Celso Garza Guajardo

Personajes del pueblo: El soldador y su burro

Aquellos años que soñé

Celso Garza Guajardo“¡Algo que soldar!… ¡El soldador!…”

Era el pregón pueblerino que de cuando en cuando y por muchos años escuché. Se trataba de un solitario hombre que salía a ofrecer su oficio. Su oficio “remendón” de trastes, tinas y baños de lámina.

El soldador era un hombre presto siempre para tapar los agujeros del baño de lavar, arreglar la abolladura de la tina de la noria, los desperfectos de viejo bote de leche y del cazo de tamales. Era el soldador con sus tijeras de acero, su pequeño rollo de lámina, su botecito de ácido, su barra de soldadura, su brasero y cautín.

El soldador salía por la calle para que alguien desde una casa le dijese “¡venga, aquí tengo una tina!”, “este bote está agujerado”… el soldador hacía su trabajo y lo hacia bien y la tina seguía sirviendo en las faenas del hogar.

El soldador que yo conocía, tenía por oficio el mismo que cualquier otro soldador. Pero éste, el mi pueblo, el que vi por muchos años por las calles de polvo y de sol era muy peculiar por dos hechos: se trasladaba sobre un burro tan calmado como arisco y además, al hombre le faltaba por completo una pierna y caminaba apoyándose en una larga y tosca muleta.

Montado en su burro, el soldador se trasladaba acomodando la muleta, su caja de implementos y un rollo de lámina, echando así a caminar por las calles en busca de ”¡Algo para soldar!… ¡El soldador!”.

La estampa era única, sin haber visto nunca a otro soldador, sabía que el soldador de Sabinas era único… reconocía estampas de soldadores en las viejas películas mexicanas y después vi muchos de ellos en distintas ciudades del país; pero antes y ahora he seguido considerando que el soldador de mi pueblo era como algo muy original. No por lo que pregonaba, que pregonaba lo mismo que otros; no por lo que saldaba, que lo mismo soldaban no, nada de eso. El soldador de mi pueblo, el que anunciaba igual que todos “¡Algo que soldar!”… ¡El soldadooor!… también le hablaba, y fuerte, al burro…al pobre burro aquel que nunca lograba entender si el soldador tenía prisa o quería ir despacio, si quería continuar derecho a voltear en la esquina si quería pararse o proseguir, por todo, por lo que fuera, el soldador regañaba con tamañas palabrotas y asustaba al pobre burro… a mi me daba lástima y me preguntaba “¿Por qué siempre se enoja el soldador? ¿Por qué el burro no lo tira y se va para el monte?… ¿Por qué la gente no dice nada?…”.

Un día, al regresar de la escuela, estaba el soldador en la banqueta de la casa, realizando su trabajo; era mediodía. El burro estaba amarrado en el poste de la esquina. Después de observar como soldaba el soldador, me puse a mirar los tristes ojos del burro con quien dialogué en silencio… ¿Cuántos golpes te dan por día? ¿No tienes amigos que te defiendan?
“Burrito, cuando tu lloras, ¿quién te seca las lágrimas?”… y así continué un diálogo entre un niño y un burro.

El soldador terminó su labor, acomodó sus cosas y se paró con su muleta sobre la banqueta para saltar encima del burro… pero no pudo ser así… el burro se movió, reparó, se zafó de las riendas y no hizo caso de los gritos ni de las amenazas de su dueño, salió de estampida hasta la esquina hasta la esquina y tendajo de Don Gilberto Garza, volteó por un instante como dispuesto a todo y prosiguió su carrera, aventando a su paso todo lo que traía mientras tanto el soldador, con su muleta, se recargó en las paredes de la casa, viendo al burro a lo lejos y se puso triste, casi llorando. Ya no decía maldiciones. Yo comprendí en ese momento, la mucha falta que le hacía el pobre burro…

Se me fijó en mi mente mucho esa escena. Yo no sabía a quién tenderle más lástima, si al soldador o a su burro; así al desconsuelo del soldador o a las abandonadas lágrimas del burro…
En mi imaginación pensé que después el soldador trató bien al burro… en mis recuerdos de ahora, imagino caminar por las calles del pueblo aquel soldador y su burro… en una estampa silenciosa, y reconciliada a la vez…

8 de octubre de 1985.