Profr. Santos Noé Rodríguez Garza

El Alazapa Indomable – Sexta parte

El Alazapa Indomable

Profr. Santos Noé Rodríguez Garza
Fresco, perfumado y muy limpio se dirigió a la peluquería de Don Manuel Garza Fernández que estaba en la esquina sur/oriente de Escobedo y Zaragoza; para cuando llegó ya había gente esperando; saludó y entabló conversación, les comentó de sus sueños; cada uno fue dando su punto de vista y platicaba lo que había escuchado de las gentes grandes.

Cuando le tocó su turno, Don Manuel opinó que lo más sensato era que conversara con el Profr. “Panchito” Francisco J. Montemayor, que era de los que más sabían de Historia y que le había comentado que estaba escribiendo un libro.

Salió muy contento de las dos horas de charla que tuvo con sus amigos por que los conocía a todos; se encaminó al sur rumbo a la Calle de Piedra, en ésta dio vuelta al oriente, rumbo a Porfirio Díaz, en la esquina sur-oeste estaba la cantina de Don Nicolás Saldaña, volteó a ver para el norte, rumbo a la subida de la Casa de los Zepeda y divisó una persona que venía bajando montado en su bicicleta, lo esperó porque lo había reconocido era el Prof. Panchito, se saludaron y Mencho le comentó que deseaba tener una conversación larga con él y si aceptaba y no andaba muy ocupado, le invitaba una cerveza para que conversaran, el Profr. Montemayor aceptó, recargó la bicicleta en la orilla de la banqueta y entraron a la cantina, saludaron a Don Nicolás y se fueron a sentar en la mesa del rincón para poder platicar sin que los interrumpieran; pidieron cerveza Indio, y comenzaron la conversación.

El Prof. Panchito escuchaba con mucha atención lo que Mencho le decía; al final comentó que por la descripción, era un indio Alazapa a quien se refería; le hizo mención de todo lo que él sabía de los indios de la región y le dijo que para que tuviese una idea de lo que había sucedido en la conquista, le iba a facilitar un libro escrito por Gonzalitos y una copia de unos apuntes de Alonso de León, también le facilitaría para que tuviese una idea amplia de la conquista en todo México el libro de Bernal Díaz del Castillo “La Conquista de la Nueva España” aparte de los que pudiera conseguir con las gentes que en el pueblo tienen biblioteca. Se despidieron amablemente y quedaron de verse pronto.

Mencho se regresó a casa muy contento y tranquilo, ya sentía hambre; cuando llegó: su esposa lo esperaba con un puchero de res, cocinado con todo tipo de frutas y raíces (camotes, papas, membrillos, manzanas, elotes) y verduras, como a él le gustaba; comieron sabrosamente y después se fue a dormir una siesta en una cama suavecita, como hacía mucho tiempo no lo hacía; con el efecto de las cervezas se quedó profundamente dormido y soñó que la pareja de indios lo había seguido al pueblo, y vinieron a visitarlo.

–¿Qué andas haciendo acá? ¿Por qué te viniste?

–Vine a visitar a mi esposa

–¿Vas a volver para seguir la conversación que dejamos pendiente?

–En unos días, tengo varios asuntos que arreglar

–Entonces nos vemos, y se desaparecieron

Cuando despertó: ya pasaban de las cuatro de la tarde y lo primero que hizo fue comentarle a su esposa lo que había soñado.

–Te puedes enfermar si no te quitas esas ideas de la cabeza.

–¡No te mortifiques! ¡No son malos!, lo que quieren es que los escuche, tratan de justificar la fiereza que usaron contra los primeros españoles que llegaron a estas tierras y es interesante conocer sus puntos de vista, ya que nadie se preocupó por escribir lo que pensaban y no quedaron testimonios escritos por ellos.

El resto de tiempo que le quedaba en el pueblo (pues el trato con Trine era de cinco días) se dedicó a liquidar cuentas y a cobrar los cabritos que había vendido; compró la mercancía y lo que le hacía falta: pues acostumbraba quedarse en la majada un mes; entre lo que compró estaba una lámpara de petróleo de las que se cuelgan en un gancho y dan muy buena luz a los alrededores; pensaba dedicarse a leer los libros que le facilitó el Prof. Panchito.

Se acordó de las piedras que venían en el costalito de las monedas, se las dio a su esposa que se sorprendió del brillo y lo hermoso que estaban, –las guardas y un día sacas una y se la llevas a Don Paco Cázares y pídele que te diga qué metal es. No le digas de donde las traje, ni que tenemos más.

