Celso Garza Guajardo

Los Oficios: Los rebaños de cabras

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoSeguido observaba las polvaredas, por las mañanas y por la tarde. Escuchaba el hablar asilado y el ladrar de algunos perros. La figura de unos hombres caminando, con sombreros y con huaraches, con morrales y con machetes. Con sus cantimploras, tirando piedras y silbando… los animales iban apareciendo… eran los rebaños desde la bajada de la calle Guerrero, jugando en las anacuas entre la acequia y el río.


Dejábamos de jugar para ver pasar los rebaños. Unos detrás de otros, con breves intervalos. A veces nos acercábamos a ellos. A veces las mismas cabras venían hacia nosotros.

Eran todavía los años 50s. Eramos niños silvestres y andariegos como las cabras. Un día quise seguir un rebaño de cabras con la intención de saber quién seguía a quién, si el rebaño seguía al pastor o el pastor seguía a las cabras; pues a veces parecía que las cabras no se movían sin la presencia y sin los gritos del pastor. Quería seguir un rebaño, sentirse que lo dirigía; cortar ramas de huizaches, gritarles a los animales y lanzar piedras con la nigasura a todo lo que se moviera. Dos amigos mas y yo sacamos permiso para ir de paseo a las paralelas: Homero, Cornelio y yo nos agenciamos nuestros lonches, las nigasuras y nos dispusimos a esperar un rebaño de cabras en el río la bajada de la calle Guerrero, antigua calle de San Juan o también Calle del Picadillo… esperábamos y nos inquietábamos… ¿cuál rebaño seguir?… ¿y si se enoja el pastor… y si los perros nos ladran… y si nos perdemos… “y si nos sale un león?”, dijo Cornelio… “no seas zonzo, aquí no hay leones, sólo gatos monteses”, dijo Homero… “pues es lo mismo”, “no, no es lo mismo”… “es lo mismo del susto”… Por fin terminó la discusión cuando pasó el primer rebaño.

Le seguimos, aparentando como si fuéramos cazando pájaros. Los pájaros volaban y nosotros también. Así nos alejamos pronto del rebaño y del pastor, llegamos a los “Siete Sabinos”. Nos bañamos en trajes de Adán…”¿Oye, y las cabras?” “Espérate, ahorita nos alcanzan”. Nos dio el medio día. Ni nosotros supimos de las cabras ni creo que las cabras se hayan interesado en nosotros. Nos topamos luego con unos amigos mayores del barrio que estaban haciendo un caldo de mojarras… “¡órale, pesquen algo y les damos de comer!”… no pescamos nada pero nos dieron caldo.

Nos fuimos juego a las Paralelas. “¿Oye, y las cabras?”. “Quien sabe, pero por aquí llegan en la tarde a tomar agua, ¡vamos a esperarlas!”.

Qué sabroso el caldo de mojaras… ¿cuándo hacemos uno nosotros?” “¿y las mojarras, cómo las vamos a pescar?” “¿con las manos?”… “no, mejor con anzuelos… compraremos unos en la casa de Beto Chapa, ahí valen cinco centavos”… Seguimos platicando en las Paralelas, mientras en el cielo los zopilotes volaban lenta y constantemente.

Más tarde el rebaño apareció de regreso. El pastor nos reconoció. Lo abordamos y le hicimos mil preguntas. Le interrogamos que hasta dónde había ido y nos dijo que hasta La Cuchilla. Le preguntamos que si se le perdían las cabras, que si las conocía a todas, que si le hacían caso, que si les tenía medio, que si no le salían animales, que qué pasaba cuando llovía… que… toda una cantidad más de preguntas a las cuales el pastor contestó con calma, hasta que nos dijo que se iba porque las cabras ya estaban muy lejos. El pastor se fue gritando y tirando piedras.

Nosotros nos regresamos asoleados, con los pantalones mojados y con la experiencia de haber estado cerca de un rebaño de cabras y, sobre todo, de haber platicado con un pastor.

Al día siguiente contemplé otra vez el paso de los rebaños de cabras y así muchas veces. Hasta que las cosas cambiaron y hoy, muchos años después, ya sólo veo las polvaredas de los rebaños de cabras en los recueros.

6 de agosto de 1985.