No se llama Beto, pero así le dicen. Tiene seis años, sus ojos vivarachos, su pelo muy corto, sus pies descalzos, su voz agradable y buena; a veces acompaña a su padre a las labores fuertes de la vida, su padre trabaja rudo, tal vez muy rudo y a cambio recibe un parco salario.
No se llama Beto, pero así le dicen. Tiene seis años, sus ojos vivarachos, su pelo muy corto, sus pies descalzos, su voz agradable y buena; a veces acompaña a su padre a las labores fuertes de la vida, su padre trabaja rudo, tal vez muy rudo y a cambio recibe un parco salario.
Era domingo y el dice Tláloc amenazaba al pueblo con una gran lluvia, que por cierto dejó caer sobre el lugar.
Aquel hombre, escarba, escarba y escarba sobre la madre tierra, su objetivo sacar un enorme tronco esa era su misión encomendada; sus herramientas: una barra y una pala, su condición económica no daba para más. Pero su voluntad era inquebrantable, a él y a su familia tal vez les faltaba todo, pero la voluntad de vivir y sacar adelante a los suyos era enorme, ese niño de seis años, hacía un año que había sido atropellado y a su cráneo le falta un pedazo y requiere de una placa, porque hoy es vulnerable en todo momento; Beto no asiste a la escuela, pues tal vez un golpe en su cabeza pueda ser fatal.
Hoy tal vez usted y yo no podamos hacer nada, pero quizás entre muchos se pueda hacer todo.
Pero así está el mundo y éstas son Nuestras Cosas.
Hasta la Próxima.
Garza Inocencio