El tiempo de receso se le hizo muy poco, pasó volando, la convivencia con su esposa fue maravillosa, era una mujer muy dulce y comprensiva; tenía una mirada penetrante: con ella te acariciaba o te reprochaba sin hablar una palabra, su carácter era fuerte y apacible; pero si la provocabas explotaba de una manera tal que pensabas que era otra persona; él la había conocido cuando siendo estudiante la veía pasar camino a su trabajo, la saludaba y conversaban, en ocasiones le permitía que la acompañara hasta la puerta del lugar donde trabajaba; en el ir y venir de la vida se fraguó una amistad muy sincera y muy noble, y culminó con el anhelo de todo humano vivir juntos hasta que el destino los separe; se casaron y su papá le regaló un terreno a Nemesio por la calle Cuauhtémoc y él construyó una linda casita, donde en una aureola divina se envolvía el amor de dos seres predestinados a ser felices.

Se despidió de su esposa que le hizo muchas recomendaciones, –¡Cuídate mucho! Cada domingo te mandaré un propio que te lleve razones de cómo estamos, con él mismo te mandaré lo que te haga falta–. Levantó su mano para despedirse, tal parecía que ondeaba una bandera y que al alejarse era para enfrentar una responsabilidad, aunque conocida, llena de zozobra.

El caballo y una mula que le prestaron, iban cargados, llevaban suficientes raciones para pasársela bien, Trine se traería los animales a su regreso.

Llegado que hubo a la majada, se enteró que habían parido seis cabras más, por lo tanto le dio indicaciones a su ayudante para que llegando al pueblo les avisara a los compradores que tenía cabritos para su venta; pues tenía varios que cumplían los cuarenta días de nacidos y todos sabían que era cuando su carne estaba mas sabrosa; distribuyó y acomodó todo lo que había traído; los libros los guardó en un lugar seguro, a partir de esta tarde comenzaría a leerlos.

El Azote que no estaba cuando llegó, tan pronto lo divisó: empezó a saltar, a ladrar y a mover la cola, feliz por el reencuentro; lo acarició pasándole la mano por la cabeza y dándole suaves golpecitos de reconocimiento le indicó que iba abrir la puerta del corral para que las cabras salieran, volvía a su rutina a lo mismo de todos los días, pero para él las cosas habían cambiado, en el futuro llevaría en su morral junto con la comida, un libro; con la lluvia brotaría mucha hierba y no tendría que bajarle a las cabras ramas de huizache para que comieran, por lo tanto tendría mucho tiempo para leer, ya había empezado a saborear lo que Gonzalitos escribió sobre lo acontecido en “El Nuevo Reino de León”.

Con la lectura el tiempo se pasaría mas de prisa y no se hastiaría de aburrimiento; horas, minutos y segundos de una existencia errante entre las rocas de la sierra, siguiendo los rumiantes que le daban para vivir y hacer un guardadito para que los suyos vivieran mejor; vida solitaria llena de ensoñación, ya que en las alturas al divisar el panorama.

Se creía un rey, dueño de todos los horizontes y de las riquezas de la naturaleza, bebía el agua mas pura y cristalina, manando entre las rocas del seno de la madre tierra que se pueda imaginar; disfrutaba de los dulces más preciados: tunas bien maduritas, comas pegajosas y dulzonas, anácuas rojas y sabrosas, pitahayas agridulces, capulines amarillos aciditos, mezquites que al masticarlos sueltan una esencia divina y se empalagaba con la miel de los panales de abejas silvestres, que encontraba entre las rocas o colgando escondidos de las furias del viento entre las ramas de los encinos; el queso que hacía con la leche de las cabras sabía riquísimo, comiéndolo con trozos de piloncillo o chorritos de miel; las codornices que atrapaba en la jaula-trampa que ponía en las veredas, se las comía asadas o guisadas con especies y tomate y cebolla; lo mismo los conejos y los tlacuaches; algunas veces se encontraba cornamentas de venado y las llevaba a la majada para colgar cosas o tallar trozos de cuerno, haciendo mangos de navajas y cuchillos; había aprendido a curtir los cueros de los animales que cazaba y los de las cabras que se le morían los salaba y los llevaba al pueblo para venderlos; en fin su vida era sencilla y complicada a la vez.

De nuevo fue el ladrido del Azote el que lo sacó de sus pensamientos, ladraba con furia, era algo lejano que había percibido, al rato vio pasar a lo lejos entre las rocas una osa con sus crías.