La ceremonia celebrada en el Auditorio Nacional el viernes 1 de diciembre, en la que el Presidente Felipe Calderón Hinojosa pronunció su mensaje a la Nación y tomó protesta a los miembros de su Gabinete, nos recordó a la de hace seis años, y a la de hace doce, y, así sucesivamente, vino a nuestra memoria cada inicio de sexenio.
Sin tomar en cuenta el acto que tuvo lugar en el Palacio Legislativo de San Lázaro, a donde el Presidente Calderón llegó de pisa y corre para cumplir el ordenamiento constitucional de rendir protesta ante el pleno del Congreso, en la ceremonia posterior, con un auditorio abarrotado por entusiastas correligionarios, simpatizantes e invitados especiales, se repitió la escena de otras ocasiones similares.
Ahí, el Presidente entrante fue recibido en medio del júbilo de los presentes, que le prodigaron vítores y saludos a granel, interrumpiéndolo múltiples ocasiones con aplausos durante el discurso.
No obstante lo anterior, es primordial que el mandatario tenga muy presente que fue electo con el menor porcentaje de votos en la historia, y que dos tercios de los votantes cruzaron otro logotipo distinto al de su partido.
Sin embargo, el Presidente Calderón tiene ante sí la gran oportunidad de convencer a quienes el 2 de julio no lo consideraron la mejor opción, y para ello, “sólo” debe cumplir sus promesas de campaña, haciendo más por los que menos tienen y atacando a fondo los graves problemas que nos aquejan como país, acabando, de paso, con el mito del país de maravilla que sólo existió en la imaginación del Presidente saliente, para lo cual siempre deberá hablar con la verdad.
Así las cosas, más que la recepción, lo interesante será ver cómo despiden a Calderón al final de su mandato.