Celso Garza Guajardo

Quehaceres y costumbres: Los casamientos

Aquellos años que soñé

Celso Garza Guajardo…los de antes, los que uno ya vio de cuando en cuando… los que después fueron recuerdos… aquéllos de los patios y las enredaderas y los carrizos adornados con papeles de colores.

Las sencillas historias de aquellos casamientos daban comienzo por lo común en la plaza del pueblo… la plaza era todo; ser y corazón de una existencia aldeana… de un lado la iglesia y del otro el Palacio Municipal. La plaza y sus corredores, bancas y sombras de los árboles. Todo mundo en la plaza… los señores platicando amigablemente… muchachas luciendo sus vestidos a la vuelta y vuelta, y los muchachos a la vez mirando y persiguiendo aquello que ya habían encontrado… el amor ¡casi nada! De las miradas a las cartas… a las cartas escritas de amor. Letra clara y más precisa la intención. Papel china envuelto en ilusiones… sobre y hoja en blanco si la respuesta era no. Carta y sobre celeste si la respuesta era el ansiado si.

Citas continuas de amor en la plaza… recorrido de calles en idas y venidas para ir a ver a la novia o dejarla… formalizar el noviazgo y manifestar la intención de casarse… pormenores para el día de la petición. Los papás del a novia ponían las condiciones: de seis meses a un año para dar a la hija. Mientas, el novio juntaba para el casamiento y le pasaba a la novia una pensión diaria para sus gastos y para los ahorros…pasaba el tiempo, se fijaba la fecha de la boda y en el pueblo se sabía que en casa de algún vecino iba a haber un casamiento.

Las invitaciones eran en comitiva… grupos de amigos recorrían casa por casa invitando a las familias, diciendo en casa de quién y a qué hora iba a ser el acontecimiento… ”no dejen de asistir, nos dará mucho gusto verlos ahí”.

Por un lado la confección del vestido de la novia… por otro el darle una arregladita a la casa o jacal, limpiar el patio y quizás, por qué no, levantar la cerca y el portón… por otro lado se sabía que se contaría con tantas gallinas, cierto número de cabritos, marranos y quizás un becerro, para los alimentos… todas las comadres y tías se preparaban para la celebración… en el patio: mesas, cazuelas y hogueras… la faena en realidad daba comienzo desde uno o dos días antes por eso del acarreo de la leña y el trabajo de hacer los pozos para la barbacoa. El patio se barría y regaba… todo fresco y aromatizado por las barretas recién cortadas, lo mismo que los carrizos… sillas alrededor de las paredes, dentro y fuera del jacal. El casamiento por el civil era a las seis de la mañana. Los padrinos estaban puntuales, lo mismo que el Juez de Registro Civil. El canto de los gallos aún acompañaba los “si quiero”. En el patio las faenas continuaban y de repente, sin saberse de dónde aparecían las bandejas de las hojarascas y las tazas de chocolate… después seguía por la iglesia a las nueve.

Luego, a mediodía se envidiaban los platos de comida a los padrinos… el señor cura también recibía su porción… transcurría el día… en la casa del novio se intensificaba los quehaceres… se barría y se regaba otra vez el patio… la cocina estaba en plena producción… los invitados llegaban y llegaban… se sentaban con toda tranquilidad a la sombra de las paredes y de los árboles… se sentaban y platicaban… empezaba la música… la luna aparecía y las primeras estrellas como que saludaban aquel evento. El baile y la cena para todos. Los niños retozaban entrando y saliendo y afuera. En la calle, también sin saber de dónde, se paraban vendedores ambulantes, ofreciendo dulces y paletas y hasta ponían puestos de comida… la hilera de focos tendidos entre los árboles o las lámparas, indicaban que ahí había una fiesta. Se ponían lámparas de mano y de mesa… por ahí de vez en cuando hacía una ronda la policía, más con el ánimo de ser invitado que de vigilar el orden. El baile duraba toda la noche. El sol y la luna despedían a todos los invitados. El canto de los gallos ponían las últimas rimas al aire. Las sillas aparecían regadas en el patio, junto a botellas de vino o de cerveza. El polvo de las hojarascas quedaban en algunos rincones y las cazuelas por allá en las mesas estaban volteadas… a veces se destapaba el último pozo de menudo que se dejó para los que querían y no querían irse al amanecer. Todo mundo regresaba a sus casas incluyendo los novios a su nuevo hogar. La ropa se volvía a los roperos guardada con pastillas de alcanfor. Se devolvían sillas y mesas a los vecinos y a todos se les daba las gracias. La vida continuaba y en el pueblo quedaba para siempre el recuerdo de que en la casa de aquel vecino hubo casamiento.

5 de junio de 1989.