Como siempre estaban de esquineros los de la palomilla o pandilla, Abelardo vivía enfrente o estaba a una cuadra al oriente o al sur, llegaba y sentenciaba en tono fuerte y amenazante.
– Vayan y tráiganse la hulera, canicas de barro el que tenga o piedras redondas, porque nos vamos de cacería.
No se usaba pedir permiso a los papás o tutores, se iba a recoger cada quien lo que tenía previamente separado y en un lugar donde se localizara fácilmente.
– Párense donde yo les diga
Les decía y formaba una hilera en la misma esquina. Ya quisieran los soldados de ahora tener la disciplina que él imponía al grupo (aparte los conscriptos han dejado de marchar). Salían formados de Mina y Guerrero, Guerrero y Lerdo de Tejada, o de Matamoros y Mina y a la media cuadra por el sur y el oriente, ya estaban en los márgenes del Río Sabinas y continuaban río arriba, pasaban Las Paralelas, El Charco del Lobo, La Turbina, El Ojo de Agua, etc.
Falta decir que él iba al frente del grupo, era columna por uno, cuando veía una paloma que le gustara para tirarle, sólo bastaba que, con el brazo derecho, ordenara detenerse al grupo y sumisamente, todos obedecían sin chistar y sin hacer el más leve ruido.
Se colocaba abajo de la presa y por el frente para darle en el pecho. A veces volaba por el ruido. Al tirarle, si se daba el caso que el ave no volara, pasaba al frente el tirador que iba en el segundo lugar, rara vez le tiraban tres palomilleros a un ave, por lo que los de atrás solamente iban de mirones y fieles testigos de lo que cazaba el jefe.
En una de tantas “cacerías”, en el instante en que Abelardo se disponía tranquilamente a tirarle a una paloma de alas blancas, se vino corriendo Beto (Roberto Garza) desde donde estaba en la fila, y sin sacar puntería, le tiró a la paloma. El jefe repitió la golpiza, como la que le dio a Benito, y los demás compañeros no lo defendían, porque podía darse el caso, que aún entre todos juntos, no pudieran con el fortachón jefe.
Basta decir que la escena se repetía una y mil veces más. Pero como ya se dijo, la ralea era feliz aunque fueran al final de la fila (el asunto era andar en el borlote) porque si estaban en la casa, los papás los traían en los mandados. Los niños de ahora no van ni pagándoles.