Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Hermano incómodo

Crónicas de Nuevo León

Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Fue durante el papado de Inocencio VIII cuando se puso en boga la palabra nepotismo, voz derivada de nepot cuyo significado es sobrino; su connotación fue la de favorecer a un familiar valiéndose del poder político, económico o militar y según el diccionario, es la desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las gracias o empleos públicos.

Desde sus orígenes, la palabra se empleó despectivamente para señalar al funcionario público o dignatario eclesiástico proclive a conocer a hijos, esposa, yernos, suegros, hermanos, sobrinos, tíos y hasta ocupantes de “segundos, terceros o más frentes”, favores en los nombramientos para su cargo público, puesto o algún otro empleo.

La historia de la humanidad es pródiga en ejemplos de nepotismo; el papa Alejandro VI hizo Cardenal a su hijo César Borgia, mientras que a su hija Lucrecia le dio manga ancha para celebrar bacanales y orgías con cargo a las arcas de la iglesia católica.

Napoleón elevó a su hermano José a la categoría de emperador de España, luego de apoderarse de la península ibérica, a semejanza de las viejas monarquías europeas, quienes se repartían reinos, principados, ducados y condados.

En México no hemos sido la excepción: la tribu escogida oficialmente como símbolo de nuestra nacionalidad, los aztecas o mexicas practicaron el nepotismo a tal grado que una sola familia dirigió su destino desde el asentamiento primigenio en las cercanías del Lago de Texcoco, hasta el colapso final producto del choque con los conquistadores españoles.

Las prácticas democráticas entre los aztecas eran nulas, me extraña que los fundadores del partido de la Revolución Democrática, difundan sus postulados bajo el mote de “partido del sol azteca”.

Durante la época colonial los virreyes, obispos y otros funcionarios se dieron vuelo beneficiando a sus familiares con cargos de todo tipo, concesiones de negocios, tierras, minas, encomiendas y congregas de indios.

Porfirio Díaz cuidó que los integrantes de su familia no participaran directamente en la política, pero promocionó a su compadre el Gral. Manuel González a la presidencia de la República y dispensó favores a su sobrino el Gral. Félix Díaz.

El siglo XX en México es el siglo del nepotismo; investigar y asentar por escrito este nefasto mal sería tarea de titanes, pudiendo publicarse una enciclopedia al respecto.

Manuel Ávila Camacho y su hermano Maximino; Miguel Alemán Valdez y Fernando Casas Alemán; Díaz Ordaz y su yerno, Echeverría y sus hijos; López Portillo, su hermana, su primo; y el “orgullo de mi nepotismo”: Salinas de Gortari y su familia, son ejemplos claros de esa práctica.

La crisis permanente en lo económico y político que ha experimentado el país, la lucha por la democracia, en contra de la corrupción y por un mejor manejo de los dineros del pueblo, han producido una sociedad civil más demandante con medios de comunicación más críticos, contestatarios, cuyas baterías están enfocadas a denunciar pillerías y latrocinios de funcionarios y capitanes de empresa cómplices de aquéllos, sin faltar las denuncias de nepotismo.

Ha tomado carta de naturalización en la esfera política mexicana la expresión del “hermano incómodo”, para señalar el caso muy reciente de nepotismo presidencial, con un miembro fraterno de andares no muy claros en los vericuetos del arte de gobernar y administrar a nuestro país.

A nivel local, émulos tanto de lo bueno como de lo malo que sucede en el acontecer nacional, se habla de un “yerno incómodo”, de un “cuñado incómodo”; tal vez pronto se conozca algún tío incómodo, esposa incómoda o alguna otra “incomodidad” producto de uñas largas o magnanimidad en el tráfico de influencias.

La “incomodidad política” moda actual muy en boga, tampoco es nueva en Nuevo León: corrían los últimos días de diciembre del año de 1874, cuando se suscitó un gran escándalo “por el ruido que metió en algunas cuadras de la población”, frente al palacio de gobierno, entonces ubicado en la esquina noroeste en el cruce de las calles de Morelos y Escobedo, donde hoy se encuentra conocida farmacia.

