Una noche el coronel Ignacio Zaragoza llegó junto con su tropa a la ciudad de Monterrey. Luego de arreglar en donde quedarían sus soldados, Zaragoza acudió a la casa de un amigo suyo y antiguo subordinado llamado Marcelino Padilla. Inmediatamente la familia dispuso atender lo mejor posible a Ignacio. En la sala principal sobresalía el retrato de una joven de apenas 20 años de edad y de la cual Zaragoza al verla quedó plenamente prendido por ella. Fue cuando Zaragoza logró con Marcelino una entrevista con la joven del retrato. Zaragoza debió salir de Monterrey y en otra ocasión, Rafaela e Ignacio coincidieron en un baile. Inmediatamente Zaragoza le declaró su amor, que no fue correspondido hasta que la joven, según usanza de la época, debía consultarlo primero con su madre. La joven con la aprobación materna, por fin dio el si y eligieron la fecha para el día de la boda.
El 21 de enero de 1857, Rafaela e Ignacio se casaron en la catedral de Monterrey, ante el presbítero Darío de Jesús Suárez. El acta correspondiente está en el Archivo de la Catedral, en la cual hace referencia algunos datos interesantes de los contrayentes: Ignacio originario de la Bahía del Espíritu Santo en Texas, (24 de marzo de 1829) hijo de Miguel Zaragoza y María de Jesús Seguín, vecino en Monterrey desde su infancia. Rafaela, hija de José María Padilla y de Justa de la Garza. El acta la hace originaria y vecina de Monterrey, aunque Israel Cavazos señala que nació el 1 de noviembre de 1836 en San Nicolás Hidalgo. Fueron testigos del enlace Miguel Zaragoza y Tomás Núñez.
Aunque las cosas no son como aparentan. Pues Ignacio no se presentó a la boda. ¿Y sabe por qué? Porque acudió a San Luis Potosí a sofocar una revuelta. En consecuencia, el matrimonio debía hacerse “por poder” y a Rafaela no terminaba de gustarle esa opción. Finalmente intervino para bien de la pareja, el obispo Francisco de Paula y Verea, quien convenció a Rafaela de casarse con Ignacio en la representación de su hermano Miguel. La tradición popular cuenta que cuando el padre Darío Suárez preguntó a la contrayente, si aceptaba como esposo a Miguel, prometerle fidelidad en lo próspero y en lo adverso, amarlo y respetarlo todos los días de su vida, Rafaela movió la cabeza en señal de rechazo. Nuevamente el padre le preguntó si quería a Miguel como su esposo y la joven se negó. Fue cuando el padre cayó en cuenta de que en lugar de decir el nombre de Ignacio, estaba diciendo el nombre del hermano presente.
Lamentablemente Rafaela e Ignacio se casaron en tiempos difíciles. Zaragoza iba y venía debido a la guerra de Reforma. El mismo Zaragoza admite su incapacidad para atender a su familia como Dios manda. Si Guerrero una vez debió elegir entre la vida de su padre y la patria, Zaragoza también eligió entre su familia y la patria. El 27 de mayo de 1859, le dirige una carta a Santiago Vidaurri en la que ratificando su compromiso con la Nación, mostraba su preocupación por la suerte de su mujer y demás parentela: “Estoy resuelto, como usted sabe muy bien, a no dejar las armas de la mano hasta no ver en mi patria restablecida la Constitución, y, por consiguiente, la verdadera paz de toda ella. Para conseguir estas cosas, no hay duda que será necesario librar grandes combates, en los cuales necesariamente tendré que hallarme. No será remoto, por lo mismo, que en cualquiera de ellos me sobrevenga un suceso desgraciado, y, en este caso, mi pobre familia quedará reducida a la más espantosa miseria, porque no cuenta con otro patrimonio que el de mi trabajo. Esta tristísima cuanto penosa idea, me pone en el duro caso de ocurrir a usted para suplicarle, por medio de la presente, tenga la bondad de mandar entregar a mi esposa, por mi cuenta, la suma de dos mil pesos; con los cuales podrá concluir una casita que ha comenzado a fabricar…”
La alianza matrimonial solo duró cinco años y en ese lapso, el matrimonio Zaragoza Padilla tuvo tres hijos. El primero de ellos fue llamado Ignacio, quien falleció en Monterrey en marzo de 1858. Después nació otro Ignacio Estanislao, quien murió también en tierna edad cuando su padre ocupaba la cartera como ministro de Guerra en la ciudad de México en 1861. La más pequeña, Rafaela en honor a su madre, nació en junio de 1860 y vivió hasta 1927.
Doña Rafaela debió trasladarse a la ciudad de México junto con sus dos pequeños hijos para estar cerca de su esposo, acompañada también por su suegra María de Jesús Seguín. Lamentablemente comenzó a sentirse mal y cayó en una penosa enfermedad – aparentemente una pulmonía – que le quitó la vida el 13 de enero de 1862. Su esposo no alcanzó a estar con ella pues se hallaba en Puebla cumpliendo sus obligaciones al servicio de la patria. El cadáver de su esposa fue depositado en el panteón de San Fernando en la ciudad de México.
Ocho meses después, Ignacio falleció el 8 de septiembre a la edad de 33 años. Sus restos fueron llevados al panteón de San Fernando, hasta que en 1976 los exhumaron para depositarlos en un monumento en su honor en la ciudad de Puebla. El 5 de mayo de 1979, los restos de la señora Rafaela Padilla de Zaragoza fueron trasladados a la ciudad de Puebla para hacerlos reunir con los de su marido. El orador oficial de aquel acto enunció: “Es hora del reencuentro, y otra vez de un acto de irrestricta justicia, y llega hoy por derecho propio la esposa ausente de esta cripta… Si el cumplimiento de su deber los separó, ha sido la voluntad misma del pueblo la que los ha vuelto a reunir y depositarlos para que reposen en paz, por fin, bajo el cielo de Puebla”. Y como Abelardo y Eloísa, Rafaela e Ignacio descansan compartiendo la misma morada hasta el fin de los tiempos.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina