Celso Garza Guajardo

El entorno personal: Crónica de un encuentro indispensable

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoEl sábado 12 de mayo de 1990, a las 20:00 Hrs., en la Biblioteca Nacional de la Ciudad de México se realizó el Encuentro de los Intelectuales y Personajes del Mundo de la Cultura con el Papa Juan Pablo II. El patio central de la vieja ciudadela de México fue el escenario de tan importante evento, el último, oficialmente, en la larga jornada de trabajo de Su Santidad durante esa semana en la República Mexicana.

Mil trescientos personajes de la cultura nacional: Filósofos, escritores, periodistas, artistas, pintores, historiadores, maestros, etc., de todos los estados, invitados a través de la diócesis eclesiásticas, nos dimos cita para saludar al Sumo Pontífice y recibir a su vez el mensaje pastoral sobre el campo de su trabajo.

Predominaba en el ambiente el pensamiento católico, pero había también personalidades de otras tendencias ideológicas, políticas y religiosas. Pero sobre todo predominaba un eje central de coincidencia de todos los participantes: el profundo respeto a la personalidad religiosa y de estadista del Papa Juan Pablo II y la concordancia básica con sus tesis de reevangelización del mundo de nuestros días.

A ese encuentro de intelectuales con el Papa Juan Pablo II, el suscrito asistió bajo la muy honrosa invitación de la Diócesis de Nuevo Laredo, Tamps. y por atentísima solicitud del Pbro. Héctor Viejo Mireles. Mi asistencia fue como Cronista de la Ciudad y Director del Centro de Información de Historia Regional de la Universidad Autónoma de Nuevo León. La convicción de participación fue por el profundo cariño hacia los destinos de mi patria grande: México y de mi patria chica: Sabinas Hidalgo.

Previamente habíamos estado al pendiente de todo la gira pastoral de Juan Pablo II. Compartimos la posición de talento y de ecuanimidad histórica del gobierno mexicano, así como también el principio reevangelizador del Papa Juan Pablo II para México y los países de América Latina. La secuencia de todos los textos, misas, sonrisas, lágrimas y súplicas de Su Santidad las fuimos viendo como síntesis de la mejor vocación humanista de todos los tiempos y reafirmaciones del gran valor moral del hombre en el fin de este milenio y su entrada al siguiente.

Cada mensaje del Papa Juan Pablo II, según el tema y las circunstancias a las que iban dirigidos iba hilvanando un conjunto de lecciones de las que se podían extraer formidables enseñanzas en todos los órdenes. Sus palabras al arribar y sus textos de Durango y Monterrey, sin desmerecimiento a ninguno de los pronunciados en los demás lugares, revivieron la admiración que ya existía por este gran padre de la grey católica y primer gran estadista del mundo de hoy. Su función nos parece a veces más integradora de los habitantes del planeta, que parcialmente religiosa.

Asistimos a la cita: Al encuentro de los intelectuales mexicanos con el Papa. El encuentro en realidad lo hizo el Papa, pues dijo sobre la cultura lo que todos sencillamente queremos decir y que se nos diga a la vez. Nos dijo lo que queríamos oír. Nos dijo lo mejor que podemos hacer cada uno de nosotros sobre la cultura… por eso, al terminar, todos le aplaudimos con emoción y sinceridad. Su mensaje a los intelectuales no fue dirigido a su cerebro, sino a sus corazones. No fue el saber de datos que se asientan en notas, sino a la sabiduría que sensibiliza el alma; no fue para hacer más sobresalientes a los sobresalientes ahí reunidos, sino para que éstos se dirijan a las raíces del mundo mexicano y vean que desde antes y hasta ahora ahí está el manantial de lo que pueden saber. Todos los asistentes, al terminar el evento, salimos convencidos de la gran valía universal, humanista, filosófica y teológica de Juan Pablo II. Sus palabras sobre la función social de la cultura nos clarificaron el camino en el que estamos trabajando. Por ello, nosotros en lo particular, no fue un encuentro formal, de etiqueta y de renombre de estar cerca del Papa. Fue, en cambio, un encuentro indispensable para cargar las baterías de la existencia en las tareas evangelizadoras por la cultura en el mundo de hoy.