Las fricciones entre el Jefe de Armas José Ángel de la Ibarra y el ahora regidor Ignacio González continuaron, a pesar de ser reconvenidos por la autoridad municipal en turno. El mes de septiembre de 1821, llegaría a un punto álgido esta situación.
La mayoría de los pobladores del Real de Sabinas no entendían la “lógica política” y no salían de su asombro al ver que los electores, a quienes ellos habían a su vez electo, designaron como regidor tercero del ayuntamiento a Ignacio, más conocido por ser seguidor incondicional de Dionisio, nombre griego del dios al que los romanos llamaron Baco, además de ser un bocaza e insultador, protegido por su hermano el sacerdote Juan Antonio González.
Resulta que el alcalde Don José María Ancira no hallaba que hacer con Nacho en la corporación, junta a la que asistía, junta que reventaba; en eso de los insultos agarraba parejo; las complicaciones venían después, ya que al salir de la casa municipal le daba por empinar el codo e ir luego a la morada del munícipe a decirle todo tipo de groserías y habladas.
A lo anterior se sumó el hacer caso omiso a una cita de Ancira de presentarse en el Juzgado para notificarle una orden del Comandante General de las Provincias Internas Gral. Gaspar López y la sumaria formada en consecuencia, además se ausentó de Sabinas y no asistió a otras juntas; González siente que no se le toma en cuenta y alega que “Sin otra formalidad más que el capricho y arbitrariedad con que se ha conducido el alcalde Don José María Ancira y sin que haya precedido la correspondiente sumaria sobre los hechos que ha pretextado, dan mérito para desocuparme, privándoseme de mis funciones y dándoseme de baja de mi empleo”.
Enredoso e intrigante manejó la situación a su conveniencia, pero el resto del cabildo lo tenía en su contra por haberlo “insultado” y ajado con escándalo.
El día 26, Nacho mete su nariz en un asunto que aparentemente no le competía, pues Ibarra detuvo al soldado Francisco González que traía un oficio del Juez del Partido de Boca de Leones para el alcalde de Sabinas, pero seguro estaba que la citación era debida a la queja que él presentó, por considerar que se le despojó de su cargo edilicio.
Ibarra en defensa del presidente municipal reunió a sus partidarios y conminó al soldado para que le entregara el oficio, esto sucedió en la calle frente a la casa del munícipe, a unos veinte metros donde vivía Nacho, quien “al escándalo y temeroso de que aconteciera alguna desgracia, salí con un hacha, único instrumento que tenía a la mano, para auxiliar y contener el desorden, creyendo deberlo hacer, no solo como ciudadano, sino también como empleado público”.
Como energúmeno, González tiró golpes con el arma, a la vez que gritaba; ¿Dónde está ese tal presidente alcahuete? Por fortuna no hirió a nadie, pues fue contenido y despojado de ella, sin embargo se abalanzó contra Ibarra a quién dio una cachetada.
Al ventilarse el asunto ante las autoridades de Monterrey y de Saltillo, definitivamente estas personas le sacaron la vuelta al asunto y otros apoyaron al beligerante espita.
A pesar de la gran influencia del cura, el Ayuntamiento siguió firme en su dictamen: “el mencionado González fue suspendido de su empleo de regidor con fecha 12 de junio de este año”.
José Ángel de la Ibarra jugaría, junto con su hermano José Gregorio, un papel importantísimo en el devenir histórico sabinense, en el balbuceo del despertar a la libertad del pueblo mexicano, mientras que Nacho se perdió en los renglones torcidos del vicio.