En 1833, don Lucas Alamán propuso el establecimiento de fábricas textiles tanto en la ciudad de México como en Orizaba y Celaya. La empresa se instaló en la ciudad de México, precisamente en Tlalpan y llevó el nombre de “La Fama Montañesa”. 21 años después un grupo de empresarios, aprovechando el mercado del algodón procedente de los estados sureños de los Estados Unidos, promovió una sociedad anónima para abrir una industria textil, a la cual, para diferenciarla de aquella situada en Tlalpan, le pusieron “La Fama de Nuevo León”.
La primera industria de Nuevo León la construyeron en Santa Catarina. De ahí que nuestro municipio sea considerado con orgullo, la cuna industrial de nuestra entidad. Es precisamente en 1854 cuando se establece la primera fábrica de hilados y tejidos en lo que antiguamente era la hacienda de los Abregos. El fundador de lo que actualmente conocemos como la Congregación de la Fama, se llamaba Cosme Abrego y su propiedad colindaba al sur con la hacienda de San Isidro de los Guerra y con el río Santa Catarina. Al poniente estaba la hacienda de los Salinas, al norte con el cerro de las Mitras y el antiguo camino a García. Don Cosme estaba casado con Mónica García y heredó su propiedad a sus hijos Pantaleón, José Trinidad, María Concepción y Paula. Posteriormente un grupo de empresarios avecindados en Monterrey adquirió una porción de dos hectáreas, más una franja de cinco metros de ancho y 900 metros de ancho de largo que permitieran la comunicación con el camino a Monterrey.
El lugar era propicio para instalar una factoría por la abundancia de agua que garantizaba la continuidad de la fuerza motriz utilizada en ese tiempo. La compra del terreno y del derecho para utilizar el agua se inició en 1850. En 1854, después de formalizar la sociedad anónima, se inició la construcción del edificio con sillares de tierra para los muros, el techo de vigas y terrado y el piso de hormigón.
El capital original de los accionistas fueron 150,000.00 pesos y la sociedad anónima fue suscrita por Gregorio Zambrano, Manuel María de Llano, Valentín Rivero, José Morell, Mariano Hernández, Pedro Calderón, Ezequiel Steel, el presbítero José Angel Benavides y la empresa Cloussen y Compañía. El historiador Isidro Vizcaya Canales en una de sus obras, nos cuenta que el 20 de enero de 1856 fueron bendecidas las instalaciones por el entonces obispo de Linares, don Francisco de Paula y Verea. Tal vez por ello, los primeros vecinos del lugar bautizaron así a la capilla y a la calle que comunica a la Fama con la avenida Díaz Ordaz en la actualidad en honor al obispo que bendijo y dio inicio de las labores de la primera fábrica de Nuevo León.
Después de la inauguración y bendición de las instalaciones, los accionistas y cerca de 200 invitados pasaron a un salón contiguo donde se sirvió un banquete. La convivencia fue muy animada y no faltaron los brindis y los vivas.
El acta constitutiva de la empresa, data del 22 de junio de 1854. Ahí vemos a los accionistas que se presentaron ante el Notario Público Bartolomé García en la ciudad de Monterrey, presentando un capital de 75,000.00, divididos en 15 acciones de 5,000 pesos cada una. Manuel María de Llano tenía tres acciones, Cloussen y Cía, Valentín Rivero y Gregorio Zambrano, con dos y media acciones cada uno; José Morell una y media, Pedro Calderón, José Angel Benavides y Mariano Hernández una acción y Ezequiel Steel una media acción.
Para 1874 “La Fama de Nuevo León” contaba acceso para el ferrocarril, tenía una planta de 70 operarios y el algodón como materia prima era traído de la Laguna en Coahuila y de Texas. Consumían anualmente mil 400 quintales y el torno empleado era de 35 caballos de fuerza. Tenía 2,664 husos y producía al año 16,000 piezas. Era tanto su desarrollo e importancia que para 1889 tenía su propio periódico y desde 1891 estaba conectada con servicio telefónico hacia Monterrey
El agua, los pastizales, las arboledas existentes, hacían de la Fama todo el lugar propicio para descansar y pasar un buen rato de diversión y esparcimiento. Había muchas fincas a las que acudían los regiomontanos para nadar y convivir. Lamentablemente el 9 de mayo de 1895 la planta se quemó, quedando totalmente destruida, por lo que los accionistas Pablo Bouchard, Mariano Hernández y Antonio Muguerza decidieron levantar otro inmueble equipado con mejor maquinaria e instalaciones. Por ello pidieron apoyo al gobierno del estado, mediante la exención de impuestos por seis años.
Para 1910 el capital de la empresa sobrepasaba los 300,000 pesos y en la fábrica se elaboraban mantas blancas y de color, driles, mezclillas y cotonadas de diversas clases, produciendo alrededor de 4,500 piezas al mes. La planta ya contaba con tres mil husos, 130 telares y demás maquinaria para el blanqueo y tintorería de los tejidos. La energía era generada por turbinas hidráulicas e ingenios de vapor que desarrollaban una fuerza motriz de 125 caballos de fuerza. Laboraban 110 obreros con una raya mensual de cuatro mil pesos y poseía 79 casas habitación para las viviendas de los trabajadores. Las instalaciones ocupaban un terreno como de 10 hectáreas en los que estaban los talleres, viviendas, parques y huertas atendidos por el personal de la empresa.
La fábrica no solo se dedicaba a ofrecer empleos, también se preocupaba por otros aspectos de bienestar social de los trabajadores. Ellos pusieron un terreno para que se construyera una escuela que se sostenía en forma bipartita entre el municipio y la fábrica. También había una pequeña planta de luz que bien podía alimentar a 150 focos.
Los productos de la fábrica se vendían en su mayor parte a los estados vecinos de Nuevo León y una parte de los productos a otros estados de la república. Posteriormente la fábrica fue adquirida por los hermanos Manuel y Florentino Cantú Treviño, quienes también se hicieron de la vecina fábrica de la Leona. Para 1940 se construyeron las nuevas instalaciones de la fábrica y se dejó de utilizar el antiguo edificio. Posteriormente la empresa fue adquirida por don Aurelio González.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina