Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

El 41

Crónicas de Nuevo León

Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Allá en nuestra recordada infancia cuando asistíamos a la escuela primaria, sobre todo a partir del cuarto grado, los maestros, al pasar lista de asistencia y mencionar el número 41, provocaba entre la chiquillería más precoz, leves sonrisillas, avaladas por una mueca del profesor.

Pronto supimos la causa: a dicho número se le relacionaba con una persona homosexual, mujeringo, le decíamos en Sabinas Hidalgo; tal situación se repitió en la escuela secundaria y en la Normal, un maestro, para quebrar la rutina decía cuando pasaba lista: 39, 40, su servidor, 42… provocando la hilaridad de los futuros mentores, hecho que aun se recuerda en las reuniones de la generación.

Pero, ¿de dónde procede el significado del N° 41 relacionándolo con los homosexuales o gays? ¿Porqué se popularizó? El asunto tiene su historia, pero antes hagamos algunas acotaciones.

De antemano hacemos hincapié en nuestro respeto y tolerancia para este grupo social marginado, vilipendiado y reprimido por tanto tiempo, en el seno de la sociedad.

Hablar de este tema reviste hacerlo con seriedad, sin caer en falsas e hipócritas posiciones moralistas; para nadie debe ser un secreto que la homosexualidad está presente desde los orígenes de la humanidad y para no irnos muy atrás, nos ubicaremos en el Nuevo Reino de León, cuando el primer cronista de estas tierras, el capitán Alonso de León al comentar sobre las costumbres y modos de vida de los aborígenes, escribió en 1649: “hay algunos que, siendo varones, sirven de hembras contra naturaleza; y, para conocerse, andan en el propio traje de las indias, y cargando su huacal y haciendo los propios ministerios que ellas, sin que por ello él se afrente, ni ellas los menosprecien”.

Entre las etnias que hostilizaron el norte del país desde mediados del siglo 18, hasta finales del 19, estaban los apaches y aquellos hombres que no eran capaces de combatir, de convertirse en guerreros, se les llamaba berdaches y realizaban todas las funciones de una mujer y su papel no era ridiculizado, al contrario hubo berdaches que llegaron a ser consideradas “mujeres sagradas” y gozaron de gran notoriedad.

Don Luis González Obregón, cronista ameno de los sucesos cotidianos de la época colonial de la Ciudad de México, nos dice sobre los homosexuales que pululaban en el año de 1810 y a quiénes llamaba currutacos y petimetres. “tales señoritos más semejan monas que monos; y era difícil distinguirlos de las hembras, por el mujeril peinado, del que pendía una balcarra en cada lado y zarcillos o aretes en cada oreja”.

Aquí en Monterrey, en el año de 1917, recién concluida la revolución constitucionalista, en las páginas del periódico El Liberal, nos dan noticias de las redadas de “fifís”, así como los desmanes y excesos que cometían en la calle Zaragoza y en la colonia Independencia .

Con estos ejemplos basta para entender la existencia de los homosexuales, soslayada por la sociedad, pero que saltaba a la palestra pública cuando se producían escándalos, propiciados por miembros de esa comunidad o al ser reprimidos por las fuerzas policíacas, acusados de infringir el reglamento de policía y buen gobierno.

Pero, volvamos al punto de partida: ¿En qué época y en qué momento apareció el número 41, como sinónimo de los homosexuales?.

El hecho se remonta al 20 de noviembre de 1891, cuando en una lujosa mansión de la Ciudad de México, se efectuó un animado baile de homosexuales que formaron una abigarrada concurrencia; la mayoría de ellos iban vestidos de mujer y llevaban a sus “novios”; al calor de las copas y con el frenesí de la música, se desató un infernal ruido que produjo tal escándalo que los vecinos se vieron obligados a llamar a la policía, quien contra su costumbre, llegó rauda y veloz al escenario.

Se produjo una verdadera estampida, pero los guardianes del orden lograron detener a 41 homosexuales. La prensa festinó con grandes titulares el acontecimiento, máxime que entre los detenidos se encontraban personas de “la alta sociedad”.

José Guadalupe Posada, el reconocido grabador mexicano, produjo varias hojas volantes que se vendieron como pan caliente, con dibujos y versos relativos a la captura de los 41 homosexuales y su posterior traslado a Yucatán. Algunos periodistas mencionaban que en realidad eran 42, pero que se había hecho una dispensa con un familiar político allegado al presidente Porfirio Díaz.

El terrible juicio popular hizo que el número 41, perdure hasta la fecha como sinónimo de homosexual o gay; ésta es la mexicana historia del número 41.

Volante de José Guadalupe Posada sobre Los 41
Volante de José Guadalupe Posada sobre Los 41.

Héctor Jaime Treviño Villarreal