Sucedió que el hermano del señor gobernador Lic. Ramón Treviño, de nombre Jesús, hirió gravemente al tamaulipeco Luis Salazar, dándole un tiro por la espalda y a un soldado le inutilizó una pierna de otro balazo.

El heridor andaba pasado de copas y como era de armas tomar, no le gustaron algunas expresiones que escuchó acerca de la candente situación política del Estado, referentes al apoyo que su hermano el gobernador, brindaba a su compadre, un conocido médico, filántropo y humanista el Dr. José Eleuterio González “Gonzalitos” a quien trataban de convencer para que por volviera a ocupar el máximo cargo político estatal y que la maledicencia pública decía que don Ramón formó parte de la camarilla que tomaba las decisiones cuando fue gobernador el ilustre galeno.

Después del suceso, Jesús Treviño profirió gritos acerca de que ninguno de los presentes le podía hacer nada, por ser familiar del mandatario y gozaba de su protección; los policías de Palacio no hallaban cómo resolver el problema por tratarse de dicha persona, no atreviéndose a detenerlo.

El jefe de la policía lo convenció de entregar el arma y pasar en calidad de detenido a la oficina de la comandancia, no encerrándolo en la prisión, por temer represalias del gobernador.

El iracundo sujeto, en pago de esa consideración “rompió papeles, mesas, sillas y cuanto encontró allí, abofeteó gente y quién sabe cuanto más”.

La oposición sacó jugo del incidente, sobre todo que el borrachín nepote pertenecía al Club Progresista, al igual que sus hermanos el gobernador Lic. Ramón Treviño y Vicente, así como el posible candidato Dr. José Eleuterio González “Gonzalitos”, grupo político que seguía la línea del presidente Sebastián Lerdo de Tejada.

Los del Club Popular encabezados por el Lic. y Gral. Lázaro Garza Ayala y su candidato a gobernador Lic. Narciso Dávila, eran de la extinta tendencia juarista, ahora cobijados por el Gral. Mariano Escobedo, mientras que los porfiristas se agrupaban en el Club Democrático, cuyo jefe y candidato a Gobernador era el Gral. Jerónimo Treviño.

El periódico semioficial “El Progreso” omitió de sus páginas el hecho sangriento, mientras que “El Mequetrefe”, semanario de los populares lo denunció e hizo una ruda campaña contra los progresistas, secundado por “El Demócrata” órgano de los porfiristas.

Los actos indebidos de “la pandilla del gobernador” se habían repetido con frecuencia; el briago hermanito tenía pendiente otra acusación por balacear a un policía, mientras que Vicente B. Treviño presionó a jueces auxiliares para apoyar al Club Progresista.

Francisco Ayala y Santiago Morales, cuñados del gobernador, atropellaron a ciudadanos opositores a tal extremo que éstos lanzaron seria advertencia: “si validos de la tolerancia de la autoridad, intentaren llevar a cabo su propósito, también la gentuza sabe emplear el machete como medio de defensa, cuando se le han agotado ya los que la Constitución concede”.

Terrible situación política, en época de elecciones, todo debido al nefasto nepotismo y al ejercicio indebido del poder, hechos que obligaron al buen “Gonzalitos” a renunciar a la posible candidatura para satisfacción y alivio de sus amigos y discípulos.

El Lic. Narciso Dávila triunfó en las elecciones para gobernador del 13 de junio de 1875, pero la división entre los nuevoleoneses siguió, porque sus enemigos políticos el gobernador Ramón Treviño y Genaro Garza García ganaron las senadurías y parte de las diputaciones locales y federales.

En la escena política nuevoleonesa de la actualidad se ha hablado de “hermanos, yernos, cuñados. papás incómodos”; ahora bien, todos los ciudadanos tienen derecho a buscar un cargo o puesto público, no debiendo pesar en su contra el parentesco con tal o cual personaje, sino que sus méritos se vieron orlados por su capacidad, dinamismo, iniciativa y honestidad, pero sucede que el pueblo está lastimado y muy sensible por los casos nacionales de nepotismo donde las pillerías han estado a la orden del día.

Héctor Jaime Treviño Villarreal