En torno al día de las Brujas

De Solares y Resolanas

Se define a la brujería como la capacidad de influir en otras personas, ya sea para bien o para mal. Entre los griegos por ejemplo, la brujería se manifestaba como estados alterados de conciencia. O incluso en la antigüedad, caer en éxtasis o de igual forma como la persona a la cual se le consultaba para conocer el destino de las cosas. Por ejemplo, en la Isla de Delfos se consultaba al dios Apolo a través de una citosina que al estar en contacto con el dios, presentaba aspectos sobrenaturales o también al culto al dios Dionisio al cual se hacían ceremonias o ritos de iniciación.

Originalmente el sacerdote, el brujo y el médico se conjuntaban en una sola persona. Eran los que tenían el don de dominar y controlar las fuerzas sobrenaturales o preternaturales. Lo sobrenatural es lo que excede a los términos ya sea físicos o lógicos de la naturaleza y lo preternatural es lo que se halla fuera del ser y estado natural de una cosa.

El sacerdote, el mago, el adivino era el hombre de culto, lo mismo chamán, curandero, o adivino. Pero ésta actividad no era exlusiva de los varones sino también de las mujeres. Y es probable que al arte de enlazar el cielo con la tierra y que era hecho por mujeres, reciban el nombre de brujas o hechiceras. Por ejemplo, en la antigüedad se habla de Medea quien guió y apoyó a Jasón para localizar al vellocino de oro. Enamorada del argonauta, preparó una pócima para que a Jasón no le pasara nada. Pero como no pudo quedarse con su amor, mandó un vestido mágico que se convirtió en llamas y luego dio muerte a sus hijos, para finalmente volar por los aires.

Son los hechiceras quienes ponían al alcance del pueblo, remedios e invocacioes prodigiosas al igual que para propiciar el amor entre las parejas, como el caso de la Celestina, el mítico personaje creado por Fernando de Rojas en 1499 y quien era una vieja barbuda.

Regularmente relacionamos a estas mujeres con aves que surcan los cielos por las noches. Recordemos que también en la antigüedad, la harpía era un ave fabulosa, cruel, con el rostro de doncella y el resto de ave de rapiña, cuerpo y alas de buitre y con cola de serpiente y garras que acostumbraba defecar a los mortales. Decían que eran hijas de genios mitológicos llamados Taumas y Electra o de Poseidón y Azomena. Pueden ser dos o cuatro seres, cuya labor es ser mensajeras del dios infernal que raptan a los seres humanos para llevarlos al mundo de las sombras y se decía que tenían el poder de amontonar las nubes y solevantar a las olas. Tenían por nombre Aello, Ocipeta, Celeno y Acóloe.

El fenómeno de la brujería saltó de los documentos históricos a la literatura, y desde ahí, parece alimentar nuevamente a la realidad. En Monterrey se dice que han visto mujeres que vuelan por los aires como Medea, ancianas parecidas a la Celestina, desdentadas, sin párpados y con el cabello erizado, bultos negros que descienden sobre los árboles, pájaros malignos con forma de mujer que provocan la movilización de la guardia municipal. Como aquellos casos ocurridos en el panteón municipal de Santa Catarina o del guardia de la colonia Country en Monterrey que se dice vieron como bajaban unas de ellas. Alucinación o experiencia, realidad o ficción, el misterio de las brujas enciende la controversia y retorna para hacernos pensar si ellas realmente son algo más que un mito.

En mi familia se cuentan por ejemplo, casos en donde los hechizos y los males de susto se dan. Mi tatarabuelo Bartolo Aguilar, en compañía de sus hermanos tuvo un encuentro allá en la Sierra Madre de Santa Catarina, en pleno camino del Pajonal a Canoas, con un guajolote de formas muy extrañas que los seguía y los miraba muy feo. Entonces don Bartolo y sus hermanos sospecharon de que se trataba de algo fuera de lo normal y lo amenazaron rezar las “Doce Verdades” de la Santa Iglesia.

Como el guajalote permanecía inmutable, empezaron a recitar la oración, sujetando entre sus manos una pequeña cuerda. Por cada verdad que rezaban, hacían un nudo a la correa. Luego que completaron los doce nudos, mencionaron las doce verdades al revés. Por cada amarre que hacían, decían que el guajalote se iba tulliendo. Cuando quedó inmóvil lo amarraron con una soga. Al día siguiente volvieron a pasar por el lugar y encontraron a una señora atada. Ela les pidió que la soltaran porque les dijo que era madre de familia y les prometió pagar el favor que ellos le pidieran.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina