Fue una madre de familia que se preocupó por el porvenir de cada uno de sus hijos cual ave maternal atenta en los primeros aleteos de sus pequeñines para encauzarlos por las mejores y acertadas rutas que los condujeran al éxito total, por ello al paso del tiempo, cuando tiene la desgracia de perder para siempre al compañero de su vida, toma con gallardía e inteligencia el timón de su hogar y aunque la mayoría de sus hijos ya se habían realizado como seres humanos dentro de nuestra sociedad; domingo tras domingo acudían temprano por las mañanas para saludarla y acompañarla, a la par que disfrutaban los sabrosos y exquisitos almuerzos que acostumbraba prepararles con mucho cariño y amor, durante los cuales compartían sus vivencias, sus alegrías y tristezas, sus éxitos o sus fracasos que ella escuchaba con mucha atención, lo que le permitía emitir sus juicios de valor con esa autoridad que la escuela de la vida la había dotado, concluyendo cada reunión dominical con sus sabios consejos para cada uno de ellos, destacando entre ellos aquel que siempre les recordaba: "Ustedes manténganse siempre unidos, suceda lo que suceda y si algún día llegan a tener alguna desavenencia, arréglense entre ustedes en forma pacífica, utilizando el diálogo y la tolerancia, sin faltarse al respeto para que siempre lleguen a un final feliz". Esa fue la filosofía de la vida que Doña Socorro puso en práctica y que tan buenos resultados le redituaron para el bienestar de su ejemplar familia.
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