La guerra que los norteamericanos impusieron a México desde 1846 y que culminó con el despojo de más de la mitad del territorio nacional, implicó fuertes conflictos posteriores que ocasionaron numerosos incidentes fronterizos, que iban desde los grupos de bandoleros que se dedicaban al pillaje en las poblaciones cercanas al Río Bravo, hasta las bandas de soldados que invadían nuestros pueblos, causando muertes y atropellos incalificables.
Las quejas de ciudadanos mexicanos eran numerosas ante las autoridades, denunciando los despojos e injusticias que soldados norteamericanos causaban y, también, no eran menos las protestas de nuestros vecinos que eran víctimas de bandoleros mexicanos; por ello en 1872, el Presidente Sebastián Lerdo de Tejada nombró una comisión para que hiciera una investigación al respecto y le informará el resultado.
Esta comisión cumplió su cometido y redactó un informe dirigido al Ejecutivo de la Unión que se publicó en 1874 con un cúmulo de datos sobre la situación de la frontera, en el período comprendido de 1848 a 1873. Este documento se integra con tres secciones: una exponiendo los problemas fronterizos; otra relativo a las tribus nómadas y los desmanes que cometían y la última, con una gran concentración estadística de las tribus rebeldes.
Para desarrollar la investigación se recurrió a testigos testimoniales de los hechos y a los archivos de los pueblos visitados.
La situación objetiva de la región fronteriza sufrió fenómenos de gran profundidad por la modificación de la línea divisoria entre nuestro país y los Estados Unidos, lo que trajo consigo una aguda desmoralización de la población ?nos dice el investigador J. Reséndiz B.? víctima del bandolerismo, filibusterismo, contrabando, abigeato y las depredaciones de las tribus inasimiladas…
Los incidentes de pillaje y bandolerismo se sucedieron con frecuencia a lo largo de casi tres décadas, constituyéndose bandas de grupos armados que se dedicaban al robo de ganado, la persecución de esclavos negros que huían hacia México, o simplemente que penetraban a nuestro país en busca de poblaciones para practicar pillaje de la peor especie, dejando a las comunidades en la destrucción más bárbara e inmisericorde, mediante el saqueo salvaje y criminal.
La Comisión Pesquisidora, en su informe al Ejecutivo de la Unión, hace una extensísima relación de incidentes fronterizos en el período de que hablamos y, entre ellos, se refiere a lo sucedido en Sabinas Hidalgo el 17 de julio de 1848, cuando una banda de soldados norteamericanos saquearon nuestro pueblo con la suma de arbitrariedad y barbarie de que son capaces hombres que han extraviado los más elementales principios del humanismo1.
En el Archivo General del estado encontramos el informe que el alcalde Julián Salinas presentó al Gobernador, cinco días después, sobre los trágicos acontecimientos, asimismo, hallamos la lista de los sabinenses afectados por los asaltantes2.
Una partida de 56 soldados americanos salieron de Matamoros y por las poblaciones del Río Bravo hasta Guerrero, avanzaron hasta Sabinas Hidalgo con la mira de comenzar aquí sus depredaciones logrando encubrirla con una astucia indecible.
El 16 de julio llegaron a Sabinas por la mañana, pidiendo cuartel y forraje que el alcalde suplente Juan Ángel Martínez les proporcionó; información que iban a Monterrey con el objetivo de incorporarse a las tropas que marcharían a la Alta California. El día y la noche trascurrió sin incidentes sospechosos; se distribuyeron por el pueblo, sin armas, estableciendo el cuartel a las orillas u conviviendo con los sabinenses, haciendo compras con toda naturalidad; todo orden y tranquilidad.
El día 17 por la mañana, colocaron su fuerza en la plaza y varios grupos de seis u ocho soldados, se plantaron en las casas de más importancia y enseguida el comandante yanqui recurrió al Alcalde en funciones para que, junto con el cura, se presentaran en el Ayuntamiento, bajo el pretexto de enterarlos de una orden de su General Woll que estaba en Camargo. Los integrantes del Ayuntamiento y el cura Párroco se presentaron confiados y al estar en el edificio, el jefe norteamericano ordenó cerrar las puertas y con tres soldados más les apuntó con sus pistolas, amenazando con voz severa y con el reloj en la mano que en quince minutos le proporcionaran 65 mil pesos y que de no ser así, daría la señal de un tiro para empezar el saqueo del pueblo.
Ante tal situación y la amenaza de muerte con pistola al pecho, don Juan Ángel les hizo ver que el pueblo era de pocos recursos y no era posible disponer de esa suma, pero ofreció que les daría cuanto hubiera y rodeado por los facinerosos comenzó a entregarles lo que tenía en dos casas, suplicando a los dueños que hicieran lo que el jefe yanqui pedía para no ser víctimas si desobedecían.
Al llegar a la casa de don Francisco Santos, éste se negó a entregar nada, argumentando que su riqueza esa escasa; ente esta actitud, el Comandante se sintió engañado o desesperado y disparó un balazo que de inmediato el saqueo, invadiendo las casas, disparando sin discriminación robando y matando personas que tuvieran la mala suerte de estar en sus casas en aquellas horas de ignominia:
Siguiéndose luego el saqueo con su estrépito propio de gente bárbara que no ha conocido la civilización.
Condujeron al Alcalde a su casa entre el jefe y varios asesinos con las armas preparadas, exigiéndole el dinero que tenía y lo colgaron ahí mismo al inconformarse con el resultado obtenido, delante de su esposa e hijos que le rodeaban en el momento del dramático espectáculo: le hacen exhalar el último aliento en aquel tormento que sólo puedo escoger la barbarie de aquellos asesinos sin piedad.
Lo robado ascendió a la suma de $ 17,094 pesos, medio real, incluyendo alhajas y prendas.
Los asaltantes mostraron interés sólo por el dinero, despreciando otros objetos que los vecinos le ofrecían: para contentar la saña de unos bárbaros que no cesaban de amenazar con la muerte…
Julián Santos al describir los trágicos hechos al Gobernador, le pide solicite a los Estados Unidos la indemnización por los daños causados, ya que los bandoleros traían su bandera.
Cometido el atropello, la banda de facinerosos se dirigió a Villaldama, donde repitieron los hechos con la misma saña y brutalidad.
1. Ver informe de la Comisión Pesquisidora… reproducción facsimilar del Archivo General del Estado de Nuevo León, Monterrey, 1984.
2. AGENL. Correspondencia de Alcaldes Primeros, Sabinas Hidalgo, 1848. caja 8.