Fecha en que todos recordamos a nuestros seres queridos en el poblado era un día de risas, lágrimas y amor, era muy común ver en el camposanto a gentes llorando por los que se fueron, a otros rezando frente o alrededor de la tumba del ser querido, pidiendo al todopoderoso por el eterno descanso, del alma del que ya estaba en esa, que es nuestra última morada, también se podía ver a gentes alegres al encontrarse con un familiar, un amigo a quien tenían tiempo de no saludarlo.
Afuera del panteón a los vendedores de caña, elote y naranjas, a los señores que hacían la limpieza de las lápidas y las cruces esperando el llamado de alguna persona para que limpiaran, blanquearan, pintaran o recalcaran el epitafio de la lápidas y las cruces y del barandal de fierro que circundaba la tumba.
Por la tarde de ese día había un rumboso baile que por lo general se llevaba a cabo en el Barrio Norte en Colorados de Abajo y en el local de la escuela. Las muchachas lucían sus más bonitos atuendos.
Los bailes de ese día ya no son tradición, he aquí aquello que dice, El muerto al pozo, y el vivo al negocio.
Algunos vallecillenses al morir eran llevados con música al panteón, eran gentes muy alegres que así lo pedían, en los últimos momentos de su vida. Esta petición había que cumplirla para que el muerto descansara en paz y dejara en paz a sus sobrevivientes.
Juan Manuel González Sánchez
Cronista de Vallecillo, Nuevo León