El procónsul de la frontera, don Bernardo Reyes

De Solares y Resolanas

El desarrollo regional del noreste mexicano a lo largo del siglo XIX, depende en buena medida por el impulso económico y la influencia política de personajes como Evaristo Madero, Santiago Vidaurri, Genaro Garza García y Bernardo Reyes. Este último orquestó las políticas de pacificación y control de Porfirio Díaz. A Bernardo Reyes el máximo representante del orden y progreso, se le conoce como el procónsul de la frontera.

Nació en Guadalajara, Jalisco el 20 de agosto de 1850. Hijo del coronel Domingo Reyes y de Juana Ogazón. Con 16 años sirvió como alférez del cuerpo de Guías de Jalisco. Estuvo en el sitio de Querétaro donde fue testigo de la rendición de la plaza, posteriormente en campañas militares en Zacatecas, Sinaloa, Tamaulipas y San Luis Potosí, combatiendo a los rebeldes del plan de Tuxtepec. A la caída de Lerdo de Tejada se adhirió al régimen de don Porfirio, quien lo ascendió a coronel en 1877, sirviendo como jefe militar en Sinaloa, Sonora y Baja California. Contrajo matrimonio en 1874 con Aurelia Ochoa.

Durante la presidencia de Manuel González entre 1880 y 1884, el general Porfirio Díaz lo destinó como responsable militar en Nuevo León para controlar las rivalidades de dos grupos que reñían por el poder: por un lado Jerónimo Treviño, Francisco Naranjo y Genaro Garza García y del otro Lázaro Garza Ayala. Ya debilitada la influencia de Garza García, Reyes fue nombrado gobernador de Nuevo León el 12 de diciembre de 1885 con la ratificación del senado de la república.

Nuevo León también creció de la mano de Reyes. Se hicieron obras considerables, saneó las finanzas públicas, organizó una junta de mejoras e inició la construcción de una nueva penitenciaría. Sofocó el bandolerismo, reconstruyó el mercado Colón, reabrió la escuela normal, impulsó el colegio civil y promovió el establecimiento de industrias con las cuales arrancó el segundo proceso de industrialización regional. El 4 de octubre de 1887 entregó la gubernatura a Lázaro Garza Ayala, quedando como responsable militar en la región.

En 1889 quedó otra vez como gobernador constitucional de Nuevo León. Favoreció la exención de impuestos para la apertura de nuevas empresas y otorgó concesiones para la inversión extranjera. Las obras de infraestructura y de promoción social se sucedían una tras otra. Para alabar al régimen de don Porfirio, abrió dos avenidas; la Unión y Progreso, para lo cual mandó instalar en el cruce de ambas un monumento alusivo al centenario de la independencia. Ahora esas avenidas se llaman Madero y Pino Suárez. Persiguió a los antagonistas del porfiriato que desde los Estados Unidos trataban de desestabilizar al régimen. Para ello Nuevo León necesitaba tener frontera con Texas, lo cual logró en 1892 mediante una permuta de terrenos con Coahuila quien cedió el rancho llamado La Pita para establecer la congregación de Colombia. Así podía reclamar ante los Estados Unidos el regreso de los mexicanos que tanto atacaban al presidente. Cuando Díaz visitó a Monterrey en diciembre de 1898 sentenció: “así se gobierna, así se corresponde al mandato del pueblo”.

Para la prensa de la época, éste era un franco espaldarazo a las pretensiones políticas de Reyes, situándolo en el primer círculo de poder en México. A la muerte de Felipe Berriozábal, Reyes quedó como ministro de Guerra el 24 de enero de 1900, debiendo entregar el gobierno de Nuevo León a Pedro Benítez Leal. Reyes regresó a Nuevo León a fines de 1901. Por su influencia regional y la presencia en el gabinete de Díaz, pronto se le mencionó como uno de los posibles sucesores. Entonces se formaron dos grupos políticos que se disputaban el poder: los científicos con José Yves Limantour, ministro de Hacienda y los reyistas a favor del militar. Esto le trajo más adversarios, como por ejemplo, el 2 de abril de 1903 se usó la fuerza pública para disolver una manifestación de apoyo a favor de Francisco Reyes a la gubernatura de Nuevo León. Esta revuelta para muchos representa el principio del ocaso político.

Reyes gobernó con acierto a Nuevo León entre 1903 y 1909. Apoyado por sus seguidores quienes veían en él al candidato idóneo a la vicepresidencia, mientras sus enemigos hacían todo lo posible por verlo caer. Trajo canteros y albañiles potosinos para la construcción del nuevo palacio. En cambio a su esposa le mandaron hacer el templo de san Luis Gonzaga. Para evitar los calorones, acudía a una finca de descanso en el cerro del Mirador. Precisamente en septiembre de 1909, estaba de vacaciones en Galeana cuando ocurrió la terrible inundación.

El 24 de octubre de 1909, Reyes entregó la gubernatura a Leobardo Chapa. Al iniciar la revolución maderista huyó del país, para regresar en abril de 1911. Dos meses después tuvo una entrevista con Madero quien le ofreció el ministerio de Guerra, pero los principales colaboradores se negaron a tenerlo en el gabinete. De nueva cuenta la rivalidad entre Reyes y Madero se hizo evidente, obligándolo a salir del país rumbo a Estados Unidos en donde conspiró contra el régimen. Regresó a Nuevo León pensando que había seguidores a su causa. Al ver la nula respuesta, se entregó en Linares el 25 de diciembre de 1911. Fue conducido a la ciudad de México en donde fue recluido en la prisión de Tlatelolco.

Con su hijo Rodolfo, se sumó a la rebelión orquestada por Manuel Mondragón y Félix Díaz quienes lo dejaron en libertad. Esperando la liberación de Díaz, Reyes atacó la plaza defendida por Lauro Villar. En la mañana del 9 de febrero de 1913, el procónsul fue abatido frente a la puerta mariana del palacio nacional. Cayó mortalmente herido por una ráfaga de metralla. Su hijo Alfonso Reyes fue testigo del martirio que sufrió su padre:

Cuando vi caer aquel Atlas, creí que se derrumbaría el mundo. Hay desde entonces una ruina en mi corazón. Aquí morí yo y volví a nacer y el que quiera saber quien soy que le pregunte a los Hados de febrero. Todo lo que salga de mí, en bien o mal, será imputable a ese amargo día.

Apenas dos años antes, Alfonso se había casado y unos meses después de los días aciagos, salió de México en misión diplomática.

Nunca olvidó esos días aciagos de 1913. El día en que vio morir a su padre, a quien llamó “el poeta de a caballo”. Pasado el tiempo le ofrecieron conocer a quien mató a su padre y no aceptó. La historia de Vidaurri se repitió con Reyes. Garza García ya había muerto en su solar poniente en 1904. Nuevo León y Monterrey, especialmente el Alfonso de Monterrey quedaron en luto. Poco antes de morir, Alfonso Reyes escribió un poema titulado Cerro de la Silla. Ahí se refiere a la colosal y emblemática montaña como otro atlas:

Atlas soy de nueva hechura, aunque de talla menor, y a lomos del alma cargo, otro fardo de valor.

Reyes vio a Monterrey y al cerro de la Silla como el general Bernardo Reyes. Hoy sus restos permanecen casi en el olvido en la Explanada de los Héroes, frente al palacio que mandó construir. Para honrar a su memoria, urge construir una rotonda de los nuevoleoneses ilustres y sacar los restos de nuestros héroes ubicados en la explanada.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina