Esta historia no se cuenta en público… es de las que se dicen en voz baja, casi al oído. Historia que se sabe y no debe decirse, pues así era en las viejas aldeas.
En las afueras del pueblo, a un lado del río, en un barranco que hacía un bajío, ahí estaba el lugar… una zona reservada a los vicios donde se concitaba el tránsito de los placeres espirituosos y el oficio más antiguo del mundo… un lugar mundano, como los ha habido siempre en todas partes y en todos los tiempos.
Era un área cerrada entre la acequia, la ribera del río pedregoso, los montes por el oriente y una barda larga que circundaba por el poniente y el norte. Únicamente se entraba por dos accesos, en donde las autoridades cobraban 10 centavos por cada parroquiano. Adentro, los grandes salones de baile de la época aquella en que Agustín Lara compuso “Farolito”… ”Que las rondas no son buenas, que hacen daño, que dan pena y que acaban por llorar”.
Los salones de Toribio González y de Luis Baldazo: “El Quince Letras”, “La Casa Verde”, “Así es la Vida”… era la década de los 20s y de los 30s, entre los coletazos del auge de la minería, la construcción de la carretera y la expansión, por esos motivos, de los productos cerveceros que fácilmente llegaban a los pueblos.
La rústica moral se agitaba, así como también las pasiones. Hubo muchas tragedias, incluyendo las amorosas. Una de esas fue la tragedia de Rodrigo y María.
Un joven campesino fuerte y bien plantado, vivía solo… tenía un jacal y su labor, una carreta y sus bueyes en que acostumbraba salir a vender pastura. Rodrigo frecuentaba aquel lugar y se enamoró, con el paso de las visitas, de una joven damisela, bonita y agradable. La empezó a tratar y en esa medida, el amor que todo lo sublimiza y lo resuelve, hizo que aquel hombre le propusiera cambiar de vida, sacarla de ahí y casarse… seguramente el joven aquel se ilusionó más de la cuenta y se resolvió todo. Vendió todas sus pertenencias y un día llegó de nuevo a consumar sus anhelos.
Fue por la joven. Discutieron, mas ella se rehusó totalmente a seguirle… vino entonces el desencanto y la confusión, la desesperación. Estando en el mismo aposento y con el peso de toda su amargura que había pasado al instante del amor al coraje, acuchilló a la joven con toda su fuerza, la cual murió sin que nadie pudiese auxiliarla, en medio de aquel cuartucho… igualmente, el hombre que había resuelto lograr su felicidad a su martirio, llevaba consigo, tanto el dinero para emprender la vida nueva para ambos, como su propio veneno para inmolarse en caso de que no lograra. Ahí mismo bebió el brebaje y cayó fulminado, igualmente, sin que nadie lo auxiliase. Los dos cuerpos quedaron en el suelo, pegando así sus propios errores y pasiones. Las autoridades llegaron y sólo se concretaron a levantar un acta, sin haber delito que perseguir.
En la vieja aldea de antes, se contaban esas tragedias rodeadas de misterios y murmullos, como si nunca hubiesen pasado, como si pasaran todos los días.
Recordé la tragedia de Rodrigo y María por lo de la barda junto al río que se llevó la creciente del centro escolar… ahí, hace casi 50 años, era un lugar alejado del pueblo, un barranco que hacía un bajío… ahí estaba el lugar de los pecados.
27 de septiembre de 1988.