Celso Garza Guajardo

Los lugares y los rumbos: Las moliendas

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoImágenes que no se borran

Las hubo en grande… dejaron de ser más nunca han querido terminar por completo. Quedaron las formas y las ideas transmitidas de generación en generación… a veces en pequeño aparecen causando agrado y el recuerdo se agranda.

Las moliendas… cañas y aguamiel, peroles, fuego y piloncillo… una tarde en el pasado para la mañana sin olvidos.

En los informes de los pueblos durante la colonia y el siglo XIX, se daban siempre los datos sobre el número de ganado mayor y menor, caballar y mular y las fanegas levantadas en las cosechas, además de ellos se incluía el número de carga de piloncillo. En 1821, en el Real de Santiago de las Sabinas se produjeron 150 cargas de piloncillo. Una carga estaba formada por cien piloncillos envueltos en hojas de caña y amarrados con pita en su costal. Quizás esa producción sería la carga de tres o cuarto carretas. Hacia 1822 se registraron 2,020 cargas de piloncillo. La últimas décadas del siglo pasado y las primeras tres décadas del presente, las moliendas estuvieron en auge en Sabinas Hidalgo. Estaban cerca de las acequias de los hacendados. Unas por el rumbo de la Haciendas Larraldeña, otras por las labores en la salida a Garza Ayala… estaban, en fin, donde ya no están, donde sólo hay que imaginarse que estuvieron.

Saliendo del pueblo en el camino a Garza Ayala, cuando aquello eran labores, estaba la Molienda de Don Guadalupe Morales Garza. Cerca de allí, la molienda de Don Abundio Mireles y la de Don Jesús González. Luego, más al norte, más allá de los compartidores, la molienda del Dr. Román Garza Gutiérrez, después la de Don Simón Montemayor y luego la de Don Ramón Garza Amaya.

En la Hacienda Larraldeña, la fructífera molienda de Don Jesús García, en gran producción, funcionando con molino de agua. Lo mismo la molienda de Don Anselmo Garza. Por los compartidores de Bella Vista, otra molienda y más allá hacia el norte, la de Don Antonio González.

Quizás hubo más… quizás las sequías o la abundancia de lluvias hacia aumentar y disminuir las moliendas y sus períodos de trabajo… más fueron tantas y por tantos años que nuestros padres y abuelos hablaron siempre de ellas y el eco nos ha rebotado.

En un lugar del campo hay que imaginarse un día de moliendas: cerros de cañas y un molino para triturarlas; los hubo de madera y después fueron de fierro… un tiro de mulas en redondel girando en dulce epicentro y el aguamiel como arroyuelo viscoso, el perol en el horno a fuego de raíces y mezquites, el liquido hirviendo y las espumas se evaporan y se eliminan… la faena ha tomado forma… el fuego y el manejo de la pala de madera tratan de buscar el punto, el punto que solamente el puntero sabía encontrar.

El punto estaba dado, el perol se sacaba del fuego y el piloncillo tomaría forma y cuerpo en los moldes a llenar… en cuadros de arena o entre rejas los moldes reposarían.

Las cañas o se regalaban o se vendían simbólicamente… todo el día con un cañuto masticándose… caminar y caminar en torno a la molienda viéndolo todo… viento fresco y pálido sol, la tarde caía llevándose el tiempo… vuelta a casa, cargando cañas, llevando botellas de aguamiel y bolsas de piloncillo.

Las moliendas de noviembre, diciembre y enero, la siembra de cañas y a tiempo almacenar la leña para los hornos.

Las tardes cayeron para todas las moliendas. Allá por 1930 dejaron de ser lo grande que fueron… el piloncillo se escondió para que luciera el azúcar.

Como añoranza del pasado, de vez en cuando una molienda. Como reloj del tiempo al revés que busca alejar el olvido,  dándonos tiempo a todos para que las imágenes no se nos borren… para retocarlas.

Bien por las imágenes no borradas de las moliendas… bien por la molienda chiquita, casi dibujada que ayuda a recordar.

9 de febrero de 1987.