El rebelde imbatible: Julián Quroga

De Solares y Resolanas

Uno de los militares más afamados y combativos de los que se tenga memoria a lo largo de nuestra historia. Fue uno de los pilares militares al mando de don Santiago Vidaurri junto con Juan Zuazua y en un tiempo con Ignacio Zaragoza y Mariano Escobedo, a la vez imbatible y rebelde. Julián Quiroga nació en Ciénega de Flores el 29 de enero de 1829, hijo de Cirilo Quiroga y Gertrudis Villarreal, aunque existe la tradición oral que lo hace ser hijo natural de Vidaurri.

No se tienen registros acerca de su infancia, solo que desde muy joven participó en la defensa contra los ataques de los llamados indios bárbaros. Afiliado a la Guardia Nacional de su pueblo, apoyó diversas campañas durante la revolución de Ayutla en 1854 y la guerra de Reforma entre 1857 y 1859. Precisamente en éste año, estuvo junto con Ignacio Zaragoza, quien una vez se refirió a Quiroga de la siguiente forma: “Quiroga es la historia viva de nuestra campaña”. También se distinguió durante le intervención francesa siendo líder del primer regimiento de caballería y por su méritos en campaña, fue ascendido a coronel el 10 de enero de 1862.

Quiroga fue de los pocos jefes fronterizos que permaneció fiel a Vidaurri cuando se dio la ruptura con los principales jefes norteños, debido al rechazo hacia Benito Juárez cuando éste quiso establecer la capital de la República en Monterrey. Ya es de sobra conocida la rivalidad y las consecuentes situaciones que se derivaron de la mala relación entre Juárez y Vidaurri. Por ello, en el mes de abril de 1865, Vidaurri y Quiroga se afiliaron al imperio en Salinas Victoria. En lugar de luchar contra los rebeldes y opositores a la república, ahora Quiroga junto con Vidaurri se dedicaron a perseguir a las tropas leales a Juárez. Por sus campañas militares, el 21 de marzo de 1866, Maximiliano de Habsburgo lo designó oficial de la Orden de Guadalupe y el 6 de octubre de ese año, recibió nombramiento de jefe de inspectores de las compañías residenciales en Nuevo León y Coahuila.

El 29 de marzo de 1867 le fue expedido el grado de general de brigada por el Ministro de Guerra del Imperio, Nicolás de la Portilla. En la imposibilidad de operar militarmente en Nuevo León, Quiroga se refugió en Laredo, Texas en casa de Santos Benavides. Mientras Vidaurri acudía hasta la ciudad de México para asistir a Maximiliano. Esto trajo una antipatía general hacia los dos jefes norteños, pues fueron de los pocos que sirvieron a los traidores y en consecuencia, también fueron catalogados como desertores y opositores al régimen republicano.

Una vez que fue derrotado el imperio, se amparó en la amnistía de 1870 y apoyó a Jerónimo Treviño en su levantamiento contra Benito Juárez en 1871, durante la revolución de la Noria. Luego asistió fielmente al régimen de Lerdo de Tejada y luchó contra Porfirio Díaz en la revolución de Tuxtepec, a quien venció en la célebre batalla de Icamole en Villa de García el 20 de mayo de 1876.

Es muy conocida la anécdota de que Porfirio Díaz lloró después de la derrota y le reclamó a Treviño y Naranjo: “No decían que los de Nuevo León no pierden”, a lo que ellos contestaron: “¿A poco cree que Quiroga es de Oaxaca?”

Una vez que triunfó Porfirio Díaz en 1877, Quiroga fue señalado de apoyar a Lerdo de Tejada y acusado de las muertes de varios simpatizantes a la revolución de Tuxtepec. Fue consignado a un tribunal presidido por el licenciado y teniente coronel José María Mier, fiscal designado por el gobierno. Fue hallado culpable y condenado a muerte, fusilado a las 4:0 de la tarde el 11 de enero de 1877 en el extremo sur de la actual calle de Zuazua, siendo gobernador del Estado el Lic. Genaro Garza García. Fue sepultado de acuerdo a su última disposición, en el rancho del Barranco en Salinas Victoria. Cosas del destino: conozco a un matrimonio sólidamente unido; ella es bisnieta de don Genaro y él lo es de don Julián.

Un militar indomable, que el juicio de la historia está en deuda con Quiroga. Solamente los tiempos pasados saben las causas que llevaron a abrazar una causa injusta y de la cual sabían con certeza, de que no acabaría bien. Porque ellos son hombres de su tiempo y no de los nuestros.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina