Rumbo al lugar sin retorno… la carroza era un “coche” tirado por un caballo y tenía vidrieras a los lados por donde se podía ver el ataúd, aquellos ataúdes de color gris o negro confeccionados muchos de ellos en el pueblo, con madera.
En el sepelio, ya rumbo al panteón; la gente iba a pie siguiendo la carroza y después varios “coches de sitio” que servirían para traer a la gente de regreso a su hogar. En aquella época no había gavetas y el ataúd tenía contacto con la madre tierra, dos mecates sostenían la ataúd, asidos aquellos por cuatro personas, en ocasiones familiares que iban bajando lentamente la “caja” para colocarla al fondo de una fosa abierta para tal efecto.
En ese instante se escuchaban gritos de dolor y llanto de los allí presentes, cuando alguien empezaba a hacer una crónica del desaparecido, al hablar de sus virtudes, de su manera de ser y de su trayectoria en esta vida.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.