Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Los últimos momentos del Padre Hidalgo

Crónicas de Nuevo León

Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño VillarrealMucho se ha escrito y hablado sobre los últimos momentos de don Miguel Hidalgo y Costilla, cuando esperaba se cumpliera la sentencia de muerte que pendía sobre él y sobre todo, el acto final en que acabó su vida; se han hecho diversas interpretaciones, se han creado mitos, pero que mejor tener a la mano el escrito realizado por su ejecutor de nombre Pedro Armendáriz, quien cinco meses después de consumada la gesta libertaria, envió la siguiente misiva al periódico “La Abeja Poblana”.


Ciudad de Santa Fe del Nuevo México, 17 de febrero de 1822. Segundo de la Independencia.

Señor Impresor de la Abeja Poblana.

Muy señor mío:

Es demasiado el cariño que tengo a usted en consecuencia a que lo reconozco por un completo independiente, y decidido por el bien general de sus semejantes, pues así me lo han asegurado uno u otro papel, que he tenido fortuna de haber habido a las manos de los que usted imprime, y llevado del cariño, y de lo justo, me ha parecido acertado darle la noticia siguiente, que puede ser ignore.

El año de ochocientos once, me hallaba en Chihuahua de ayudante de plaza del señor comandante general Salcedo1; mi empleo era teniente de presidio, comandante del segundo escuadrón de caballería de reserva, y vocal de la Junta de Guerra: como tal, sentencié entre otros, a muerte, a los señores cura don Miguel Hidalgo y Costilla, don Ignacio Allende, Aldama, Jiménez y Santa María2; fui el testigo de la vista más inmediata de sus muertes, con motivo a que a mi cuidado se fiaron en capilla, hasta que como principal verdugo los hacía pasar por las armas.

Siempre he oído hablar con variación de dichos señores acerca de los últimos momentos de su vida en términos, que según los acriminan, han creído muchos que eran herejes, y para sacar de dudas digo: que el señor Hidalgo, luego que llegó a Chihuahua, se puso preso con las seguridades necesarias en el cuartito número 1º del hospital; muy a menudo se confesaba, se condujo con la mayor resignación y modestia, hasta que llegó el día horroroso, en que hallándose en otro calabozo se sacó para ser degradado.

Salió con un garbo y entereza que admiró a todos los concurrentes, se presentó y arrodilló orando con cristiana devoción al frente del altar que esta al lado derecho de la puerta de la botica; de allí con humildad, se fue donde estaba el juez eclesiástico; concluidos todos los pasos de la degradación, que con la misma humildad sufrió, se me entregó; lo conduje a la capilla del mismo hospital, siendo ya las diez de la mañana, en donde se mantuvo orando en ratos, en otros reconciliándose, y en otros parlando con tanta entereza, que parecía no se le llegaba el fin a su vida, hasta las nueve de la mañana del siguiente día, que acompañado de algunos sacerdotes, doce soldados armados y yo, lo condujimos al corral del mismo hospital, a un rincón donde lo esperaba el espantoso banquillo.

La marcha se hizo con todo silencio, no fue exhortado por ningún eclesiástico, en atención a que lo iba haciendo por sí, en un librito que llevaba en la derecha, y un crucifijo en la izquierda; llegó como dije al banquillo, dio a un sacerdote el librito, y sin hablar palabra, por sí se sentó en el tal sitio, en el que fue atado con dos portafusiles de los molleros, y con una venda de los ojos contra el palo, teniendo el crucifijo en ambas manos, y la cara al frente de la tropa que distaba formada dos pasos, a tres de fondo y cuatro de frente.

Con arreglo a lo que previene le hizo fuego la primera fila, tres de las balas le dieron en el vientre, y la otra en un brazo que le quebró, el dolor lo hizo torcerse un poco el cuerpo, por lo que se zafó la venda de la cabeza y nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía; en tal estado hice descargar la segunda fila, que le dio toda en el vientre, estando prevenidos que le apuntasen al corazón.

Poco extremo hizo, solo sí se le rodaron unas lagrimas muy gruesas; aun se mantenía sin siquiera desmerecer en nada aquella hermosa vista, por lo que le hizo fuego la tercera fila que volvió a errar, no sacando mas fruto que haberle hecho pedazos el vientre y espalda, quizá sería porque los soldados temblaban como unos azogados.

