A principios de 1990, entre la primera década y la segunda, entre 1900 y 1920, cuando el tiempo era otro y el pueblo se dibujaban en la tierra, en el polvo de las calles y en el amanecer de cantos y gallos.
Era otra vida… y era la misma vida a la vez, sólo con la diferencia de que había más tiempo para soñar y preocuparse por los problemas.
Se entró al nuevo siglo, con todo el tiempo el mundo tal y como se dice… con todo el tiempo para vivir y ver lo que se iba a vivir… ¿qué fue de esas vidas, cuáles fueron sus historias, cuándo se apagaron esas velas?… y los que aún están con nosotros qué nos dicen y quién escribirá sus historias.
Cada una de sus vidas mereció y merecerá un día el ser contadas y ejemplificadas… muchas de ellas, vidas en el sublime anonimato o en las constantes de altas y bajas de existencia.
Cada vez que sabemos de la muerte de un viejo del pueblo, de los que pasan de ocho y nueve décadas, nos preguntamos por la suma de todas sus circunstancias y de todas las etapas que le tocó recorrer y nos imaginamos su vida como una novela quijotesca autobiográfica… como toda una vida que se va con el siglo.
En esos personales de los que nacieron con el tiempo de este siglo están las historias para aprender, para comprender y para amar. En la memoria de los que nacieron con el siglo están las reflexiones compartidas para entender la vida y comprendernos entre todos.
La vida se hereda en el tiempo y en ese tiempo nosotros lo heredamos a otros, sin saber muchas veces el valor de lo que heredamos ni lo mejor que deberíamos de hacer para incrementar esa herencia.
El olvido es la enfermedad del tiempo… es una enfermedad benigna, se puede curar, pero se cura desde adentro, no en la superficialidad… se cura con sentimientos y con la voluntad de transmitir las lecciones de la vida en la cátedra única que se da en familia al servicio de la comunidad.
Aquel pueblo donde nacieron los que principiaron el siglo era un Sabinas Hidalgo rural, de agricultores y ganaderos, de labriegos y de peones, de artesanos y de trabajadores de oficios varios que en suma apenas rebasan los siete mil habitantes… un pueblo de caminos de carretas, de corrales y rebaños y de solares de media cuadra… un pueblo que vivía en la cultura y la educación, en el nacionalismo desde la república juarista y porfirista imperante, que vio explotar la revolución de 1910, que participó de las convulsiones sociales de las décadas siguientes y que supo unirse al progreso de la electricidad, al teléfono, el telégrafo hasta la culminación de la obra de la Carretera Nacional en 1930… un pueblo que saltó al progreso y supo llevar siempre el bagaje de su identidad cultural e histórica.
Hay tantas vidas por recordar que no caben ni en el olvido ni en la memoria… tantas cosas para contarse que solamente entre todos se puede decir, pues sencillamente como anotó Alfonso Reyes: “Todo lo sabemos entre todos”.
En la memoria de los viejos que aún quedan, en cartas y documentos que se guardan en el viejo ropero y en amarillentas fotografías, las informaciones necesarias para lograr dicho objetivo… para hacer entre todos una cadena de los años y recuperar los ideales y los sueños de lo vivido por las primeras generaciones de este siglo. En suma, saber más de la vida de nuestros bisabuelos, abuelos y padres.
Como dice la canción: “el tiempo pasa” y todos los ayeres son fantasmas que cada quien puede recuperar a su arbitrio… ¿te acuerdas del abuelo?, ¿a dónde fue el hombre aquel de la esquina?, ¿a dónde se fueron los que vivían enfrente?, ¿dónde están los que antes estaban y los llegué a ver cuando yo era pequeño?
Los otoños han pasado y estamos en el último otoño del siglo… las hojas han caído y los viejos árboles han muerto de pie… hojas y polvo de los tiempos se van por las calles y veredas al panteón del pueblo, como una corriente viva de paz y de armonía que nos impulsa al mañana, al resto que nos falta por vivir.
13 de noviembre 1999