Voces de mi rancho

Editoriales

Tal vez, motivado por el aguacero o el hecho de estar desocupado brotan infinidad de anécdotas de todo tipo, vivencias de nuestra gente y con mucho agrado mis aventuras laborales infantiles.

Como todo niño pobre en la década de los 50's, lustré calzado y vendí chicles en la plaza y me dí el lujo de hacerlo en la carretera también; granadas de Doña Amalia, limones o periódico a Don Ambrosio Solís, pan a Doña Esperanza Peña, llevar tinas de nixtamal al molino de Don Salvador Garza, además; desgrané mazorcas a mano y despepité espiga (Escoba, nada recomendable) con el filo de un azadón volteado de los tíos Lupe y Jesús Ramón; sin solicitármelo le ayudé a mi padre a cortar la planta completa de frijol; pero lo que realmente me gustaba era ir al rancho con mi tía Chana y sus hijos a la pizca de algodón.

De esas y otras andanzas con mi gente, conviviendo con personas dueñas de una cultura del trabajo extraordinario y un léxico muy de ellos al utilizar palabras inexistentes, compuestas o mezcladas con norteamericanas influenciadas por su visita de ilegales o, contratos temporales a laborar en el vecino país del norte, me atrevo a publicar algunas expresiones con el fin de que no se pierdan.

La idea no es hacer un breviario con orden alfabético, sino mencionar con un pequeño relato algunas voces de mi rancho entrecomilladas para al final ofrecer el significado; con el fin, repito, de conservar lo nuestro y de paso rendirle un homenaje a quienes nos antecedieron dejando quizás muchos errores en el idioma, pero compensado enormemente con el ejemplo del valor de su palabra.

Les comentaba que de “chico” la hermana de mi madre a pesar de tener 16 hijos me aceptaba de “arrimado” en el rancho “Las Ajuntas” participando en sus actividades con ellos durante vacaciones de verano.

Mujer como pocas se levantaba con el canto de determinado gallo a encender la lumbre y poner el café, enseguida se dirigía al corral de las cabras a ayudarle a ordeñar al encargado de pastorearlas, que ya había alimentado a los perros con la primera leche extraída, mientras la hija preparaba el almuerzo y el lonche para todos, incluyendo a Virgilio, que la daba la mano a “Mundo” a uncir los buyes en la carreta.

Dos de los “grandes” no compartían el trabajo de los demás, uno trabajaba en San Nicolás donde se casó y ahora disfruta a sus nietos y al otro le gustaba la fotografía y el comercio como a mi tía, porque la leche de sus animalitos la convertía en quesos o dulces, que junto a los de calabaza de su cosecha o, camote y biznaga, que también elaboraba, los vendía en “las pizcas”.

Precisamente para eso era la carreta, que todavía obscuro, abordábamos niños y adolescentes sentados en el baúl del “Bastimento” y otros de pié nos dirigíamos, siempre cantando, a “La Sandía” rancho de los señores Serna a unos 4 o 5 kilómetros de distancia.

Las inolvidables y placenteras jornadas de trabajo recolectando algodón durante los meses de julio y agosto cubriendo las 3 etapas: la primera disfrutando del panorama tan hermoso con las plantas luciendo un verde militar, cubiertas por un manto blanco, la segunda mejor pagada y “La Pepena” a “Medias”.

Ya cuando la adorable ancianita que formó a sus hijos con el ejemplo del trabajo honrado se dedicaba a fabricar colchas de lana para sus descendientes próximos a contraer matrimonio y jugar lotería con y en la casa de algunas de sus hermanas, me enteré que muchas palabras escuchadas en el trajinar del campo le daban diferente significado en otro lugar.

Aquí en corto “La Pepena” en la parcela para los pocos que se quedan a levantarla es la más productiva, por que el dueño del plantío te convertía en socio de lo recolectado y de joven el término lo utilizaban algunos amigos al hecho de dejar la novia en su casita y regresarse al mismo u otro baile a “Encaminar” (Llevar de madrugada a las “Huérfanas” a su casa). Vamos a la pepena.

“Huérfanas”: muchachas liberales carentes de autoridad en su padre o madre cuya permanencia en el lugar de recreo no era condicionado por nadie y se quedaban hasta despedir el cargador de los instrumentos utilizados por los filarmónicos.

“Las Ajuntas”. Lo correcto es Adjuntas. Rancho de mi abuelo; llamado así por el hecho de juntarse dos arroyos, ahora “Las Esperanzas”.

“Chico”. Persona, pueblo objeto etc, pequeño de edad, peso o estatura, en mi rancho homónimo del padre: Sipriano chico; Pancho chico; Abraham el chico. (En ingles junior) aunque también usaban el diminutivo: Siprianito, Panchito o Abramcito

“Grandes”. Familias con muchos miembros o el 50% de los de más edad en ella. Los grandes

“Arrimado”. Visitante por un largo período de tiempo en adopción temporal.

“A medias”. Socios con el 50% de las utilidades.

“Pizcas” Extraer el capullo del algodón de la planta depositándolo en un saco cilíndrico de lona colgado en el hombro de 2 a 4 metros de largo, denominado “Saca”

“Bastimento”. Comida de consumo personal o mercancía para su venta.

“Besana”. Espacio entre un sembradío y otro.

“Pértigo”. Trozo de madera largo que parte del centro de la carreta y termina en el yugo.

“Coyundas”. Tiras de cuero para sujetar los bueyes en el yugo adherido al pértigo de la carreta.

“Cabecera”. Dice el diccionario que es parte de la cama donde se pone la cabeza. En la parcela son los extremos: “Te espero en la cabecera para partir una sandía”, o melón de los que abundaban.

“Carreta”. Carro lento de dos ruedas muy grandes con un madero largo en medio donde se sujeta el yugo o travesaño y van amarrados con unas coyundas los bueyes haciendo la labor de arrastre.

Por hoy es todo, continuaremos en otra ocasión con: Voces de mi rancho.