Quienes crecimos en las décadas de 1970 y 1980 tuvimos la idea de que Monterrey y sus municipios conurbados, no podían sufrir los embates de las fuertes lluvias o tormentas. Las montañas como gigantes de piedra nos protegerían de vientos huracanados y de lluvias torrenciales. La zona metropolitana creció, pero a expensas de ríos, arroyos, lomas y montañas.
Entre 1984 y 1987 instalaron casi 15 colonias en el plan del río Santa Catarina y en el arroyo del Obispo, sin contar las innumerables familias asentadas en sus márgenes. El 8 de septiembre de 1988 se formó el huracán Gilberto en el mar Caribe dejando una secuela de destrucción en las islas, cruzó la península de Yucatán, se convirtió en categoría cuatro en el golfo de México y día el 14 tocó tierra en la Pesca, perteneciente a las costas de Tamaulipas, para entrar un día después por un sitio conocido como la Carbonera y descargar su furia sobre la sierra Madre Oriental, específicamente sobre Galeana, Rayones, Santiago y Santa Catarina. Una fuerte y continua lluvia no dejó de caer desde el día 15 y para la noche del 16 de septiembre el huracán Gilberto llegó a Monterrey, provocando inundaciones devastadores en el noreste de México, particularmente en la zona metropolitana. Ya convertido en tormenta tropical provocó 29 tornados en Texas y posteriormente se degradó a depresión tropical.
Nos advirtieron de una posible inundación pero muchos no tomaron los cuidados necesarios. Los precavidos buscaron víveres por la posibilidad de quedarse encerrados por dos o tres días. La lluvia llegó en forma normal, pero gradualmente el agua del huracán se descargó sobre la sierra. De las partes altas bajó a los valles, corrió por los arroyos, se unieron al río Santa Catarina, al San Juan, Pesquería, Salinas, Salado, Pilón y Ramos. Pronto el Santa Catarina agarró tanta agua provocando una creciente que arrastró camiones y autos, dejando decenas de muertos y desaparecidos. Fue cuando el arquitecto Héctor Benavides, se metió en serio a la comunicación social y se llevó las palmas: toda la noche transmitió por radio convirtiéndose en el portavoz de los sin voz. Por la mañana del sábado 17, el espectáculo era asombroso y terrible, el cauce del río de mis ancestros estaba completamente lleno, con oleajes de hasta dos metros; casi rebasando por encima de los puentes. Con su fuerza, había arrastrado todo lo que se encontraba en él: casas, puentes, las canchas, los juegos mecánicos Manzo y unos árboles que recién habían plantado en él Santa Catarina. El cronista centenario de Monterrey, don Pepe Saldaña ya les había advertido de las consecuencias fatales. Como suele suceder, los incrédulos tecnócratas del poder pensaron se trataba de los efectos de la edad senil. Tenía 100 años y había visto la inundación de 1909.
Muchos tramos de la avenida Constitución y Morones Prieto fueron destruidos. La gente que vivía en el plan del río o en sus márgenes perdió su patrimonio. Muchos murieron. Por ejemplo los tres camiones que salieron de Santa Catarina repletos de pasaje y antes de cruzar el puente del arroyo del Obispo cayeron a las aguas embravecidas pues el agua del Obispo cercenó la carretera Monterrey- Saltillo. Un ex alcalde que no podía dormir, pidió a los agentes de tránsito que mandaran los vehículos y camiones por Morones Prieto. Los agentes viales leales a su consigna: “proteger y servir” les impidieron el paso en Santa Bárbara pues tenían órdenes de no dejarlos pasar. Según la titular en ese entonces, podían dañar el pavimento de Morones Prieto; obligando a cuatro autobuses foráneos y cinco vehículos particulares a permanecer en el vado de Santa Bárbara, esperando que la lluvia torrencial se calmara.
