Celso Garza Guajardo

Ella alumbraba la aldea

Aquellos años que soñé

Celso Garza GuajardoLa luna de la aldea nos seguía… nos seguía y nos seguía en las noches continuas… de una noche a otra, la luna pasaba de fase en fase, y nos seguía la luna grande, alegre o triste, a diferencia del sol, no nos dominaba, nos acompañaba y es más, nos buscaba… nosotros también la buscábamos.

Alfonso Reyes escribió que a él lo seguía el sol… yo escribiré que a mí me seguía la luna… la luna buena… la luna de todas las noches a las que podíamos ver de cara a cara… a la que podíamos escudriñar y casi tocar.

La luna juguetona que te seguía a todos los rincones de la calle o la que se quedaba quieta antes del amanecer y la veíamos como perdida entreabriendo los ojos… la luna era el centro de un cielo bonito y de un marco de estrellas.

Las estrellas y la luna también jugueteaban entre sí pues a veces la luna redonda y fosforescente abarcaba el espacio y las estrellas se replegaban. En otras noches las estrellas cubrían el firmamento y la luna como que se escondía modestamente a la vista de todos.

En la aldea había escasa luz eléctrica, los focos de las esquinas parecían luciérnagas inmóviles mientras que en las banquetas los vecinos platicaban comentando su admiración y conocimiento sobre la luna… era el paisaje más admirado, con sosiego y sin olvido. Paisaje admirado como si fuera la primera vez.

Mientras, los niños jugábamos con la luna… jugábamos a correr, a ver quién iba más de prisa, si ella o nosotros; si nosotros doblando una esquina o ella traspasando nubes… jugábamos a movernos y no movernos… a pisar nuestra sombra como reflejo de la luz de la luna… eran los juegos con la luna llena, con un cielo limpio y a veces con nubes que parecían rasgar el espacio.

Los juegos con las lunas de cuatro menguante y de cuarto creciente o con la luna vieja, eran otros, eran juegos de adivinar por dónde salía y se metía la luna… eran la quietud y el sueño entre el acostarse y el despertarse… las imágenes de una luna pálidamente sostenida entre el atardecer y el amanecer. Más que juegos eran las miradas con la luna.

Así, mes tras mes todos en la aldea contemplaban, platicaban y jugaban con la luna.

Las frases eran siempre de admiración y de alabanza cuando era luna nueva, y de nostalgia e imágenes cuando estaba en sus otras estaciones.

La única discusión sobre la luna era sobre si te seguía o no te seguía. Los muchachos de más saber te decían: “la luna no se mueve, son las nubes las que caminan”.

Después de eso seguía la discusión; mas en nuestra mentes seguíamos pensando que la luna, así como la veíamos, nos seguía siempre.

Las noches de esas lunas en la aldea estaban reforzadas por le hecho de que no había anuncios luminosos, tampoco se conocía el smog ni lo ruidos industriales, razón por la cual aquello se tornaba un espectáculo espiritual de 12 horas continuas entre anochecer y el amanecer, pasando por la media noche… por los misterios de la luna, las alegrías y las meditaciones. Todo ello viendo pasar la luna y platicando con ella en silencio, sintiendo que te seguía y te escuchaba.

A nosotros siempre nos siguió la luna… nos protegía, jugábamos con ella y también atraía la imaginación… era la luna aldeana, con la que se nos formó toda una cultura más allá de la poesía y de la tecnología… la cultura espiritual y plástica de ver en el firmamento la grandeza superior de todo lo que somos.

Aquella luna me seguía y hoy hago esfuerzos para no perderme de su vista.

9 de octubre de 1989.