La palabra destino en su etimología latina, está compuesta por el prefijo de y stinare que significa fijo o estacionario. Originalmente era el objetivo, el blanco o meta que los arqueros debían atinar. Luego se le relacionó con lo inevitable que sucederá en el futuro. Para evitar caer en sus irremediables acontecimientos, los seres humanos comenzaron a rendir culto y a llevarle ofrendas con la intención de modificar o cambiar el futuro al cual estamos sujetos y mantener contentas a las divinidades que regulan los acontecimientos futuros.
Los griegos llamaban Moro al destino, al cual personificaban con la suerte y la condenación. Moro era hijo de Nix y Erebo, deidades de la noche y de la obscuridad, por eso era invisible. Tuvo por hermanos a Tánatos, Keres, Hipnos y Geras, a las cuales relacionaban respectivamente con la muerte, la fatalidad, el sueño y la vejez. Indudablemente venía de una familia temible en la antigüedad. Nada más imagínense que la noche era hija del Caos. Todos los dioses del Olimpo debían respeto a Moro, quien dejaba sus sentencias en un lugar visible al cual iban a consultar para no caer en situaciones imprevistas. Mientras que los romanos llamaban Fatum al destino.
Se define al destino como la acción necesaria que el orden del mundo ejerce sobre cada ser en particular del mundo mismo. Los filósofos estoicos lo relacionaron con la causa necesaria y como la razón que dirige al mundo. Regularmente se relaciona al destino con lo inevitable y establecido. Todos debemos necesariamente someternos a ese destino que guía la vida humana. Pero también hubo filósofos que negaron la influencia del destino debido a la capacidad humana de elegir y de mantener el libre albedrío.
Indudablemente hablar del destino es un tema apasionante, pues puede ser abordado de distintas perspectivas y por consecuencia a diversas interpretaciones. Desde el punto de vista religioso, el destino en cierta forma tiene que ver con la predestinación, el karma y la providencia. Existe una postura determinista para los cristianos que consideran al destino como un plan creado por Dios al cual todos debemos cumplir. Es una especie de determinismo el cual no podemos admitir, pues no estamos sujetos a algo que necesariamente ocurrirá, pues el destino, – para algunos filósofos- , niega la libertad humana y la capacidad de elegir entre lo bueno y lo malo.
Existe la creencia de que destino tiene que ver con lo desconocido, lo concidente y lo inevitable. Las cosas de una u otra manera suceden y afectan a las personas sin tomar en cuenta el tiempo y el espacio. Es como si las cosa se dieran en acorde a la sentencia: “el que nace para maceta no sale del corredor” o “el que nace para tamal, del cielo le caen las hojas”. O cuando las cosas salen mal y todo parece que se pone en contra nuestra, parece ser que “mal empieza la semana para quien van a ahorcar en lunes”. Entonces lo ideal sería saber en realidad cuales son las causas que provocan esos acontecimientos que inciden en las cosas que no tenemos previsión ni control. Por ello no existe nada por azar.
Por ejemplo, los chinos y japoneses creen en la leyenda roja del destino, en la cual todos los seres humanos están predestinados a encontrarse, pues hay un hilo casi invisible que relaciona a todos los hombres a través del dedo meñique. El hilo se estira y se afloja pero no se rompe y a través del mismo se trasmiten experiencias distintas y a la vez distantes. Supuestamente el corazón y el dedo meñique están unidos por una arteria. En consecuencia existe un interés compartido en las personas y en la unión de los sentimientos. Dicen que un anciano llamado Yue Xia Lao, vive en la luna y sale cada noche para buscar a las almas gemelas que están predestinadas a encontrarse en la tierra y cuando las encuentra, les pone un hilo rojo para que no se pierdan. Existen varios casos que recomiendo, tal como la película Hecho en el cielo con Timothy Button. O Saylor Moon, la serie Lost y actualmente la serie Touch.
Por eso al destino lo relacionan con la teoría del bumerang, el efecto dominó, el efecto mariposa, con el karma o con el determinismo que de una u otra forma nos llevan a cumplir con el fin irremediable al cual todos estamos expuestos. Lo extraño es que a veces nos ocurren cosas que nos hacen pensar en la certeza del destino: “coincidencias tan extrañas de la vida” como diría la letra de la canción Coincidir. No obstante, cada quien tiene la capacidad suficiente para cambiar y transformar su entorno. Es el hombre quien finalmente se revela ante los actos decisivos de su existencia. A toda causa hay un efecto indudablemente.
La fe es la respuesta que nosotros damos a la revelación divina. Y tengo fe y creo necesariamente. Lo cierto es que yo puedo cambiar las cosas que se me presentan, siempre y cuando tenga la fortaleza y casta necesaria para romper con todo aquello adverso que de pronto se nos junta. Ya lo dice el refrán: “el que es buen gallo, en cualquier corral canta”. Y las broncas y grillas siempre aparecerán. Si no quieres que hablen mal de ti, no digas nada, no escribas nada, no seas nada.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina