Ciénega de Flores, parada oficial en el Restaurante de la “Tía Lencha”, saborear unos ricos tacos de machacado y un café de olla caliente; continuar el viaje, llegar a los edificios de Cervecería donde apenas empezaba el caserío del Monterrey de aquella época, llegar a la oficina ubicada por la calle Cuauhtémoc cerca de la calzada Madero. Un viaje a Monterrey en el autobús de Don Manuel Ibarra.
Garza Inocencio