Era necesario sacar a los viajeros que no tenían la culpa de dañar el pavimento de Morones o despertar el descanso del munícipe que vivía en San Jerónimo. Fue cuando un grupo de policías judiciales trataron de sacar a los camiones y salvarlos. Esa noche decidieron el heroísmo y la inmortalidad. El hijo del prócer santacatarinense Alfonso Ayala González, Rogelio Ayala Contel con tan solo 22 años, acudió a ver el embravecido río. Pero los gritos de auxilio de la gente que iba dentro de autobuses arrastrados por la corriente, lo hicieron regresar a su casa en la colonia del Valle para recoger cuerdas y chalecos salvavidas y sumarse al rescate. Rogelio subió a un trascavo junto al entonces comandante de la policía judicial César Cortez apodado “el campeón”, para iniciar las maniobras pero se quedaron a medio río. La maquinaria pesada también cedió a la fuerza del río. En las operaciones de rescate perdieron la vida cuatro agentes de la policía judicial, entre ellos “el Campeón”. Rogelio fue arrastrado por la corriente para relatar el acontecimiento, uno de los más tristes en la historia de Nuevo León. Río abajo vio de todo: mucha gente con vida y otros sin ella, troncos, cosas materiales, animales, vehículos, todo lo que se podía arrastrar por la fuerza del agua.
El 18 de septiembre se hizo el recuento de los daños: oficialmente murieron 60 y desaparecieron 200 entre la furia de las aguas que llenan el cauce del río Santa Catarina. Finalmente dijeron que murieron 105 personas. Con poco más de 20 mil damnificados; así como cuantiosos daños a viviendas: sin servicios de agua potable y sin luz. Toda la tubería del sistema de agua potable de Monterrey quedó expuesta como piezas dobladas por la fuerza de un gigante. De acuerdo a los reportes de los cuerpos de rescate, el número de muertos podría ascender a más de 400. Chuy Esparza de la Fama dice que fueron más. La Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos reportó que las precipitaciones que comenzaron a registrarse desde la noche del viernes alcanzaron los 300 milímetros; unas 12 pulgadas equivalentes a la tercera parte de todas las lluvias que se registran anualmente en la mancha urbana. Después de la inundación de 1909, el río Santa Catarina reencontró su vocación.
Debido a la intensidad de la corriente, las colonias Flor del Río, Lucio Blanco, Los Pinos, ubicadas sobre el lecho del río Santa Catarina y cercanas al arroyo del Obispo en San Pedro Garza García, desaparecieron casi en su totalidad. Gracias a la solidaria y heroica actividad pastoral del arzobispo, don Adolfo Suárez Rivera, el real y tridentino colegio Seminario de Monterrey se convirtió en la casa de todos los necesitados y hambrientos. En Guadalupe fueron evacuadas 20 colonias para evitar daños mayores, mientras que en San Nicolás fueron 12 y en Cadereyta el número ascendió a seis.
Para revisar las estructuras y los daños, las autoridades estatales y municipales ordenaron el cierre de los puentes Miravalle, Gonzalitos, Cuauhtémoc, Zaragoza y Azteca. Solo el puente de la avenida Revolución servía de paso para comunicar el norte y el sur del área metropolitana. Al evaluar los daños todos los pasos fueron reabiertos, exceptuando el de Miravalle en su tramo de sur a norte y el de la avenida Revolución, que resintieron serios daños. Los municipios de Linares, Montemorelos, Apodaca y Cadereyta resultaron también dañados severamente al sufrir deslaves los ríos Pilón, Ramos, Pesquería y Santa Catarina. El espectáculo dado por la corriente en el vado del río Santa Catarina hizo que cientos de regiomontanos se tomaran fotos y pasearan por las áreas de desastre como si se tratara de un fin de semana en alguna playa. Vino el trabajo de reconstrucción y apoyo a los damnificados. La solidaridad de todo México se dejó sentir y la grandeza de Nuevo León se hizo patente. Para recordar a los damnificados, la flama de Solidaridad y el altar en Morones Prieto. Y el gigante se quedó dormido otra vez… hasta el 2010.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina