Ernestina
Allá por el año de mil novecientos setenta y cuatro llegamos a rentar una casa de color azul, marcada con el número ciento ochenta al oriente de la calle Ignacio de Maya, a unos cuantos metros de la Iglesia “San José” y a espaldas de la “Casa del Maestro”.
Aún existe un angosto callejón que une el espacio donde se ubica el monumento a los “fundadores” con la calle Hidalgo antes de llegar al río.
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Tiempos aquellos, para algunos y aquellos tiempos para otros; total, tiempos aquellos o aquellos tiempos, lo cierto es que el espacio se nos fue, y nos quedamos viviendo en el espacio pero sin el tiempo. Un tiempo de serenidad, de tranquilidad, de seguridad que se nos fue.
Tal vez usted conoció a Don Teófilo Gutiérrez, o a Don Guadalupe Bautista, el primero tenía una tienda de abarrotes en el cruzamiento de las calles Bravo y Juárez y allí mismo tenía una carnicería donde vendía carne de puerco y sus derivados: chicharrones, cueritos y manteca.
Por la Bravo al sur, antes de llegar al cruzamiento con la calle Juárez, en un pintoresco jacal característico de las viviendas del pueblo vivía Don Pedrito Alejandro, de quien hablaremos posteriormente, allí entre la casa de Don Pedrito y la oficina de Don José Flores abogado y contador público del pueblo, había un lugar llamado “El Jonuco”, era un pequeño establecimiento de venta de abarrotes al menudeo, allí podíamos observar en los anaqueles rudimentarios fabricados de madera, cajetillas de cigarros de las más variadas marcas: Carmencitas, Patriotas, Elegantes, Monte Carlo, Argentinos, Rialtos, Bohemios, Delicados ovalados, posteriormente los Raleigh y los Fiesta.