¡Qué frescos están los recuerdos de mi niñez y mi juventud que pasé en mi natal Sabinas Hidalgo, en este muy querido estado de Nuevo León!
No olvido aquellas familias que estaban tan cerca de nosotros, tanto en las cercanías de nuestra casa, como en la amistad que nos brindaban, con todo y ser nosotros una familia modesta.
Nuestra casa fue construida a principios de siglo, ya que yo nací en ella, el 12 de septiembre de 1910, en la calle General Porfirio Díaz núm. 2.
Cómo recuerdo a los vecinos muy queridos por nosotros; las familias Flores-Soto, Garza-González, De la Garza-González, Soto-Rodríguez, García-Rivera, Morton-De los Santos, Laute-Ríos, De los Santos-Lozano, González-Sandoval, Garza-González y la familia de Juan Gómez, el del tendajito a donde íbamos a comprar los dulces de un centavo.
Corría el año de 1933, siendo yo una señorita, recuerdo la inundación más grande que pasé allá en mi tierra. Fue en septiembre, como el día quince empezó a llover copiosamente; y se pensaba que cesaría aquella lluvia tan pertinaz.
Como mi casa estaba en un barranco, la calle estaba abajo unos dos metros y enfrente estaba (estará todavía) la acequia y luego seguía el río, que cuando crecía (que era cada año) se ponía bastante caudaloso. Esa vez seguía lloviendo más y más fuerte. Mucha gente acudía a ver el río crecido. Iban a mi casa a divisar, sin peligro alguno, cómo aumentaba el volumen del agua y los caballos y reses que ésta llevaba, árboles frondosos que daban vueltas en aquella inmensidad de agua color café. Nuestra casa tenía a lo largo de la banqueta una bardita como medio metro de alto, dividiendo la calle; pues me contaba mi mamá que mi papá la había mandado hacer para que yo no me cayera a la calle, cuando empecé a caminar.
Luego con los años, esa bardita servía de asiento y protección a nosotros y a quienes nos visitaban. Esa vez llovió mucho, ya para el día diecisiete seguía lloviendo como tromba -eso me parecía- y el río continuaba creciendo y cubriendo las estacas que algunos señores ponían para ver si aumentaba o disminuía el agua del río. Pero esas estacas las cubrió pronto el agua, al grado de juntarse el río y la acequia, con todo y que ésta tenía el bordo alto.. La mañana del diecisiete ya estaba a media calle frente a mi casa el río, que parecía que seguiría subiendo más.
Mi papá (q.e.p.d.) había muerto el día primero de ese mes de septiembre, y mi hermana casada y mi cuñado estaban con nosotros, pues radicaban en Tampico. Ya alarmados todos, pensando que quizás el agua del río seguiría subiendo, mi mamá (q.e.p.d.) nos dijo que nos saliéramos todos, mis hermanos, mis sobrinitos y yo. Nos fuimos “al alto”, a la casa de una persona que mamá consideraba de la familia; era doña Paulina cuya casa tenía una construcción de piedra que ostentaba seguridad. Llegamos y nos recibió con gusto por haber escogido su casa. Al ratito siguieron llegando más familias para guarecerse de lo que se creía que iba a desaparecer una parte de Sabinas.
Gracias a Dios no fue así. Pues otro día que dejó de llover y nos regresamos a la casa por la mañana, ya había tomado su cauce el río; y aunque estaba caudaloso todavía yo no presentaba peligro para la población.
Nuestra bardita estaba llena de gente, personas grandes y niños divisando el río. Nos encontramos con las puertas abiertas de mi casa a como las habíamos dejado, con la prisa de salirnos. No nos faltó nada, absolutamente nada. Los velices de mi hermana y mi cuñado estaban en el piso, abiertos como ellos los dejaron.
¡Qué hermosos tiempos aquellos! ¡Qué seguridad había en las familias!
Mi hermana Chanita tenía una academia de corte y confección desde 1931 allí en nuestra casa, y nunca sufrimos porque nos robaran algo, pues se quedaban las puertas abiertas y había confianza en todo mundo.
Ojalá que haya personas que también recuerden el Sabinas antiguo. Creo que sí haya, y muchas.
Íbamos a la plaza los domingos por la noche y a algunas bodas, que sin temor a caernos o tropezarnos, caminábamos con mucha seguridad en aquellas calles oscuras y sin pavimentar que estaban muy disparejas y con piedras. Sólo una calle que se componía por tres cuadras estaba pavimentada; y así se le llamaba entonces “la calle pavimentada”. Es Lerdo de Tejada y está enseguida al poniente de mi calle. Allí se caminaba muy a gusto. Ignoro cuándo se pavimentó esa calle.
¡Sabinas de mis recuerdos!
Qué hermosa época vivida por los que nos tocó estar allá.
¡Cómo recuerdo la Iglesia de San José! Primero el padre José María Rodríguez, quien estuvo ahí desde el siglo pasado hasta el tres de enero de 1926, fecha en que murió, luego recuerdo mucho al padre José C. Saldaña, de feliz memoria ambos. Este último se fijó en mí para darme una educación musical que con agradecimiento recuerdo y que tanto gocé tocando y cantando en ese templo por espacio de dos años y medio, junto con mis compañeras del coro.
En el año de 1935, en enero salimos de Sabinas para radicar en Monterrey. Pero los recuerdos viven en mí, parece que fue ayer, a distancia de cincuenta y siete años.
Agradezco mucho el que se me permita recordar por escrito estos recuerdos, que ya he contado a mis hijos y nietos.
Creo que quienes vivan y radiquen en esa población que ya es ciudad, recuerden también conmigo esto que aquí narro.
Créditos
Título: Recuerdos de mi barrio y la inundación del '33,
Autor: Sra. Juventina Ábrego Vda. de Bocardo.
Libro: Historias de Nuestros Barrios, Primera Edición: Febrero 1994.
Concurso Historia de los Barrios, efectuado en 1992.