En este caso tan apretado y lastimoso, hice que dos soldados le dispararan poniendo la boca de los cañones sobre el corazón, y fue con que se consiguió el fin. Luego se sacó a la plaza del frente del hospital, se puso una mesa a la derecha de la entrada de la puerta principal y sobre ella una silla, en la que lo sentaron para que lo viera el público que casi en lo general lloraba, aunque sorbiéndose las lágrimas, después se metió adentro, le cortaron la cabeza que se saló, y el cuerpo se enterró en el campo santo3.

Los cuatro siguientes señores nombrados murieron antes que el señor cura: fueron encapillados juntos en la misma capilla, y a mi cuidado estuvieron en ella veinticuatro horas, luego se condujeron atados de los molleros con los portafusiles hasta la plazuela que queda a espaldas del hospital dicho, en donde estaban los banquillos esperándolos.

Llegaron al frente de ellos según les había de tocar; el señor Allende luego que enfrentó al que debía ocupar, volvió la cara al campo, se levantó la venda que cubría los ojos, estuvo mirando toda la gente, se volvió a cubrir la vista, y se dirigió al banquillo en donde por sí se sentó; los otros tres fueron sentados, y todos atados a los palos de los molleros con los portafusiles; a una par se les descargaron cuatro tiros cada uno por la espalda y fueron suficientes para que con igualdad murieran.

A poco se quitaron los banquillos, se fueron tendiendo allí sobre una mesa excepto Santamaría, les quitaron las cabezas que después se salaron, y sus cuerpos se sepultaron en el camposanto, remitiendo con la cabeza del señor cura Hidalgo las otras a Guanajuato.

Los mencionados señores tuvieron excelentes preparaciones para morir, confesándose muchas ocasiones, su resignación y entereza causaba admiración, principalmente cuando ya fueron encapillados; en las veinte y cuatro horas que duraron en ella fueron exhortados por ellos mismos en ratos en latín y en otros en castellano, tomaba uno la palabra, ya sí que se cansaba la tomaba otro y así sucesivamente las veinte y cuatro horas excepto el señor Allende que aun allí lo trataban los otros con el mayor respeto.

Este último murió defendiendo por justa la Independencia, en términos que antes cuando se le tomaban su declaración, viéndose tan apretado por el fiscal, se fío en la necesidad por su defensa, de tomar la corta plumas de sobre la mesa y se tiró tres cortadas al vientre que no le rompieron el cuero: Jiménez solo encargaba a su mujer y un hijito y Santamaría antes se había fingido loco por escapar la vida, pero después fue admirable su resignación y disposición.

Estos héroes son dignos de que se perpetúen en nuestras memorias, no sólo por los conocimientos que nos acarrearon con habernos mostrado el verdadero camino de la libertad, sino que según sus últimas demostraciones murieron tan cristianamente como los mejores cristianos, por cuyas virtudes sírvase usted interesarse a que por un monumento en Chihuahua sean eternizados.

Usted dispense esta mi piadosa confianza, disponga de la buena voluntad de su afectísimo, atento, seguro servidor, y amigo que besa su mano.

Pedro Armendáriz.

Notas

1.- Se refiere a Nemesio Salcedo quien fue nombrado Comandante General de las Provincias Internas al estallar el movimiento de insurgencia en 1810; fue el responsable de juzgar y ejecutar a los principales caudillos del movimiento libertario.

2.- Manuel de Santa María era el gobernador del Nuevo Reino de León cuando inició la guerra por la Independencia de México; fue el único gobernador que se unió a la causa insurgente y en Saltillo Ignacio Allende le dio el título de mariscal de campo y cuartel maestre general del ejército insurgente. Fue ejecutado en la plaza de los Ejercicios de Chihuahua, Chih. El 26 de junio de 1811.

3.- Don Miguel Hidalgo y Costilla fue fusilado el día 30 de julio de 1811.

Fuente: González Obregón, Luis. Últimos instantes de los primeros caudillos de la Independencia. Narración de un testigo ocular. México, D. F. 1896. Impreso con notas y documentos.