Aún quedan los nombres y las orientaciones… aún están los lugares, más ya casi nadie habla de ellos. El tiempo al pasar y la ciudad al crecer ha borrado las señas de lo que antes fueron otros barrios y rumbos del viejo pueblo.
En el añejo vocabulario aldeano se contenían unos barrios que por ahí estaban: El Buche, El Pasito, El Grasero, La Cagarruta y El Tajo… y unos lugares distintos y definidos como El Bordo, El Charco Girón, La Orilla y Los Altos…
En los tiempos de ahora esos nombres ya no tienen eco ni refugio. Están a punto de perderse… ¿dónde quedaban? ¿para allá?… no, más acá… ¿a un lado de la acequia… a la salida del pueblo?… En fin, quedaban… más ya casi no están.
El barrio del El Buche, junto a la acequia, por ahí por el Salón Mateo Treviño… al terminar la calle del Alto, al acabar la calle de piedra… como un buche… el Barrio del Buche, ahí era, creo estar seguro.
El Grasero… no sé si era barrio, si era un lugar o eran varios lugares… por ahí estaban unas piedras negras como cascajos picudos. Por distintas partes, junto a la acequia, junto al río, por otros lados… el lugar no lo sé, solamente conocí el material… el material del grasero.
El Pasito era un lugar risueño, otro barrio junto a la acequia extendida, un lugar para el paso de carretas y coches de caballo… para el abrevadero de rebaños de animales. El Pasito está más allá del puente de la carretera, ahí donde el barranco se hace plano y el cauce de la acequia es un manantial para todos.
Por calles de polvo y de “sirre”… entre la carretera y la salida a Garza Ayala, hubo un paraje especial forjado en las duras faenas de atender rebaños de cabras… jacales, corrales, balidos y un nombre muy original por siempre: Barrio de la Cagarruta…
Por ese rumbo, casi solo, como llorando su lejanía como implorando el agua de la vecina acequia… el barrio de El Tajo… un bajo al partir el páramo… corrales y sembradíos, el jacal del abuelo Brígido… limite en los montes y labores de un pueblo aún campirano… Barrio del Tajo, nostalgia sin retorno.
Cuando llovía, el agua al bajar de los cerros inundaba las calles y partes bajas del pueblo… se construyó en el rumbo del poniente el bordo… el Bordo, para derivar las avalanchas de agua… para desalojar las aguas lo más lejos, lo más al norte posible.
Se hacía un charco… le decían El Charco Girón… después del bordo, a un lado del bordo, más allá de la casa del profesor Francisco J. Montemayor, más allá… más nunca supe dónde, sólo divisé el rumbo a lo lejos… decían que era el Charco Girón.
Los sabinenses de antes, cuando caminaban distancias de un lado al otro del pueblo, decían “vengo de la orilla” o “voy para la orilla” y señalaban como para el norte, como para un lado, como para otro lado… desde entonces literalmente sabía lo que era la orilla de algo… más nunca supe con precisión a qué “orilla” se referían los sabinenses aquéllos.
También se hablaba en voz baja de Los Altos… a pie, en bicicleta o en carros, las gentes entraban y salían… no era un barrio, era sólo un lugar muy visitado cuyo nombre se pronunciaba en las calles y de noche.
La ciudad creció, se expandió…
Los otros barrios y rumbos se fueron borrando… El Buche ya no es recodo al terminar las calles y junto al río…pues abajo casi en el plano del río ha surgido con nuevo barrio, como recodo tras el recodo, de los desposeídos de siempre. El Grasero sigue rodando, como ruedan las piedras, como se pierden las cosas sin dueño… El Grasero sólo existe en el pasado de los sueños ilusos de un Real de Minas… El Grasero sigue rodando, no sé donde encontrarlo… aquí una piedra, allá otra… no sé.
El Pasito ve pasar el tiempo, ya no ve pasar carretas, su suerte está atada a la acequia, mientras haya acequia habrá. El Pasito, para abrevar al menos los recuerdos.
El barrio de calles de polvo y de “sirre” está terminado, los jacales y los rebaños se han corrido, se han cambiado, más allá, más allá… no sé donde, perro ahí no están… sólo ha quedado el nombre pegado a la tierra y eso bueno, del barrio de la Cagarruta.
El llanto aislado del Barrio del El Tajo, quedó en el corazón, atrapado de una colonia llamada De los Santos…ya no está solo, pero tampoco hay montes, sembradíos ni labores, sólo grandes casas y muchas calles… El Tajo es ahora una cicatriz cerrada del tiempo que ya se fue.
El Barrio ya no puede sacar del pueblo las avenidas de aguas que bajan de los cerros… a lo mismo se quedan aquí en la colonia María Luisa… no es razón del Bordo, es culpa del crecimiento sin obedecer a la naturaleza… el Bordo ha quedado en medio, las colonias del nuevo Sabinas lo flaquean por el Poniente.
El Charco Girón es un espejismo sobre el que se asientan otras cosas… sigo sin saber dónde quedó… me sigue quedando sólo el nombre… el nombre me dice mucho, me dice de un pueblo que tenía charcos… el Charco de Lobo, el Charco de la Tía Treja y el manantial divino, el Ojo de Agua, que aún la naturaleza no nos quita… El Charco Girón… los recuerdos me dicen mucho.
La Orilla ya no es orilla… la orilla de antes está dentro del pueblo y la ciudad de ahora no sabe de orillas… no existe el límite… se perdió la orilla…
Del Alto mejor no hablar… esté en un lugar o en otro, donde haya un pueblo habrá cerca o lejos unos “altos”… no un barrio, sólo un lugar de paso.
Así, perdidos en la memoria, están otros barrios y otros rumbos… perdidos en la memoria, pero no en la historia.
12 de junio 1986